Estoy en la dentista haciéndome limpieza bucal. Me pide que abra bien bien grande la boca. Mientras incrusta un fierrito entre los incisivos centrales de abajo para quitar el sarro que hay entre ellos (¡y duele!) me dice que no hace falta que vaya hasta allá por limpieza, que puedo hacerlo yo misma en mi casa. Y me explica cómo: “Con el cepillo de dientes, aprendiendo a manejarlo, es un arte, tenés que lograr que las cerdas se te metan entre los dientes. Aunque a vos te parezca que no entran, sí, ahí siempre hay una hendija”.
Al rato, estoy en mi departamento haciéndome limpieza bucal, como me enseñó la doctora de tetas grande. (¿Por qué todas las dentistas tienen las tetas tannnn grandes? ¿Porque para atender a sus pacientes se reclinan bastante sobre ellos y no tendría gracia de otro modo?). Me cepillo fuerte, les doy muy fuerte, y aunque no soy lesbiana pienso en sus tetas mientras limpio mis dientes. Y tal vez porque ese pensamiento me distrae es que me salgo y ahora estoy en las encías, raspándolas, rayándolas con las cerdas, despellejándolas. Hasta que sangran. Entonces sonrío y hay un agujero negro: no es una seguidilla de hendijas, es que me falta un diente.
Me despierto. Abro los ojos y me doy cuenta de que estoy un poco agitada. Me tiembla todo el cuerpo. Al lado mío, en mi cama, duerme M.S. Duerme y ronca. Y eso que no está acostado boca arriba. Es increíble lo que ronca, pero me gusta. Tengo ganas de tocarlo mientras ronca. Pero me estoy meando y llevo mi cuerpo tembloroso hasta el baño. Ahí veo su cepillo de dientes junto al mío, y recuerdo que anoche, después de coger y antes de volver a la cama, cuando vi eso por primera y última vez, sonreí y pensé: ojalá que lo dejaras para siempre. Vuelvo a la cama. Me tranquiliza ver en el reloj que todavía faltan cuatro horas para levantarnos. Lo miro dormir y cierro los ojos para imitarlo.
De pronto él me dice besame. Hago un movimiento corto para pegar mi tronco al suyo de modo de que sintamos plano sólo lo plano y de que todo lo demás se salga de sí y de nosotros para nosotros. Soy obediente, lo beso. Abro la boca lo más grande que puedo, hago todos los esfuerzos porque sea inmensa, pero él hace lo mismo y me gana. Su boca está empapada y es mucho más grande y podría meterme entera en su boca. Yo sé que si él quisiera podría tragarme, pero no lo hacemos. Y me ayuda con sus manos: me agarra el maxilar, algún dedo le queda en mi paladar y en mi labio superior que se arruga, y tira para arriba; con la otra mano me empuja la mandíbula hacia abajo. Amo cuando hace eso porque siento que mi lengua es insignificante en el espacio inmenso que él inventa ahí donde antes no había espacio. Y ahora hay un vacío flotante en el que mi lengua baila y con un gesto universal le pide a su lengua que vaya a acompañarla. Su lengua va (siempre va) y ahí, y ahí todo puede desbordar y siempre alguien gime, alguien no aguanta más y grita y la lengua vibra y el cuerpo se sacude y una mano que aprieta una sábana marca sus venas para proponernos recorridos a imitar cuando arañemos.
Pero esta vez, en cuanto M.S sostiene las mandíbulas lo más lejos que puede una de la otra, ve. Y suelta bruscamente echándose al tiempo para atrás. Su cara es de pánico, de horror, de miedo.
-Te faltan todos los dientes -dice.
Y yo, que ya cerré mi boca porque ya no se sostiene; ahora, que ya no existe el espacio, toco con mi lengua mis dientes y pienso.
Despierto y pienso por qué será que aun en sueños él descubre que me falta lo que está.
me encantó
ResponderEliminarQuizas porque tenía los ojos vendados.
ResponderEliminarMuy bueno!