lunes, 16 de julio de 2012

Las casas

Por Flor Bea
 
Me he mudado de casa, como de barrio, tantas, tantas veces. Me mudé también de compañía. Y sí, creer o reventar, yo vivía con un tipo. Éramos una pareja. Si éramos felices no tengo idea porque recuerdo poco y nada de aquella etapa de mi vida. Fue lejos y hace tiempo, cuando yo era joven, muy joven y me pintaba los ojos de negro y no me pintaba los labios porque besaba seguido. También viví con amigas. Con una duró muy poco la convivencia porque ella quedó embarazada y a continuación nos peleamos. Una parte de la pelea fue un malentendido, la otra parte fue bien entendida. Con otra amiga conviví bastante más. Porque ninguna quedó embarazada y porque nos compensamos bien: yo grito cuando ella calla, ella calla cuando yo grito. O sea… la gritona soy yo, asumido.
Pero llegué a las casas porque estaba pensando en otra cosa. En mis invitados en mis casas. O más bien, en mí en mis casas con mis invitados. Quiero decir: qué lindas y cómodas que me parecieron a mí mis casas. Un ambiente, estufa, sahumerios, los violines de Kronos Quartet sonando en un buen parlante… ¿qué más podía querer yo de una casa “mía” (entre comillas porque siempre fueron alquiladas)?
Pero entonces él me dijo que venía a cenar a casa. Que me ocupara de la cena, que él llevaba el vino. ¿A casa?, ¿de la cena? Me bloqueé. O sea, arroz integral (si no blanco) para mí era sinónimo de cena. ¿¡Y a casa!? De pronto tuve la sensación de que no iba a pasar por la puerta de entrada. Él era tan alto y mi casa, por dios, de un ambiente, tan pequeña. No íbamos a entrar los dos en la cocina, no, no íbamos a entrar, definitivamente. La cena resultó el chau fan de mi chino de entonces, y su vino. Se quedó a pasar la noche. Pero como tuvimos que dormir en mi cama de una plaza y media que a su vez hacía de sillón y él tan grande… se despertó y se quejó del dolor de cuello y entonces yo… pensé que nunca más iba a llamarme.
O el uruguayo que vivía en Colonia y me dijo: “Te extraño, te amo, me voy para Buenos Aires. Bancame en tu casa hasta que consiga algo”. ¿¡En mi casa!? Bueno, salí corriendo a comprar un camino para la mesa ratona, fundamental. Y averigüé en todos los Frávega si de verdad era malo poner el microondas encima de la heladera. O sea, se me había metido en la cabeza que sin microondas no lo podía recibir. Pero en mi cocina… apenas entraba yo (una vez tuve un depto en el que no entraba la heladera en la cocina y la tenía en el living, sí, pasé por todas). Nunca compré el microondas porque una compañera de la oficina me preguntó dónde iba a poner todo lo que tenía arriba de la heladera (licuadora, especiero de seis frasquitos, frutera, panera y rollo de cocina) y entonces caí en mi realidad.
Pero el peor ataque de nervios lo tuve cuando mi rubio preferido me llamó para dormir juntos. Bueno, su casa descartada excepto que su esposa quisiera dormir con nosotros también. Ambos odiamos los telos. OK, mi departamento.
–A las 10 está bien.
Corté. Me tamblaban las manos. Miré a mi alrededor. Agarré el Blem pero me estaba meando. Fui al baño con el Blem. Hice más que pis y entonces me di cuenta.
–¡No tengo bidet! Qué mierda.
Me limpié y salí corriendo al pasillo del edificio. Me tomé el ascensor y noté el Blem en la mano. ¿Había cagado y me había limpiado con el Blem en la mano? “Qué loca, por dios, si lo apoyé en el piso y volví a agarrarlo“, pensé.
Llegué a la vereda. Miré a ambos lados como si fuese a cruzar la calle. Un pendejo pasó y me dijo: “Sí, enceramela, mamita“. Paré un taxi que pasó por la puerta. Me subí. El taxista me preguntó adónde iba. “A la zona de los negocios de sanitarios“, le dije. “¿Dónde mierda queda eso?“, me preguntó enojado porque se dio cuenta de que billetera no tenía, sólo tenía Blem. Le tendría que haber disparado con el aerosol en los ojos por ser un guarango conmigo. Pero simplemente me bajé. Caminé las tres cuadras que habíamos hecho con el auto, llegué a mi departamento, entré al baño y me senté a llorar en el inodoro.
Mismo día a la noche: mi rubio en mi casa. Todo mío (ilusión, no importa).
Se levanta para ir al baño. Yo aprovecho para alinear los libros en la biblioteca.
–Siempre me pregunté cómo hace la gente que no tiene bidet.
Auch.
–Ah, con Blem –se hace el chiste a sí mismo.
Bueno, no me causó nada de gracia.
Un tarado el rubio. Por suerte no me llamó nunca más.

3 comentarios:

  1. Me mate de risa entre tus lineas y nervios quebrantados! (coditos arriba de la mesa).
    Slds!

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  2. Me mate de risa entre tus lineas y nervios quebrantados! (coditos arriba de la mesa).
    Slds!

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