Por Maite Pil
Al tiempo de que mi vieja murió decidí
ser madre. Es un poco de manual, lo sé. Con un hombre que ella jamás
hubiese aprobado, aunque pensándolo bien, no aprobaba a ninguno. Y
pensándolo mejor, no me aprobaba a mí enamorada.
En vida, le reproché muchas veces que
nada me haya enseñado sobre el amor. Ahora, ya no me identifico
con ese reproche. Ni siquiera es cierto. Yo tampoco sé qué puede o
debe enseñar una madre sobre amar.
Una tarde de domingo estábamos
sentadas en el living y me dijo “el obrero no coge como el
intelectual”. Y no explicó nada más. Yo simplemente escuché y
ella, que no sumó información, hubiese querido agregar:
cuando el intelectual coge. Eso era lo que me quería decir y
logró decir con su silencio mortal muchos años después: ojo, no
siempre se pueden satisfacer ambos deseos. Y tenía razón. Ahora
entiendo mi enojo, en ese no siempre yo
encontraba un
nunca.
Por eso me separé,
porque no siempre. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Enamorarme de
un obrero que no coja?
Esto me recuerda a
una anécdota con mi hermana y su amiga, donde me contaban que en un
viaje conocieron a dos amigos y no concretaron el acto sexual porque
ninguno de los dos logró una erección. “Debe ser algo que
comieron” les dije refiriéndome a ellos. Esa frase quedó para la
historia. Yo quería que no buscaran en ellas la respuesta a la
impotencia; y que no la buscaran tampoco en ellos. Convertir al
episodio en un absurdo. Pasar al siguiente tema.
“La histérica se
interesa (...) por las cosas del amor”: Qué loco. Mi vieja me
decía que tenía que ser más histérica. Era psicoanalista,
sabía de lo que hablaba, podría haberme dicho que sea más
seductora, pero eligió decirme histérica. Me lo dijo en la
cocina, sentadas en la mesa roja, donde pasaba casi todo. Yo le
estaba contando que me iba a encontrar con un hombre, un músico,
mientras me desataba el rodete y jugaba con mi pelo. “Así estás
bárbara, tenés que ser más histérica” fue la frase completa.
Ese día le gusté a ella. A él no sé, no me acuerdo.
Ahora estoy
separada. En su momento, dejé análisis para poder continuar con esa
relación. De alguna forma, se me presentaban incompatibles.
Sospechaba que había algo que sólo iba a poder alcanzar de esta
manera, poniendo el cuerpo. Para ser madre y para ser amada. Creo que
no me equivoqué.
Ahora, es domingo y
no tengo novio. Pero no me vuelvo loca. No miro a la vaca y
lloro, tampoco. No miro más a las mujeres preguntándome cómo
lograron ser amadas. No miro a mi hija y siento culpa por desear a
los hombres. No miro a los hombres con vergüenza por desearlos. No
recuerdo a mi vieja como esa mujer que no me enseñó nada.
Ahora es domingo y
me la paso de puta madre.
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