Por Maite Pil.
A long time ago- pero en esta galaxia-, y con un amante en particular que no viene al caso, tuve una serie de situaciones desafortunadas. De esas que suceden cuando una torpemente quiere llevar el vínculo a un determinado lugar pero acepta todas las condiciones que pone el otro, que apuntan, obviamente, al lado contrario.
Un día, completamente sacada por su fortuita desaparición, intenté contactarlo setenta mil veces. Eran épocas en que no quedaba registro de esto como lo hay hoy. Ante semejante acting out, al día siguiente, no pude más que sentirme miserable. Necesitaba remediar lo que había hecho. Y no tuve mejor idea que ir a la librería de la vuelta de mi casa y comprar "El arte de amar". No para leerlo yo, cosa que hubiese sido un poco más honesta, sino para regalárselo a él. En una de las hojas de cortesía le escribí una dedicatoria que no recuerdo, pero sospecho que citaba una frase de alguien más ¡Como para que el regalo no fuera tan personal!
Ese mismo día, el de la compra del libro, dí con él, y él, ni enterado de todo mi drama, y hasta concretamos un encuentro. El libro, por supuesto, me lo quedé yo pero le arranqué esa hoja de cortesía, no podía soportar tanto melodrama en un mismo objeto.
Pero, acaso ¿no hubiese sido más sano regalarle el libro a un hombre que se hace presente y no al fantasma que estaba empezando a fantasear en mi cabeza?
No, yo quería el gran acto final. El regalo de despedida. La confesión irremediable. Hacerle creer que podría haber sido amado de no haber sido por él.
Lo que enmascaraba ese libro-porque bien podría haber sentido que ya había puesto todo de mí y que la mejor manera de salir de esa situación era tomando distancia- es que era yo quien sentía culpa. Pero no una culpa que me invitara a reflexionar, más bien una culpa que me impulsaba a arrastrarlo conmigo a esa espantosa e insostenible incomodidad.
Por suerte - y "por suerte" me refiero a haberme sometido a análisis- pude generar otros tipos de vínculos con los hombres. Claro que eso no significa que en todas mis relaciones haya existido correspondencia. Pero, al menos, pude situar eso - el desencuentro- en otra escena; escena que requería, indefectiblemente, que yo desarrollara otro papel. Así es como pude - casi sin proponérmelo porque ese es el verdadero logro del psicoanálisis, ser sin impostura o instrucción clínica- querer amar y ser amada; sin culpas, sin víctimas y sin victimarios.
Hoy, a raíz de un recuerdo de facebook, saqué la cuenta y descubrí que, a pesar del tiempo que pasó, mantengo vínculos con muchos de los hombres de mi pasado; amistosos la gran mayoría. Es más fácil cambiar uno que cambiar una dinámica. Pero ¿puede una dinámica sostenerse si uno de sus integrantes cambió?
Sí y no. No importa demasiado. Todos, pasada cierta edad, nos preguntamos si el amor es aquello que pasó o aquello que está por venir. Y no son ni preguntas ni respuestas excluyentes entre sí. Lo único que es excluyente al interrogante sobre el amor es aquel que no quiere participar de él.
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