Por Maite Pil.
Ayer pensaba en cuánto extraño ese impulso que se cobra después de una separación. Por supuesto que al principio es todo angustia y dolor. Pero después viene la mejor parte, esa en la que resignificás tu vida. Hay algo del orden de lo vital que emerge con una potencia alucinante ¡Hasta sentís que podrías hacer un CBC cualquiera de la UBA! Porque no pasa sólo por el aspecto estrictamente erótico y amoroso que, claro, sí, también se revitaliza, es mucho más abarcativo.
Ya con esta idea dándome vueltas, entré a ver un vivo de dos psicoanalistas. No tenía idea de qué iban a hablar, honestamente, pero me pareció un buen plan pandémico. Y me encontré con algunas nociones sobre el duelo, la finitud, y el valor de la palabra, que me hicieron entender por qué eso que yo llamo impulso pos separación me sucede. Nunca deja de llamarme la atención cuando cosas así pasan, cuando uno viene pensando en algo y todo alrededor pareciera saberlo, como si el mundo se dispusiera a hablarnos. Entendí, entonces, que a mí separarme me funciona como un tipo de muerte. No en un sentido dramático, ojo, no es el me quiero morir que se balbucea entre mocos y lágrimas. Es la muerte de un modo específico de transitar la vida, de una serie de códigos y rituales, de un lenguaje íntimo. Cuando todo eso muere, puedo volver a conectar con la vida, es decir, me vuelvo deseosa.
Y me pregunto si podré transformar esta cuarentena en un tipo de muerte. Si podré matar la vida que venía teniendo, algunos aspectos de ella, al menos, y reconvertirla en deseo, en impulso. Hubiera preferido que no se me ocurriera, odio tener ideas optimistas, pero sospecho que llegó el momento de morir una vez más.
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