Por Flor Bea
Me he mudado de casa, como de barrio, tantas, tantas veces. Me mudé
también de compañía. Y sí, creer o reventar, yo vivía con un tipo. Éramos una
pareja. Si éramos felices no tengo idea porque recuerdo poco y nada de aquella
etapa de mi vida. Fue lejos y hace tiempo, cuando yo era joven, muy joven y me
pintaba los ojos de negro y no me pintaba los labios porque besaba seguido.
También viví con amigas. Con una duró muy poco la convivencia porque ella quedó
embarazada y a continuación nos peleamos. Una parte de la pelea fue un
malentendido, la otra parte fue bien entendida. Con otra amiga conviví bastante
más. Porque ninguna quedó embarazada y porque nos compensamos bien: yo grito
cuando ella calla, ella calla cuando yo grito. O sea… la gritona soy yo,
asumido.
Pero llegué a las casas porque estaba pensando en otra cosa. En mis
invitados en mis casas. O más bien, en mí en mis casas con mis invitados.
Quiero decir: qué lindas y cómodas que me parecieron a mí mis casas. Un
ambiente, estufa, sahumerios, los violines de Kronos Quartet sonando en un buen
parlante… ¿qué más podía querer yo de una casa “mía” (entre comillas porque
siempre fueron alquiladas)?
Pero entonces él me dijo que venía a cenar a casa. Que me ocupara de
la cena, que él llevaba el vino. ¿A casa?, ¿de la cena? Me bloqueé. O sea,
arroz integral (si no blanco) para mí era sinónimo de cena. ¿¡Y a casa!? De
pronto tuve la sensación de que no iba a pasar por la puerta de entrada. Él era
tan alto y mi casa, por dios, de un ambiente, tan pequeña. No íbamos a entrar
los dos en la cocina, no, no íbamos a entrar, definitivamente. La cena resultó
el chau fan de mi chino de entonces, y su vino. Se quedó a pasar la noche. Pero
como tuvimos que dormir en mi cama de una plaza y media que a su vez hacía de
sillón y él tan grande… se despertó y se quejó del dolor de cuello y entonces
yo… pensé que nunca más iba a llamarme.
O el uruguayo que vivía en Colonia y me dijo: “Te extraño, te amo,
me voy para Buenos Aires. Bancame en tu casa hasta que consiga algo”. ¿¡En mi
casa!? Bueno, salí corriendo a comprar un camino para la mesa ratona,
fundamental. Y averigüé en todos los Frávega si de verdad era malo poner el
microondas encima de la heladera. O sea, se me había metido en la cabeza que
sin microondas no lo podía recibir. Pero en mi cocina… apenas entraba yo (una
vez tuve un depto en el que no entraba la heladera en la cocina y la tenía en
el living, sí, pasé por todas). Nunca compré el microondas porque una compañera
de la oficina me preguntó dónde iba a poner todo lo que tenía arriba de la
heladera (licuadora, especiero de seis frasquitos, frutera, panera y rollo de
cocina) y entonces caí en mi realidad.
Pero el peor ataque de nervios lo tuve cuando mi rubio preferido me
llamó para dormir juntos. Bueno, su casa descartada excepto que su esposa
quisiera dormir con nosotros también. Ambos odiamos los telos. OK, mi
departamento.
–A las 10 está bien.
Corté. Me tamblaban las manos. Miré a mi alrededor. Agarré el Blem
pero me estaba meando. Fui al baño con el Blem. Hice más que pis y entonces me
di cuenta.
–¡No tengo bidet! Qué mierda.
Me limpié y salí corriendo al pasillo del edificio. Me tomé el
ascensor y noté el Blem en la mano. ¿Había cagado y me había limpiado con el
Blem en la mano? “Qué loca, por dios, si lo apoyé en el piso y volví a
agarrarlo“, pensé.
Llegué a la vereda. Miré a ambos lados como si fuese a cruzar la
calle. Un pendejo pasó y me dijo: “Sí, enceramela, mamita“. Paré un taxi que
pasó por la puerta. Me subí. El taxista me preguntó adónde iba. “A la zona de
los negocios de sanitarios“, le dije. “¿Dónde mierda queda eso?“, me preguntó
enojado porque se dio cuenta de que billetera no tenía, sólo tenía Blem. Le
tendría que haber disparado con el aerosol en los ojos por ser un guarango
conmigo. Pero simplemente me bajé. Caminé las tres cuadras que habíamos hecho
con el auto, llegué a mi departamento, entré al baño y me senté a llorar en el
inodoro.
Mismo día a la noche: mi rubio en mi casa. Todo mío (ilusión, no
importa).
Se levanta para ir al baño. Yo aprovecho para alinear los libros en
la biblioteca.
–Siempre me pregunté cómo hace la gente que no tiene bidet.
Auch.
–Ah, con Blem –se hace el chiste a sí mismo.
Bueno, no me causó nada de gracia.
Un tarado el rubio. Por suerte no me llamó nunca más.
Me mate de risa entre tus lineas y nervios quebrantados! (coditos arriba de la mesa).
ResponderEliminarSlds!
Me mate de risa entre tus lineas y nervios quebrantados! (coditos arriba de la mesa).
ResponderEliminarSlds!
Muy bueno. Me encanto!!!
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