Por Maite Pil.
Las amistades son vínculos sobre los que poco se dice en el psicoanálisis. Pareciera ser que es difícil ubicar aquello que le es propio. Se los piensa como derivados, o versiones recortadas, de otras construcciones vinculares. Un vínculo sin sexo ni filiación.
A raíz de un reencuentro hermoso que tuve con una amiga, a la que no veía hace mucho, me puse a pensar en qué pasa cuando dos o más mujeres se juntan. Qué función se asume en la escucha. Qué decimos y qué no decimos.
Muchas veces, cuando conocemos a alguien, cuando nos separamos, o cuando nos pasa algo relevante-o pretendidamente relevante- en nuestra vida amorosa, recurrimos a las amigas para contarlo. Hay un goce del relato. Se revive en el relato cierto entusiasmo, o dolor, que nos satisface.
Todas sabemos de esto, de una forma más o menos intuitiva, nadie puede negar del placer que se experimenta allí. Entonces sucede que, muchas veces, en función de no cagarle la historia, no decimos lo que verdaderamente pensamos.
Lo mismo pasa con cuestiones más tontas. El jean que se compró o el nuevo corte de pelo. Evitamos, muchas veces, pinchar el globo, porque entendemos que hay todo un mundo dispuesto a eso.
Ayer estaba viendo una película, The tale, que trata sobre la reconstrucción que hace una mujer de su primera relación sexual. Una relación que, mucho tiempo después, descubre que no fue tal, sino que se trató de abuso. En una conversación con su madre, respecto de este hecho que ocurrió cuando ella tenía 13 años, le pregunta por qué siente culpa. Y descubren, conjuntamente, que ella - la madre- había percibido esto y que fue su marido - el padre de ella- quien la convenció para que dejara su preocupación de lado. El padre tenía sus motivos para hacerlo, porque era una familia de mucha paranoia femenina, pero poco importa eso, sino que importa por qué la madre, que tenía la certeza de que algo estaba pasado entre su hija y ese hombre, decide desentenderse.
Traigo este ejemplo porque me parece interesante pensar cómo las mujeres, en mayor o menor medida, servimos de cómplices en determinadas situaciones. Y no escapa esto a la función que ejercemos desde la amistad. Nadie duda de que una amiga , ante un caso de violencia física, tomaría cartas en el asunto. Pero a veces las cosas se presentan de manera más sútil. A veces hay que animarse a decir que ese vínculo, tal como se lo relata - por más goce que haya en el relato o gusto que se sienta por ese hombre- no va. Animarnos a contradecir, a señalar, que es también una forma de acompañar.
Es un excelente momento para pensar estas cuestiones. Reubicarnos en los roles de amistad. Hay ahí también mucho por deconstruir.
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