jueves, 5 de julio de 2012

En el centro del drama.


Por Maite Pil






La última vez que había ido al teatro y salido así de emocionada fue con “Medea” en el teatro San Martín. En esta ocasión fue la obra “Las descentradas”, de Salvadora Medina Onrubia , la que me devolvió al cuerpo esa específica sensación de haber formado parte de un espectáculo teatral gozoso.  Cuánta tensión se juega allí, en el escenario y en el público, siendo testigos todos de lo inacabado, de un arte en proceso.  El teatro nos coloca frente a algo que el cine no nos da: la contingencia, el margen al error.  La obra ya no está en cartel pero pueden leerla en “Las descentradas y otras piezas teatrales” de Ediciones Colihue.
No es azaroso que esta obra me remita a aquel mítico personaje de Medea.  Una mujer que comete el acto más horroroso en nombre de lo más preciado: el amor. También Elvira, protagonista de “Las descentradas”, cae, en cierta medida, en esta trampa. Mujeres ¿Quién las entiende? ¿Por qué tanto drama?  De más está decir que a mí, algo de este drama,  me deja capturada… Hasta el psicoanálisis intentó responderse la pregunta sobre qué quiere la mujer.  La respuesta está, claro, en una por una. Que vaya a ser descubierta, o no, ya ese es otro cantar.
Elvira está infelizmente casada con un corrupto político argentino. Ella quiere ser  otra mujer, quiere estar en otro lado (ocupar otro lugar en esa sociedad machista), y mientras tenga a su esposo, parecen ser claros sus deseos.  O para decirlo en términos de Lacan: “Los obstáculos externos que impiden nuestro acceso al objeto son precisamente los que crean la ilusión de que sin ellos el objeto nos resultaría directamente accesible.”
Elvira se enamora, muy a pesar suyo, del prometido de su mejor amiga, una niña consentida, simple y feliz, que pocas curiosidades tiene acerca del sentido de la vida y poco conocimiento sobre el dolor. Elvira y su amante son descubiertos por su esposo, el cual le pide el divorcio. Ella lo acepta y va a vivir un tiempo a la casa de una amiga suya, Gloria, escritora. Una mujer que ha sido condenada por su entorno por haber dejado a su familia para dedicarse a su arte. Los diálogos entre ellas dos no tienen desperdicio. “Todo es una traba en el camino si a donde se quiere llegar es a la felicidad” le dice Gloria a Elvira con todo el dolor del mundo. El dolor que le proporciona el hecho de haber abandonado a sus hijos por algo que creyó iba a hacerla más feliz. Y no. Escribir no la hace feliz, ya no hay lugar para la felicidad en su universo, tan sólo actos desesperados para mitigar la angustia. Elvira, en un principio, se resiste a creerle. Le habla acerca de su proyecto, quiere tener una familia, plancharle la ropa a su futuro esposo, cocinarle. Ser su mujer. Cree haber encontrado el lugar. “¿Y si la felicidad fuese sólo una palabra?” le pregunta Gloria . Nadie va a responder jamás esa pregunta con palabras.
Elvira renuncia a su amor, cree que él debe casarse con aquella niña que tanto lo desea y tanto está sufriendo por él. “Cuando hay dos mujeres involucradas con un hombre siempre gana la distante” dice Elvira. Ella renuncia a su amor para ganar. Para ganarse un lugar en el deseo de él. Para que él la extrañe, la añore, para que él se pregunte cómo habría sido la vida con ella.
Renunciar. En orden de alcanzar una fantasía, un deseo, es necesaria la renuncia.  Lo contrario a lo que suponen (¿imponen?) las sociedades de consumo, donde el imperativo es la acumulación sin renuncia.  Voy a citar nuevamente a Lacan porque creo que nadie pudo decir ciertas cosas mejor que él: "Para que alguna cosa exista es necesario que en alguna parte haya un agujero."
“Nos ganaron los simples, los que tienen el secreto de la vida” exclama Gloria al final de la obra. El secreto de la vida. Qué paradojal. Pareciera ser que cuántas más preguntas nos hagamos acerca de él, más nos alejamos.  
Tal vez este secreto de la vida, la posibilidad de construirse un tipo de felicidad, sea justamente el no intentar llenar todos los agujeros. Y así, entonces, poder construir otra cosa, en otro lugar. Poder armarnos como hombres y mujeres, y aceptarnos agujereados. Elvira no pudo, no pudo con el agujero que Gloria le mostró al decirle que la felicidad sea, tal vez, sólo una palabra. Elvira quería un amor totalizante, idílico. Quería la felicidad, toda ella, completa. Éste es su acto horroroso. El no haber podido dejarse amar a pesar de los vacíos. 

1 comentario:

  1. Nuevo curso de análisis y crítica de cine!
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