Por Maite Pil.
Basta con separarse para darse cuenta de que hay que comprarse ropa. Otra ropa. O hacer como mi vecina, que se separó casi el mismo día que yo, se tiñó el pelo y ya está estrenando novio. Hace muchos años atrás, cuando me separé de D., mi primera relación larga, fui a la casa a buscar mis cosas y él tenía zapatillas nuevas. Se las vi desde la otra cuadra, eran naranjas y llamativas. Pero no le dije nada. No contento con la situación, puso un pie arriba de la silla y se desató los cordones para volvérselos a atar. Él quería que le dijera algo de las zapatillas. Quería que volvamos. Demostrarme no sólo que era lindo, porque las zapatillas lo embellecían, sino también, que había algo de cambio ¿Si me cambio de zapatillas como no voy a poder cambiar todas esas cosas que te molestan?
D. se confundió. La otra ropa nunca opera para la relación perdida. La ropa sólo puede funcionar en la medida en que, el cuerpo que habita debajo, no haya sido amado aún. Se puede enamorar con la ropa - con el pelo teñido- pero no se recupera un amor por esas vías. Lacan dice: "Lo que hay debajo del hábito y que llamamos cuerpo (...) es ese resto que llamo objeto a. Lo que hace que la imagen se mantenga es un resto (...) el amor en su esencia es narcisista, y denuncia que la sustancia pretendidamente objetal es de hecho lo que en el deseo es resto, es decir, su causa".
Me separé de D. porque un día hizo mucho calor o, para ponerlo en términos macristas, de pronto pasaron cosas. Llegué al consultorio de mi primera (única mujer) analista y le dije que estaba derretida. Me preguntó que qué me derretía y ahí nomás me puse a llorar. D. no me derretía. Me había dejado de gustar. Fue la mejor sesión que tuve con ella. Esa sesión pasé a diván.
El otro día estaba hablando con Flor Bea sobre cómo a veces creemos que nos curamos cuando, en verdad, es que no se presentó la oportunidad de enloquecer. Porque loca no es la quiere sino la que puede. Separarse muchas veces genera esa falsa ilusión de salud mental.
El otro día estaba hablando con Flor Bea sobre cómo a veces creemos que nos curamos cuando, en verdad, es que no se presentó la oportunidad de enloquecer. Porque loca no es la quiere sino la que puede. Separarse muchas veces genera esa falsa ilusión de salud mental.
Hay un sueño que siempre recuerdo. Yo estaba sentada en el inodoro hablando con ella, F.B., sobre el papel higiénico. Le decía que el de hoja simple era para los hombres y el de hoja doble era para las mujeres (tal vez pudo haber sido al revés). Cuando se lo conté en sesión a Lito Matusevich (mi siguiente analista) me dijo "ahí está tu rollo, dejamos acá". Tres minutos y el resto de mi vida duró esa sesión.
A veces pienso en llamarlo. Contarle que fui mamá. Contarle que mi vieja se murió y que ya no sueño con animales que me atacan.
Decirle que retomemos aquel sueño del rollo antes de que vuelva a jugar su papel si es que ya no lo jugó.
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