domingo, 17 de junio de 2018

Más crianza, menos de todo lo demás.


Por Maite Pil.

Escribir no es lo mismo que hablar. El pensamiento se dispone de una forma particular cuando es llevado a la escritura. Algo parecido sucede con la condición de ser padres. No es lo mismo un padre en reposo que un padre en acción.
Más crianza, menos terapia”, de Luciano Lutereau, es un libro que requiere, merece, ser leído en reposo. No contiene recetas, como bien advierte el autor. No es un libro que podamos consultar mientras intentamos persuadir a nuestros hijos de que salgan de la bañadera porque el agua se enfrió. Además, sería un crimen salpicarlo. Me parece muy bien logrado ese efecto. No es sólo no ir a buscar recetas sino calmar las ansias de encontrarlas. El libro nos lleva a dejar de lado ese impulso que, tal vez, habite un poco en todos. En este sentido, creo que la proliferación de diagnósticos prêt-à-porter-como la denomina el autory su correlato en libros específicos, con soluciones específicas, que hablan de generalidades puntuales, es decir, de todos, pero a vos, que te pasa justo esto, responden a cierta demanda de querer saber sólo sobre aquello que se cree útil, aquello que saca del anonimato del padecer para ofrecer una solución a medida.
Luciano Lutereau es psicoanalista pero es también su condición de padre lo que lo mueve a esta escritura particular. Al comienzo del libro, hace referencia a cómo su conocimiento teórico no lo salva de incurrir en ciertos errores o torpezas típicas de los padres. Seguramente así sea, no creo que se trate de una falsa modestia que pretende ganarse la empatía de su lector. Pero el mismo ejercicio de su escritura da cuenta no sólo de que la teoría se cuela en su observación particular de su hijo sino que, llegado a cierto punto, es imposible no reconocer algo de aquello en su accionar.
Basta con leer la anécdota en que están llegando tarde, él y su hijopara darse cuenta de que hasta en éste último algo del psicoanálisis lo habita. Más allá de este vínculo singular que sobrevuela el desarrollo del libro, podemos encontrar las más diversas situaciones y momentos en la vida de padres e hijos.
Mientras leía el libro recordé un chiste de Friends, donde Ross dice “I was such a baby” y Phoebe le contesta que no sea tonto, que todos fuimos bebés - acá mal tradujeron como “me comporté como un bebé” lo cual ya hace que el chiste no tenga el mismo efecto-. La gracia radica en que Phoebe toma como literal una expresión que era metafórica, obviamente, pero también en que esto que es obvio (todos fuimos bebés) se nos presenta como velado. Nadie se identifica con un bebé aunque todos lo hayamos sido o, mejor dicho, la identificación puede darse en el sentido que Ross le dio: como un estado donde no hay razón ni madurez. A su vez, este chiste me llevó al discurso que Lousteau dio en el marco de la votación respecto de la despenalización del aborto y su exposición sobre cómo no puede identificarse con una mujer, ya que ser mujer es eso que nunca será.
Los adultos nunca más seremos niños, lo fuimos, podremos tener más o menos recuerdos de aquello, pero poco nos ofrecen respecto del misterio que a veces nos representan.
No quiero hacer un resumen del libro ya que confío en que decidan transitar la experiencia de la lectura. Una lectura que les aportará no sólo lineamientos sobre lo esperable de la infancia -que no es necesariamente lo que más cómodo nos queda a los padres- sino que, en el mejor de los casos, nos obliga a reflexionar sobre nosotros, los que criamos. Para que al momento de pensar a nuestros hijos no nos excluyamos. Asumirnos en ellos, asumirnos como padres posibles, más que padres ideales. Nos invita a ser tiernos, a ser responsables y a correr el eje de la preocupación de lo que se debe hacer. Empezar, por ejemplo, por aquello que creemos que no se debe hacer sería un gran comienzo. Tal vez, si cada padre pueda delimitarse al menos en ese sentido, lo que quede por dentro, nos haga más felices y auténticos.







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