Por Flor Bea
I.
I.
Fue en 2009, en pleno BAFICI. Estaba sentada en una butaca de la sala 6 de los cines Hoyts del Abasto. Eran las 23.36. El cine estaba más vacío que lleno. Alguien echaba un vistazo a su fila de asientos -la sexta contando de la pantalla hacia el fondo- para elegir ubicación en esa. Era Él, aunque Ella todavía no supiera de Él. Se sentó justo al lado, en la butaca de su izquierda. Holland, la que daban en esa sala, comenzaba a las 23.45 de ese sábado de abril.
Cuando la película llevaba veinte minutos de incertidumbre en el público, Él buscó la mirada de Ella en complicidad por el embole. Pero sólo halló su perfil: era prolijo, se notaba una nariz de cartílago duro; no le sobraba nada; parecía francesa y flaca. Pestañeaba al ritmo de la película, que no tenía diálogos, más bien murmullos de fondo. Algún sonido. Luego, nada. Y otro pestañeo.
De pronto, la panza de Él habló por los personajes: hizo un ruido que se desprendió el esófago para descender con parsimonia por cada órgano del aparato digestivo. Casi al mismo ritmo que la protagonista rubia, de tetas puntiagudas y pezones imperceptibles, fumaba un cigarrillo en su pocilga. Al fin del recorrido, pareció apagarse en el colon.
Él buscó el perfil de Ella para involucrarla nuevamente. Pero sólo encontró la rigidez que se desprendía de la vergüenza ajena. Tanta, que era capaz de contener la respiración por quince minutos si la vida a cambio le prometía que volvía el tiempo atrás para cambiarse de película y de sala.
Terminó. La gente salió sin palabras.
Ella comenzó el recorrido de rampas hacia la salida. Él la siguió hasta alcanzarla.
-¿Sabías que la protagonista se llamaba Olga y tenía veinticinco años?
-No. No soy la esposa del director.
-¿Y que el tipo de la tienda era el padre de Olga?
Ella frenó de golpe. Él, que tardó una milésima de segundo en imitarla, quedó un poco más adelante y más abajo; así eran casi de la misma altura. Lo miró a los ojos: verde uva como los de Olga.
-Yo acabo de ver la misma película que vos y de Olga no sé más que su aspecto físico.
-Porque no agarraste el suplemento del festival con todas las reseñas. ¿Cenaste?, yo no. Te invito.
Que Él no había cenado era obvio. Lo que no se sabía era dónde iban a encontrar un lugar abierto y con comida a esa hora. Encontraron muchos cerrados y uno sin comida.
-¿Sabías que desde que fuiste al baño antes de entrar a la sala que te estoy mirando?
-Mentira, qué mentiroso. Ni siquiera recuerdo haber ido al baño antes de entrar a la sala –le contestó poniendo voz de nena de tres años. Entonces supo que se había enamorado.
II.
En 2009. Agosto. Tenía un poco de dolor de garganta. El día anterior, la lluvia la había agarrado desprevenida. Lo esperaba en su casa. La noche era helada. Adentro, también algo de frío.
Él le tocó el timbre con la pera. Tenía las manos ocupadas: salamín, queso y aceitunas en una bolsa de Coto; un Uxmal Malbec en otra bolsa de Coto, la bolsa del video con una película y un abrigo colgando del antebrazo. Se sabía que todos los viernes Él iba a la casa de Ella, llevaba para picar y veían una peli.
Ella lo ayudó a descargar las cosas sobre la mesada. No lo miró ni un momento. Es fácil abrir bolsas mirando sólo bolsas. Aportó tostaditas que compraba envasadas y un queso azul Adler para untar. Él despellejó el salamín. Con los dedos brillosos y un trocito de grasa blanca bajo una de las uñas, le refregó los labios; después le dio un beso sencillo. Ahora les brillaban las bocas. Ella fue a lavarse.
A media picada, con las irrelevancias de la vida cotidiana ya charladas, Ella fue a poner el DVD. La película era Shrek 3. Cierto que peor hubiera sido Cars, pero también era cierto que venían mirando películas de otro tipo. Tipo Olgas pero que hablan.
Cuando terminó, quedaban entre seis y ocho cubitos de queso. Y algo de vino en cada copa. Él suspiró antes de dar el último sorbo con que lo liquidaría.
-¿Te puedo hacer una pregunta?
Un escalofrío le erizó la piel de las rodillas a la nuca. Podrían haber sido chuchos por la gripe inminente. El cuerpo con sensaciones aprendidas. Que repite en ocasiones: incubando una gripe; recordando una mierda adquirida. Neurosis estrenadas. Gastadas.
Una mujer de veintiséis años, que lo que más deseaba en la vida era lo que menos retenía, se erizaba. No sé era la respuesta. Ni idea. No sabía si estaba enamorada, no sabía si en caso de estarlo quería declararlo, no sabía si sería capaz de estar con Él para… ¿qué? ¿Cuánto? ¿Siempre? ¿Cuánto es siempre cuando Shrek y una picada ya terminaron? No, no sabía si permitirle hacer la pregunta. Pero si le contestaba no, Él se iba a reír y a continuación preguntaría igual.
Pero Él preguntó sin permiso ni vergüenza, como quien está dispuesto a tirarse el primer pedo de la pareja porque ya no puede retenerlo. Así. Disparó:
-¿Los ogros existen?
Y con el ceño aún fruncido por la duda, se metió un cubito de queso que masticó con la boca semiabierta. Lo bajó enseguida con un trago de Malbec de la copa de Ella. Ahora los dos cristales estaban engrasados.
III.
Una mañana de invierno. Un día después de haber visto Shreck 3. Sentía odio. En cada milímetro de su ser. Odio anclado en los riñones. Desayunaban. Ella le debía una respuesta. La sorpresa de la noche anterior la había enmudecido. Mordió la tostada. Tragó café. Dijo no.
-¿No qué? -preguntó Él. Y arriesgó por dentro “algo salió mal en las tostadas”.
-No. No existen. Los ogros. No. ¿Por? Pensaste que como los vampiros…, ¿así? ¿Por qué? ¿Te confundiste? ¿De personaje? ¿O de pregunta? ¿Por qué, mi amor? ¿Por qué me hiciste una pregunta tannnn tonta? ¡Mi amor! ¡Contestame, la concha de la lora, cuando te hago una pregunta! ¿Por qué mierda, por qué, por qué, por qué, por qué? La puta madre, ¡era Shrek, Amor, era Shrek! ¿Qué te pasa?, ¿estás tonto? ¿Qué mierda está pasando? ¿Qué es toda esta mierda surrealista? Esta mierda infantil. Loco, ¿qué carajo pasa por tu cabeza? ¿En qué estabas pensando anoche, todo engrasado?, ¿no te diste cuenta?, ¿en qué estabas pensando, eh? Andate. De mi casa. Por favor andate. No quiero volver a verte. No quiero volver a escuchar de vos. ¡Quiero que Dreamworks y vos desaparezcan de la faz de la Tierra!, ¿me entendiste? Quiero que los ogros no existan.
Y entonces, después del portazo más hueco que escucharía en su vida, tuvo la sensación de que las ogras empezarían a existir ese día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario