domingo, 19 de abril de 2020

Culpando al virus.





Por Maite Pil. 

Es casi imposible que el domingo siga teniendo, en plena cuarentena, esa impronta que lo caracteriza, ese ritmo melancólico, la pesadez propia de estar al borde del lunes. Era lindo tener un día reservado a la reflexión y a la añoranza. Al retiro, a la resaca, al sillón. A la familia, a la siesta permitida, a las facturas por la tarde. En cuarentena, creo yo, ningún día es domingo, al contrario de lo que piensan muchos. El domingo representa un final y un comienzo inminente. Ahora, todo es un continuo, una sucesión de días más o menos inútiles. 
El domingo supone una jornada de duelo, de angustia. Es, también, un día para el deseo, porque algunos neuróticos funcionamos un poco así, bajo amenaza de que todo acabe, y, en ese sentido, hacía las veces de nuestra propia pandemia privada, nuestro propio apocalipsis; nos enfrentaba con el absurdo de la vida, pero, también, nos brindaba una segunda oportunidad, la oportunidad de prometernos mejores decisiones para la semana entrante.

Qué difícil, además, que es escribir sobre amor, sexo y vínculos en este contexto. El aislamiento nos ha empobrecido la vida, también, en este sentido. Aunque, en mi caso, creo que muchas de las limitaciones que ahora reconozco como compartidas, ya estaban presentes en mí desde antes. Y no debo ser la única, pero bueno, quién soy yo para pincharles el globo diciéndoles que, sin coronavirus, tampoco iban a enamorarse o a coger tan fácilmente. 

Esta realidad nos toma, nos aliena, con lo que ya éramos y con lo que ya teníamos. Entiendo que la tentación es muy alta, la tentación de empezar a elucubrar neuróticamente sobre que si no fuera por la pandemia, nuestro presente sería otro. Y está bien, como primera medida defensiva es, por lo pronto, aceptable. Es una forma de poner al deseo a servicio de la frustración, del enojo. No es poco.  

No estoy tan segura de que sean tiempos óptimos para estar en análisis, aunque hayan salido todos los psicoanalistas, como locos, a hablar de las sesiones online. Sí creo que, aquellos que pasamos por esa experiencia, tenemos alguna que otra herramienta a mano. Porque, a fin de cuentas, tal vez el psicoanálisis no cure, pero nos vuelve sujetos más sensatos. Y, entonces, ya no culpamos a un virus de todo. 

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