Maite Pil
El viento era helado.
Fumé con los guantes puestos. Vino el colectivo y me ubiqué delante del asiento
que sabía se iba a desocupar en tres paradas. Me senté. Antes de desmayarme en
un sueño profundo, pensé que buscar es una mierda. Cerré los ojos y pensaba más.
Después de un millón y medio de estados anímicos perdí el hilo conductor. Podría
culparlo a mi gato por ello. Juega con
cordones, con piolines, bien podría haber escondido el hilo conductor
debajo de la heladera. “Hay que tener cuidado con la curiosidad” me dijo mi analista al final de la sesión, ya
abriéndome la puerta del consultorio. Pará, pará, qué me quisiste decir. ¿¡Qué
me quiso decir!? Y de pronto estoy en el departamento y pienso que construirse
un mundo sobre la palabra es infantil. Y una verdad, y una vida, y un par de
deseos, otras tantas frustraciones. Construirse personas, vínculos, recuerdos.
La vida es un puro bla. Ahora no escucho nada. Me tapo los oídos y empiezo a decir “lero, lero, no te escucho”. Buscar es
una mierda. Ojalá este momento de silencio se prolongara para siempre, me digo
sin hablar. Lo pienso. No quiero volver
a buscar palabras. Hay vínculos que son como sopas de letras. Veo la sopa
adentro de una taza de café enorme y se forman palabras. Mamá. Hermana. Hombre.
Hombre no es un vínculo, y tiro la taza. Trato de decir algo pero no escucho,
tampoco la taza hace ruido al caer. Hay cosas que ya nunca voy a poder decirte
y al lado de la taza me doblo en llanto. Veo unas fotos en la computadora que tiene
forma de caja de cartón. Encuentro una foto tuya y empiezo a vomitar letras,
aunque no llegué a tomar nada de esa sopa verde, espesa, llena de errores
conceptuales. No quiero ver nada. Grito pero no me
sale la voz. Estoy muy cansada. Me tiro en el piso con la idea de taparme los
ojos. Pero esta vez no iba a espiar por entre los dedos.
Me reincorporo y me siento
en silencio, después camino. Pero
estaba a oscuras. No, empiezo a tener
miedo de golpearme con la mesa, una que estaba ahí, cruzada. Entonces me vuelvo
a sentar. Me quedo sentada a oscuras. Con los ojos cerrados y los oídos
tapados. Pienso que no hay música pero no quiero ni a la música. No, no la
quiero. Siempre me trae recuerdos. Y vuelven las palabras, y las imágenes. No,
no quiero nada de eso. No quiero comer tampoco. Los sabores me los guardaré
para otra ocasión. Y desearía no haberme cortado el pelo, estaba casi rapada y
me desesperaba. Era verano, en el piso
estaba el enterito que tenía puesto el día que te conocí. Y me lo pongo. Me revuelco
arriba de las piedras del gato, la caja era enorme. Sí, arriba de las piedras
del gato a oscuras y en silencio. Empiezo a llenarme de mierda toda la ropa y
el cuerpo. Y miro la bañadera pero no me voy a bañar. Odio el vapor y además la
ducha hace mucho ruido. No quiero saber nada con los sonidos. Las ventanas
empañadas me hacen acordar a las casas. Pero esto no tiene forma de casa. Algo
se deforma y se pone negro. De pronto abrí los ojos, tenía la mano del
colectivero en mi hombro, me dijo algo, yo balbuceé. Bajé como eyectada de una nave
espacial. Y me fui, caminando y en silencio, pensando en la diferencia entre un
sueño y una pesadilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario