Por Maite Pil
Antes de ayer vi una película, “El
hilo fantasma”, sobre la cual ya escribí pero dejé afuera esta
escena que les voy a relatar, la estaba guardando para la ocasión.
Sin entrar en demasiados detalles, la escena consiste en que la
protagonista, que vive con su amante, por decirlo de alguna manera,
lo ve a él tomándole las medidas para un vestido de novia a una
chica joven y bella. Lo ve de lejos, más allá de la distancia
física, porque lo ve de afuera. La cara se le transforma, en un
segundo pasan por sus gestos angustia, odio y desesperación. Esa
escena es la condensación perfecta de lo que los celos son y lo que
los celos provocan. Al menos, en las mujeres.
La verdad es que la piba de la escena
era linda, sí ¿pero para tanto? ¿Como para que te cague el día y,
probablemente, la relación?
Se siente excluida, lo que me parece
uno de los puntos claves del asunto. Las escenas que nos dan celos
siempre son vistas de afuera, nunca formamos parte. Ya sea porque las
observamos con paralizante fascinación o porque las fantaseamos con
el mismo énfasis. Somos espectadoras, pasivas, de una historia, que
la mayoría de las veces, no existe ni existirá. Pero no es ese en
el único sentido que la exclusión aparece, se da, también, como
una suerte de repartición de atributos donde lo que tenga ella yo ya
no lo tengo, dejo de poseerlo. Si es linda, yo me siento horrible, si
es inteligente, yo me siento una pelotuda. Y así, con lo que se
puedan imaginar al infinito. La mala noticia es que el mundo está
plagado de mujeres hermosas e inteligentes. La buena, es que tal vez
la única que está pensando en eso sos vos.
En cambio, los celos de los tipos, son
otra cosa. La posibilidad de que conozcas a otro más lindo y más
copado que él, existe, obviamente. Que, vamos, puede pasarle a
cualquiera, a un hombre o a una mujer en una relación hetero u homo;
pero los celos no son preventivos, todo lo contrario.
Lo que importa es la construcción de
ese celo, el contenido que cada uno le da. Cuál es el detalle o el
dato que dispara semejante horror. Ahí radica la diferencia entre
las posturas masculinas y femeninas.
Conozco mil historias donde había un
tercero, X, que era fuente de celos, y luego con el tiempo, adivinen
qué pasó: El celado se fue con X. Pero no porque hubiera verdad en
la sospecha sino porque la sospecha plantó el deseo. (Si esto les
pasó o llegara a pasarles, ni se gasten en explicarlo, o pedir
explicaciones. No tiene sentido). Alguien me dijo una vez, que a su
vez creo que se lo dijeron – el origen de esta frase tal vez nos
pueda llevar a generaciones atrás, si alguien es el autor le
reconoceremos los derechos- no hay que darles ideas.
Bueno,
los celos de los hombres, ahí me quedé: El celo al pasado. El celo
al pasado, es tan tonto como el celo al futuro, nadie lo niega, pero
la diferencia es que el hecho ya fue consumado. No hay salida. Si el
celo al pasado emerge, a menos que se pueda viajar en el tiempo, hay
que agarrar la cartera e irse. Es un fantasma que carcome la cabeza y
que poco se puede hacer al respecto. Hay una película muy buena que
retrata esto que se llama “Song to song”. El protagonista (Ryan
Gosling) descubre -descubre porque pregunta, no porque el destino
así lo quiso- que su pareja tuvo sexo con un tipo que lo cago a él
en un negocio discográfico. Un tipo que lo tiene todo, plata, facha,
minas, poder. Un pene erecto caminante. Y Ryan (no recuerdo el nombre
del personaje) no puede vivir con eso, quiere investigar, hace
preguntas que sólo le traen respuestas insoportables. Cuántas veces
se acostó con él, cuándo, etc. etc. ¿Cuál es la única pregunta
que no hace en relación al otro? Si lo amaba, eso no lo pregunta. No
le interesa. Él sabe que ella lo ama a él. Pero no le sirve. Porque
no puede dejar de pensar en cómo se la cogería el otro. Si la
tendrá más grande que él. Si la hacía acabar en tal o cual
posición. Y se separan, obviamente.
Mientras
que de un lado tenemos una postura femenina que cela la posibilidad
de que otra sea más mujer, elegida para ocupar ese lugar, más
merecedora de amor; del otro nos encontramos con una postura donde lo
que se pone en juego no es amor, sino placer, que otro la haga (o la
hizo) gozar más que él.
En
fin, yo no estoy intentando hacer teoría, y mucho menos dar recetas.
Me gusta describir aquellas cosas que observo; el saber, o construir
cierto tipo de saber propio, debe servir de algo. No siempre se
aprende de lo que se sabe, ni se pone en práctica lo aprendido. Pero
si se empieza por algún lado, es sin dudas, sabiéndolo. Saberlo
para no querer saber más nada de esto.
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