Por Maite Pil.
Estabas enojada entonces no te quise molestar, me dijeron hace poco. Como si el enojo femenino fuese una ocupación, algo que conviene no interrumpir, que requiere espera. Como una masa a la que hay que dejar reposar para que se produzca el efecto deseado. Qué difícil que es enojarse siendo mujer. Es decir, qué difícil que es defenderse de aquella mirada que coloca a nuestro enojo en un lugar de pura efusividad, vaciándolo de todo contenido. Eso me enoja más, que el enojo tape al motivo, que el enojo sea la excusa perfecta para no hablar de aquello que lo produjo. E, incluso, que lo invalide.
¿Podemos las mujeres enojarnos? ¿Hay espacio para esa manifestación sin ser colocadas en un lugar "loco"? No siempre. Todavía tenemos que pagar el precio de ser desestimadas, vaciadas de contenido, y reducidas a una mera emocionalidad.
Pienso, entonces, aunque a muchos de ustedes no les guste que haga distinciones de género, que hombres y mujeres no nos enojamos de la misma manera. O que, tal vez, hagamos con el enojo cosas distintas. Que el enojo de un hombre se traduzca en violencia, ha sido naturalizado durante siglos. Y no me refiero a la violencia de género, que sería un capítulo aparte, por supuesto, sino a un modo de dirimir diferencias: las guerras, el batirse a duelo, o el encontrarse en la esquina para cagarse a trompadas. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la violencia no es una opción? La mayoría de las veces, emerge el silencio.
Las mujeres, por otra parte, que nunca hemos hecho, en términos generales, patrimonio de la violencia o la fuerza, -y no porque no seamos capaces de producirlas- tratamos de convertir al enojo en enunciado. Un enunciado que, casi siempre, intenta cumplir -¿satisfacer?- dos funciones: la del desahogo (es decir, la manifestación propia de la emoción) y la de la comunicación (que apunta a solucionar o resolver el conflicto). Que no es más, ni menos, que lo que vulgarmente suele llamarse reclamo.
Reclamar, en el siglo XXI, es pecado. Es lo peor que podés hacerle a alguien. Y ni siquiera se trata del contenido que, a veces, simplemente puede consistir en marcarle que revise tal o cual cosa. No se puede. Se vive como algo insoportable, injusto, invasivo. Esa vieja idea de que el derecho de uno termina cuando empieza el derecho del otro, se deshizo para dar lugar a una idea de derechos que ni siquiera se disputan, contradicen, o tocan, entre sí.
Somos sujetos con plenos derechos. Somos sujetos de goce. Nos estamos perdiendo el placer.