Por
Maite Pil.
Escribir
no es lo mismo que hablar. El pensamiento se dispone de una forma
particular cuando es llevado a la escritura. Algo parecido sucede con
la condición de ser padres. No es lo mismo un padre en reposo que un
padre en acción.
“Más
crianza, menos terapia”, de Luciano Lutereau, es un libro que
requiere, merece, ser leído en reposo. No contiene recetas, como
bien advierte el autor. No es un libro que podamos consultar mientras
intentamos persuadir a nuestros hijos de que salgan de la bañadera
porque el agua se enfrió. Además, sería un crimen salpicarlo. Me
parece muy bien logrado ese efecto. No es sólo no ir a buscar
recetas sino calmar las ansias de encontrarlas. El libro nos lleva a
dejar de lado ese impulso que, tal vez, habite un poco en todos. En
este sentido, creo que la
proliferación de diagnósticos prêt-à-porter-como
la denomina el autor- y
su correlato en libros específicos, con soluciones específicas, que
hablan de generalidades puntuales, es decir, de todos, pero a vos,
que te pasa justo esto, responden a cierta demanda de querer saber
sólo sobre aquello que se cree útil, aquello que saca del anonimato
del padecer para ofrecer una solución a medida.
Luciano
Lutereau es psicoanalista pero es también su condición de padre lo
que lo mueve a esta escritura particular. Al comienzo del libro, hace
referencia a cómo su conocimiento teórico no lo salva de incurrir
en ciertos errores o torpezas típicas de los padres. Seguramente así
sea, no creo que se trate de una falsa modestia que pretende ganarse
la empatía de su lector. Pero el mismo ejercicio de su escritura da
cuenta no sólo de que la teoría se cuela en su observación
particular de su hijo sino que, llegado a cierto punto, es imposible
no reconocer algo de aquello en su accionar.
Basta
con leer la anécdota en que están llegando tarde, él
y su hijo, para darse cuenta de que hasta en éste último
algo del psicoanálisis lo habita. Más allá de este vínculo
singular que sobrevuela el desarrollo del libro, podemos encontrar
las más diversas situaciones y momentos en la vida de padres e
hijos.
Mientras
leía el libro recordé un chiste de Friends, donde
Ross dice “I was such a baby” y Phoebe le contesta que no
sea tonto, que todos fuimos bebés - acá mal tradujeron como “me
comporté como un bebé” lo cual ya hace que el chiste no tenga el
mismo efecto-. La gracia radica en que Phoebe toma como literal una
expresión que era metafórica, obviamente, pero también en que esto
que es obvio (todos fuimos bebés) se nos presenta como velado. Nadie
se identifica con un bebé aunque todos lo hayamos sido o, mejor
dicho, la identificación puede darse en el sentido que Ross le
dio: como un estado donde no hay razón ni madurez. A su vez, este
chiste me llevó al discurso que Lousteau dio en el marco
de la votación respecto de la despenalización del aborto y su
exposición sobre cómo no puede identificarse con una mujer, ya que
ser mujer es eso que nunca será.
Los
adultos nunca más seremos niños, lo fuimos, podremos tener más o
menos recuerdos de aquello, pero poco nos ofrecen respecto del
misterio que a veces nos representan.
No
quiero hacer un resumen del libro ya que confío en que decidan
transitar la experiencia de la lectura. Una lectura que les aportará
no sólo lineamientos sobre lo esperable de la infancia -que no es
necesariamente lo que más cómodo nos queda a los padres- sino que,
en el mejor de los casos, nos obliga a reflexionar sobre nosotros,
los que criamos. Para que al momento de pensar a nuestros hijos no
nos excluyamos. Asumirnos en ellos, asumirnos como padres posibles,
más que padres ideales. Nos invita a ser tiernos, a ser responsables
y a correr el eje de la preocupación de lo que se debe hacer.
Empezar, por ejemplo, por aquello que creemos que no se debe hacer
sería un gran comienzo. Tal vez, si cada padre pueda delimitarse al
menos en ese sentido, lo que quede por dentro, nos haga más felices
y auténticos.
Mirá vos, me gusta el convite a "transitar la experiencia de la lectura"
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