domingo, 10 de marzo de 2019

La mirada imperiosa.






Por Maite Pil


Hace tiempo que vengo leyendo la frase - aplicada a diversas situaciones- quedate con el que te mire como fulano mira a mengano. No tengo idea de dónde salió, disculpen mi ignorancia, tampoco me tomé el tiempo de rastrearla, pero me interesa, más que nada, la forma en que se reproduce en las redes sociales.

¿Por qué pegó y pega tanto?
A simple vista podríamos decir que es romántica, que apela a la simpleza de un gesto- suponiendo que la mirada podría ser uno- como motivo suficiente para permanecer en un amor o descubrirlo como tal. Pero si nos ponemos a analizarla con más detenimiento vamos a desprender de ella diversas interpretaciones. Para hacer este ejercicio voy a, primero, enunciar las dos cosas que más fácilmente discierno en su construcción.
Por empezar, esta frase implica, necesariamente, la presencia de un tercero. Es un testigo quien le atribuye la cualidad de valiosa, amorosa o deseante a esa mirada, no quien la recibe. Por supuesto que no hace falta que ese testigo sea efectivamente una persona de carne y hueso, esa tercera posición puede estar dada por un imaginario.
En segundo término, que es el que más me interesa y me espanta, en iguales cantidades, es que abona a una construcción absolutamente narcisista y especular del amor: Quedate con el te mire.

La frase está perfectamente construida. De eso no caben dudas. Hay un sujeto - imaginario o no- que ve cómo otro mira y que debe avisarle al tercero, al mirado, que es visto de tal o cual forma.

¿Por qué hay que avisarle al mirado de que es mirado y que debe permanecer en esa vista? - Quedate con es un imperativo bastante fuerte- Y ¿a quién mira o qué ve aquel que es receptor de esa mirada? ¿Por qué no se da cuenta? ¿Qué relación hay entre lo que uno ve de un otro con lo que el otro puede devolverle?
Esta frase no responde ninguna de estas cuestiones. No pretende hacerlo, tampoco. Es la frase pretendidamente amorosa que le hace la pata, el caldo gordo, a los tiempos del Instagram y la foto como protagonista. Donde importa mucho más ser visto que ver. Donde se goza, incluso, de esa asimetría. No sea cosa que vayamos a descubrir que rara vez se está a la altura de lo que el otro ve en uno.
La única forma de salir de esta lógica de amores de vidriera es cruzando miradas. Sólo así podremos enfrentar al vacío fundamental del amor: no hay nada que ver.















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