Por Maite Pil
Antes de empezar a ver la película,
sin saber previamente nada de ella – la película, que es femenino
pero también es mujer, y nos habla – pensé en lo absurdo del
título. Siempre se es amante de un día, aunque haya extensión en
el tiempo. Así como Don Juan las amaba una por una, los
amantes lo son día por día. Y no faltó la referencia explicita a
Don Juan en boca de uno de sus personajes, Gilles, un profesor de
filosofía que puede hacer con el amor- más allá del decir- lo
mismo que cualquier otro.
La
película comienza con una separación, la de Jeanne y Mateo. Jeanne,
hija de Gilles, acude a su padre y se encuentra con que éste no vive
solo, sino con Ariane, una alumna de él.
Pareciera
no haber nadie más en este universo que nos presenta el director,
las calles están prácticamente desoladas, no hay extras, como no lo
hay en las fantasías. No hay tiempo, o capacidad, para rodearnos de
detalles. El blanco y negro también opera en este sentido, no
trabajar el color es un recurso más puesto al servicio del
protagonismo fundamental – y por fundamental me refiero a lo que da origen-
que al dramatismo o la nostalgia de esta triada padre-hija-amantes.
No
hace falta ser Freud para darse cuenta de que, si ella acude como
primer medida al padre en semejante situación, algo del orden de lo
edípico se va a poner en juego acá. Hasta el tamaño de la cama del
padre, que es ridículamente chica, habla de eso.
Digo
que la película es mujer y nos habla, porque
la voz en off es una voz de mujer. No sólo en su timbre sino en lo
que enuncia. No escuchamos una voz en off al estilo Woody Allen, que
es un barroco narrativo, escuchamos una voz que está al servicio de
la puesta en escena femenina. Que le habla al espectador, por
momentos, pero fundamentalmente le habla a los protagonistas, los
coloca en el escenario que los hace gozar. Nos habla a nosotros
porque no le queda más remedio. Sólo mediante el espectador es que
se logra retornar a ellos para así completar el acto. (Dinámica que
se repite y alterna entre sus protagonistas).
Gilles
al comienzo está apasionado. Hay una escena en que él y Ariane van
a tomar un café y ella le cuenta en qué clase se enamoró, ella la
recordaba perfectamente, la clase en la que él dijo que la
filosofía no es un divorcio con la vida -No
podría haberse enamorado de otra cosa; más avanzado el film, cuando
Jeanne le pregunta a qué se dedica su padre, ella contesta que a
divorciarse-. Es esa
fatal frase que ella le recuerda la que lo impulsa a él a proponerle
una modalidad de amor libre, sin exclusividad sexual. Propuesta que a
Ariane la angustia, en un principio, pero que luego pone en marcha
como nadie.
Jeanne
y Ariane comienzan a hacerse más amigas y a salir, una para olvidar,
la otra para recordar. Ariane, efectivamente, termina acostándose
con un chico. Encuentro que no pudo
guardarse para sí. Y ahí está el tema, el gran tema. Para ella no
funciona si él no se entera, porque no quiere ocultar, para él no
funciona si no es ignorando. Ignorar no sólo con quién y cómo se
acostó sino, también, que el pacto es insostenible. Que no se
trata de opuestos complementarios. Se trata de algo que pronto va a
romperse y no va a suceder en forma armónica, como él fantasea que va a ser la relación de ellos, que
su ignorancia le iba a poder garantizar. Y pasa lo peor, lo peor para él:
la ve teniendo sexo. "Te vi tan perdida, tan sensual con
otro", le dice. Un reclamo
absurdo, que él más que nadie sabe que es absurdo, pero que duele
como la hostia: le duele el placer de ella sin él. Y le duele la
imposibilidad. Aquello con lo que enamoró es lo que ahora lo separa. Le duele que su filosofía sí se haya divorciado de la vida, de lo real.
Y la relación llega a su final.
La
película no, todavía queda por resolver el destino de Jeanne, que a
menos que esté dispuesta a acostarse con el padre, debe hacer algo
más. Así que, ahora que el padre está solo, decide volver con su
ex, Mateo.
Y así
se cierra esta historia, con una escena en un restaurant, Gilles,
Jeanne y Mateo. Porque en esta familia, donde comen dos, comen tres.
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