Por Maite Pil
El otro día compartí en Facebook el siguiente posteo: Hace muchos años un ex se enojó porque hice fideos con manteca para cenar. "Si no tenías ganas de cocinar, me lo hubieras dicho". No tenía ganas de cocinar, es verdad, resolví, y en ese resolver estaba el gesto. No se puede comer un manjar todos los días. Los manjares son excusas para evitar la intimidad.
Me llamó bastante la atención lo que pasó con las reacciones. Porque, en verdad, la anécdota no era más que el vehículo que yo encontraba para decir lo que quería decir, sobre lo que quería pensar: la intimidad y los gestos. Sin embargo, lo que se leyó fue otra cosa; se leyó una indignación de mi parte, casi una denuncia sobre un machirulo que no cocinaba. Y no era para nada eso. Qué acostumbrados que estamos a ubicar al malo del relato.
Lo rico, lo lindo, lo especial, en una pareja, o en un vínculo que, tal vez, está en vías de serlo, en algún momento ceden para dar paso a otras cosas, a otro tipo de gestos, los de la intimidad. Esforzarse por hacer un manjar todos los días es tan improductivo como el miedo a la primera discusión, por ejemplo. Sin embargo, son momentos imprescindibles para fundar otro modo de relacionarse. No se puede escenificar todo para el Instagram. El otro no es una cámara de fotos.
Ahora, ¿qué es la intimidad? Y para responder(me) esto voy a hacer un rodeo. De un tiempo a esta parte vengo percibiendo que las preguntas sobre el amor o, mejor dicho, los conflictos sobre encontrar al amor sufrieron un corrimiento. La angustia, la incógnita sobre el amor, ya no es si uno es capaz de amar o qué síntoma se le juega a uno ahí, sino cómo puedo hacer para enamorarme de alguien que no me produzca síntomas ¡Lo cual es una locura! Y yo misma caigo en esta trampa, es muy difícil no hacerlo cuando estamos, ya no rodeados, inmersos en un discurso que nos asegura que existe un amor asintomático y que es al que debemos aspirar. ¿O no es eso lo que nos dicen con el "si duele no es amor"? Qué nos garantiza, además, esto: que nadie tenga una demanda para hacer.
Por eso creo que la intimidad podría ser, o podría pensarse como, un espacio donde opera la compasión. En el sentido en que podemos leerlo en "La insoportable levedad del ser": saber vivir con otro su desgracia (...) el arte de la telepatía sensible.
Por supuesto que cuando no hay compasión la demanda se vuelve insoportable, lo que le pasa al otro es una arbitrariedad, un capricho, o peor, un acto dirigido a jodernos. ¡Justo a mí me viene a hacer esto! Y es en ese justo a mí que se evidencia que no hay reaseguro contra el propio síntoma.
Siempre va a doler, con todo lo que eso implica. Pero si se construye una intimidad compasiva, si el dolor, o el síntoma, encuentra su alivio allí mismo donde se produce, seguramente duela menos.
Muy lúcida, como siempre.
ResponderEliminarhermoso
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