domingo, 26 de diciembre de 2010

So-so

Por Flor Bea

The four-faced liar -pub irlandés situado en Nueva York, que le da nombre a esta película (Jacob Chase, 2010)- es la historia de una pareja (Molly y Greg) bastante estructurada, que intenta, cada día, que su vida encaje en un cubo cuyas caras preferentemente sean del mismo color.
Acaban de mudarse de barrio y la primera noche allí, sumidos en la sensación de ser “sapos de otro pozo”, encuentran el pub. En la barra, ella reconoce a un ex compañero de un curso y continúan la velada con él, la novia de él y una amiga lesbiana.
La noche les hace un vuelco del extrañamiento a lo lúdico cuando la lesbiana (Bridget) propone jugar a “Nunca he hecho tal cosa”. Entonces, Molly dice lo que no podrá volver a repetir excepto que mienta: “Nunca he besado a una chica”.
La pareja empieza a frecuentar el pub y Molly, la rubia estructurada, va sintiéndose atraída, poco a poco, por el universo de Bridget, lleno de juegos, cigarros, sexo, diversión, simpatía, amistades, cervezas y mejores tragos. Sí, la misma Molly a la que su novio jamás pudo hacerle el culo porque “Ella no es así”, según cuenta él.
“Me descubriste (…) quiero decir, Greg es todo lo que deseo. Es sólo que… ¿Nunca has querido ser lanzada contra la pared y que te besen tan fuerte?”. Así, en medio de una librería, comienza Molly a admitir de a poco que esa relación ideal de orden y mandatos que mantiene con Greg carece de pasión. Pero Bridget está del otro lado: “Sí, soy por lo general la única que lo intenta”.
Molly se hunde cada vez más en este proceso de sinceridad consigo misma. Se agobia hasta alejarse un tiempo de Greg para empezar a pasarlo con Bridget. Comparten vinos, comparten libros, comparten un cigarro… Una intención de compañía compartida. Hasta que Molly, claro, recula en cuanto su novio le pide disculpas (¿por ser como es?) apoyándose la mano en el pecho como si fuera el caballero del Greco. Después de todo… ¿quién se anima a sacudir la vida a fin de año?
Sin embargo, mientras en el salón del pub irlandés todos están con la cuenta regresiva para gritar al fin: “Happy New Year!”, las chicas están en el baño cogiendo por primera vez y Molly, envuelta en un frenesí que la arranca de las casillas del cubo al que había elegido volver, acaba cuando todos llegan a cero: griterío sincronizado o coincidencia perfecta. Molly elige a Bridget.
Cogen. Mucho. Molly aprende a recorrer con sus manos y su boca el cuerpo desnudo de una mujer. La timidez va pasando pero pasa también lo previsible: Molly llega a una cornisa y tiene dos opciones: zambullirse en un mundo de orgasmos, buenos momentos, diversión y afecto, o volver al orden y la vida prometida, cuyo protagonista es un tipo que cuando ella le pide que la bese, él le contesta que la ama, porque no conoce la diferencia entre amar y desear. “Tengo una vida, necesito recuperarla”, le dice Molly a Bridget y así nos enteramos de hacia qué lado se volcó. Bridget llora echada en una cama. Molly huye de su casa antes de retractarse. Dolor.
Y cuando el enojo pasa. Cuando la angustia sigue pero se pude hablar porque se aprendió a controlar el llanto, Molly puede explicarlo con todas las letras: “No sé lo que haría si no pudiera besarte nunca más. Amo la forma en que me besás (…). Pero… no es tan fácil, ¿no? Realmente necesito alguien que fume en las esquinas y con quien hablar de Brönte hasta las tres de la mañana. Pero también necesito alguien que quiera una familia y toda una vida”. Y Bridget, aunque no puede ofrecerle toda la vida y el mundo que Molly menciona (¿quién podría?), sabe lo que tiene para dar e insiste: “Me interesás. (...). Me tenés completamente interesada”.
¿Y entonces? Las protagonistas se quedan boyando en esta pregunta que la película propone como el interrogante sin respuesta que brota frente a la disyuntiva de vida: ¿tomar o descartar?, ¿error o acierto?, ¿hacerlo o deshacerlo?, ¿del derecho o del revés?, ¿más o menos?... Replantearse qué hay después de todo..., tropezar con el vacío, retractarse, volver, sentir el hueco, engañar. Y tener una sospecha: que la duda no es un lugar acogedor como para quedarse mucho tiempo cogiendo o, peor, no cogiendo ahí.
“So?...”, pregunta Molly.
“So… (?)”, responde (¿?) Bridget.

martes, 21 de diciembre de 2010

Una propuesta en busca de muchos espectadores

CURSO EN CRACK-UP: “La palabra en movimiento: Los escritores en el cine”
Dictado por Sergio Zadunaisky.

Les recomendamos que aprovechen los atardeceres de verano de Buenos Aires, que por cierto son hermosos, para sumarse en esta propuesta que se ubica en la intersección del cine y la literatura.
A continuación toda la info, y si no les alcanza, o se quedan con dudas, se contactan con los organizadores de inmediato.

Las películas no se verán enteras en la clase, por eso se pide a los participantes que miren las películas antes de cada uno de los encuentros.

Fecha de inicio: Jueves  6 de enero a las 19 horas en la librería Crack-Up, Costa Rica 4767, Palermo.
Arancel: 180 pesos.
Informes e inscripción
4831.3502 | libros@crackup.com.ar |
| dalecine@gmail.com |154 178 2080


PROGRAMA

JUEVES 06 - CLASE 1 ESCRITORES QUE ESCRIBEN PARA EL CINE: RAYMOND CHANDLER (Pacto de sangre, 1944)
PAUL AUSTER (Cigarros, 1995)


Pacto  de sangre (Double indemnity, Billy Wilder, 1944)
Raymond Chandler y Billy Wilder
 Fred MacMurray es un vendedor de seguros que, en connivencia con Barbara Stanwyck, elabora un plan para asesinar al marido de ella y quedarse con el dinero de su seguro. Obra cumbre del género, uno de los ejercicios de suspense más fascinantes de todos los tiempos. 
El guión que Chandler y Wilder escribieron no sin tensiones (lo cual colaboró seguramente a lograr un texto tan cáustico y brillante), conseguía incluso mejorar la magnífica novela de James M. Cain. Hasta el mismo escritor reconoció que le hubiera gustado que se le hubieran ocurrido algunas de las cosas que ahora añadían los guionistas, como la confesión de Neff.  Los  magníficos diálogos entre los protagonistas del film, verdadera lección de escritura cinematográfica, nos recuerdan que a veces un personaje puede ser mucho más atractivo por lo que piensa que por lo que dice. Los personajes del cine negro nos obligan a leer entre líneas, a intentar fisgonear en su negra alma a través de unas palabras vacías de sentimentalismo explícito y falsa moral.


Cigarros (Smoke, Wayne Wang, 1995)
  
Cigarros nació por el deseo de Wayne Wang de trabajar junto a Paul Auster. Seducido por un relato del narrador norteamericano, (“Cuento de Navidad de Auggie Wren”), Wang lo convenció para que escribiera el guión de la película.
Brooklyn, verano de 1987. Un grupo de personas que frecuenta el estanco de un barrio de esa zona de Nueva York. Auggie Wren (Harvey Keitel), el estanquero, es el gran confidente de todos ellos. La rocambolesca historia de cómo consiguió su cámara fotográfica y de por qué se decidió a elaborar su singular colección de fotografías -el mismo encuadre de la casa de enfrente a lo largo de 14 años- le dará por fin un argumento a Paul Benjamin (William Hurt), prestigioso novelista en crisis creativa. Paul, a su vez, ayudará a Rashid (Harold Perrineaud Jr.), un adolescente negro algo perdido, en la búsqueda de su padre. Éste resulta ser Cyrus (Forest Whitaker), un modesto mecánico que intenta recomponer su vida. El círculo vital se cierra cuando estos contactos humanos implican de tal modo al propio Auggie que le obligan a asumir su olvidada responsabilidad respecto a Ruby (Stockard Channing), una antigua novia con la que tuvo una hija (Ashley Judd), que ahora, ya adolescente, pasa por un momento muy difícil. 


JUEVES 13 – CLASE 2: LA ESCRITURA Y LA VIDA, CRUCES Y RELACIONES:
LOS SECRETOS DE HARRY (WOODY ALLEN)
EXPIACIÓN, DESEO Y PECADO (JOE WRIGHT)

Los secretos de Harry (Deconstructing Harry, Woody Allen, 1997)

Allen cuenta la historia de un escritor en plena crisis creativa. El hilo argumental de la película es un seguimiento de historias donde se mezclan la ficción y la realidad.
Harry Block prefiere refugiarse en la ficción y vivir en ese mundo antes que afrontar la realidad. Es un escritor de éxito de mediana edad que con frecuencia ha utilizado como fuente sus experiencias sentimentales y familiares para escribir sus obras. Como resultado, la mayor parte de sus amigos, sus parientes y sus ex-mujeres, que se han visto reflejados y deformados en sus personajes, le odian. Por ello le resulta complicado encontrar a alguien que le acompañe en el viaje que ha de llevarle a su vieja universidad, que va a rendirle un homenaje. 

Expiación, deseo y pecado (Atonement, Joe Wright, 2007)

En el verano de 1935, Briony Tallis (Saoirse Ronan), una precoz escritora de 13 años, cambia irremediablemente el curso de varias vidas cuando acusa al amante de su hermana mayor Cecilia (Keira Knightley), al joven Robbie Turner (James McAvoy), de haber cometido un crimen en el que no tuvo nada que ver.
El británico Joe Wright vuelve a contar con gran parte del equipo técnico y artístico de "Pride & prejudice” (Orgullo y prejuicio) Briony, aunque quizá deberíamos decir a Ian McEwan y a su novela, adaptada aquí extraordinariamente por Christopher Hampton.

JUEVES 20 – CLASE 3 ESCRITORES EN PANTALLA:
VIRGINIA WOOLF (LAS HORAS)
TRUMAN CAPOTE (CAPOTE)

Capote (Capote, Bennett Millar, 2005)

En noviembre de 1959, el escritor Truman Capote lee un artículo en el New York Times que relata el sangriento asesinato de los cuatro miembros de la familia Clutter en su granja de Kansas. Aunque sucesos similares aparecen en los periódicos todos los días, algo llama la atención de Capote, que quiere utilizar este caso para demostrar una teoría: en las manos de un escritor adecuado, la realidad puede resultar tan apasionante como la ficción. Junto a su amiga Harper Lee, Capote consigue que la revista The New Yorker le envíe a Kansas para cubrir la noticia. Su voz aniñada, su amaneramiento y su peculiar forma de vestir despiertan en un principio la hostilidad en esa zona del país, pero Capote se gana pronto la confianza de los lugareños y la del agente encargado de la investigación, Alvin Dewey.   

Las horas (The hours, Stephen Daldry, 2002)

Historia de 3 mujeres a la búsqueda de un sentido en sus vidas. Cada una de ellas vive en una época diferente, pero las tres están unidas por sus anhelos y sus miedos. Virginia Woolf, en un suburbio de Londres a principio de los años veinte, lucha contra su locura mientras empieza a escribir su primera gran novela, "Mrs. Dalloway". Larua Brown, una esposa y madre de Los Ángeles a finales de la Segunda Guerra Mundial, lee "Mrs. Dalloway" y la encuentra tan reveladora que empieza a considerar un cambio radical en su vida. Clarissa Vaughan, una versión contemporánea de "Mrs. Dalloway", vive en la actualidad en la ciudad de Nueva York, y está enamorada de su amigo Richard, un brillante poeta enfermo de SIDA.

JUEVES 27 – CLASE 4: EL UNIVERSO DEL GUIONISTA:
BARTON FINK (JOEL COEN) 
EL LADRON DE ORQUÍDEAS (SPIKE JONZE)

Barton Fink (Joel Coen, 1991)

"En esta película, queríamos que el espectador estuviera todo el tiempo desestabilizado, como el mismo personaje de Barton" (Joel & Ethan Coen).
En 1941, el guionista Barton Fink viaja a Hollywood para escribir una película sobre el luchador Wallace Berry. Durante su estancia en el Hotel Earle, Barton sufre de un severo bloqueo intelectual. Su vecino, un jovial vendedor de seguros, trata de ayudar, pero Fink sigue luchando con una serie de desafortunados eventos que lo alejan más y más de su tarea original. Esta historia, según sus creadores, surge como una catarsis, luego del bloqueo creativo ante el guión de "De paseo a la muerte". Ellos querían escribir algo especialmente para John Turturro y John Goodman. Nace así la historia de Barton Fink, un reputado escritor de la "intelligentzia" de la costa este americana que es tentado para ir a trabajar a Hollywood.


El ladrón de orquídeas (Adaptation, Spike Jonze, 2002)

El dúo Spike Jonze & Charlie Kaufman propone con ‘Adaptation’ una genial y transgresiva cinta sobre la dificultad de adaptar una novela imposible de llevar al cine
A pesar del éxito logrado con el primer guión que produjo y por el cual recibió una nominación al Oscar, Charlie Kaufman (Nicolas Cage) está plagado de inseguridades tanto en su carrera como en su vida personal. Cuando es con-tratado para adaptar "El ladrón de orquídeas", un libro acerca del fanático injertador de orquídeas John Laroche (Chris Cooper), Charlie se queda completamente perplejo. Aunque en la superficie el libro trata de las aventuras de Laroche como colector furtivo de orquídeas en los Everglades de la Florida, en el fondo la historia trata del deseo que existe en todos nosotros de experimentar la pasión. Este deseo se ha apoderado de la vida de la autora del libro, Susan Orlean (Meryl Streep), y Charlie se da cuenta de que a él le sucede lo mismo.

Enjoy!

jueves, 16 de diciembre de 2010

Un personaje

Por Flor Bea


I.
Fue en 2009, en pleno BAFICI. Estaba sentada en una butaca de la sala 6 de los cines Hoyts del Abasto. Eran las 23.36. El cine estaba más vacío que lleno. Alguien echaba un vistazo a su fila de asientos -la sexta contando de la pantalla hacia el fondo- para elegir ubicación en esa. Era Él, aunque Ella todavía no supiera de Él. Se sentó justo al lado, en la butaca de su izquierda. Holland, la que daban en esa sala, comenzaba a las 23.45 de ese sábado de abril.
Cuando la película llevaba veinte minutos de incertidumbre en el público, Él buscó la mirada de Ella en complicidad por el embole. Pero sólo halló su perfil: era prolijo, se notaba una nariz de cartílago duro; no le sobraba nada; parecía francesa y flaca. Pestañeaba al ritmo de la película, que no tenía diálogos, más bien murmullos de fondo. Algún sonido. Luego, nada. Y otro pestañeo.
De pronto, la panza de Él habló por los personajes: hizo un ruido que se desprendió el esófago para descender con parsimonia por cada órgano del aparato digestivo. Casi al mismo ritmo que la protagonista rubia, de tetas puntiagudas y pezones imperceptibles, fumaba un cigarrillo en su pocilga. Al fin del recorrido, pareció apagarse en el colon.
Él buscó el perfil de Ella para involucrarla nuevamente. Pero sólo encontró la rigidez que se desprendía de la vergüenza ajena. Tanta, que era capaz de contener la respiración por quince minutos si la vida a cambio le prometía que volvía el tiempo atrás para cambiarse de película y de sala.
Terminó. La gente salió sin palabras.
Ella comenzó el recorrido de rampas hacia la salida. Él la siguió hasta alcanzarla.
-¿Sabías que la protagonista se llamaba Olga y tenía veinticinco años?
-No. No soy la esposa del director.
-¿Y que el tipo de la tienda era el padre de Olga?
Ella frenó de golpe. Él, que tardó una milésima de segundo en imitarla, quedó un poco más adelante y más abajo; así eran casi de la misma altura. Lo miró a los ojos: verde uva como los de Olga.
-Yo acabo de ver la misma película que vos y de Olga no sé más que su aspecto físico.
-Porque no agarraste el suplemento del festival con todas las reseñas. ¿Cenaste?, yo no. Te invito.
Que Él no había cenado era obvio. Lo que no se sabía era dónde iban a encontrar un lugar abierto y con comida a esa hora. Encontraron muchos cerrados y uno sin comida.
-¿Sabías que desde que fuiste al baño antes de entrar a la sala que te estoy mirando?
-Mentira, qué mentiroso. Ni siquiera recuerdo haber ido al baño antes de entrar a la sala –le contestó poniendo voz de nena de tres años. Entonces supo que se había enamorado.

II.
En 2009. Agosto. Tenía un poco de dolor de garganta. El día anterior, la lluvia la había agarrado desprevenida. Lo esperaba en su casa. La noche era helada. Adentro, también algo de frío.
Él le tocó el timbre con la pera. Tenía las manos ocupadas: salamín, queso y aceitunas en una bolsa de Coto; un Uxmal Malbec en otra bolsa de Coto, la bolsa del video con una película y un abrigo colgando del antebrazo. Se sabía que todos los viernes Él iba a la casa de Ella, llevaba para picar y veían una peli.
Ella lo ayudó a descargar las cosas sobre la mesada. No lo miró ni un momento. Es fácil abrir bolsas mirando sólo bolsas. Aportó tostaditas que compraba envasadas y un queso azul Adler para untar. Él despellejó el salamín. Con los dedos brillosos y un trocito de grasa blanca bajo una de las uñas, le refregó los labios; después le dio un beso sencillo. Ahora les brillaban las bocas. Ella fue a lavarse.
A media picada, con las irrelevancias de la vida cotidiana ya charladas, Ella fue a poner el DVD. La película era Shrek 3. Cierto que peor hubiera sido Cars, pero también era cierto que venían mirando películas de otro tipo. Tipo Olgas pero que hablan.
Cuando terminó, quedaban entre seis y ocho cubitos de queso. Y algo de vino en cada copa. Él suspiró antes de dar el último sorbo con que lo liquidaría.
-¿Te puedo hacer una pregunta?
Un escalofrío le erizó la piel de las rodillas a la nuca. Podrían haber sido chuchos por la gripe inminente. El cuerpo con sensaciones aprendidas. Que repite en ocasiones: incubando una gripe; recordando una mierda adquirida. Neurosis estrenadas. Gastadas.
Una mujer de veintiséis años, que lo que más deseaba en la vida era lo que menos retenía, se erizaba. No sé era la respuesta. Ni idea. No sabía si estaba enamorada, no sabía si en caso de estarlo quería declararlo, no sabía si sería capaz de estar con Él para… ¿qué? ¿Cuánto? ¿Siempre? ¿Cuánto es siempre cuando Shrek y una picada ya terminaron? No, no sabía si permitirle hacer la pregunta. Pero si le contestaba no, Él se iba a reír y a continuación preguntaría igual.
Pero Él preguntó sin permiso ni vergüenza, como quien está dispuesto a tirarse el primer pedo de la pareja porque ya no puede retenerlo. Así. Disparó:
-¿Los ogros existen?
Y con el ceño aún fruncido por la duda, se metió un cubito de queso que masticó con la boca semiabierta. Lo bajó enseguida con un trago de Malbec de la copa de Ella. Ahora los dos cristales estaban engrasados.

III.
Una mañana de invierno. Un día después de haber visto Shreck 3. Sentía odio. En cada milímetro de su ser. Odio anclado en los riñones. Desayunaban. Ella le debía una respuesta. La sorpresa de la noche anterior la había enmudecido. Mordió la tostada. Tragó café. Dijo no.
-¿No qué? -preguntó Él. Y arriesgó por dentro “algo salió mal en las tostadas”.
-No. No existen. Los ogros. No. ¿Por? Pensaste que como los vampiros…, ¿así? ¿Por qué? ¿Te confundiste? ¿De personaje? ¿O de pregunta? ¿Por qué, mi amor? ¿Por qué me hiciste una pregunta tannnn tonta? ¡Mi amor! ¡Contestame, la concha de la lora, cuando te hago una pregunta! ¿Por qué mierda, por qué, por qué, por qué, por qué? La puta madre, ¡era Shrek, Amor, era Shrek! ¿Qué te pasa?, ¿estás tonto? ¿Qué mierda está pasando? ¿Qué es toda esta mierda surrealista? Esta mierda infantil. Loco, ¿qué carajo pasa por tu cabeza? ¿En qué estabas pensando anoche, todo engrasado?, ¿no te diste cuenta?, ¿en qué estabas pensando, eh? Andate. De mi casa. Por favor andate. No quiero volver a verte. No quiero volver a escuchar de vos. ¡Quiero que Dreamworks y vos desaparezcan de la faz de la Tierra!, ¿me entendiste? Quiero que los ogros no existan.
Y entonces, después del portazo más hueco que escucharía en su vida, tuvo la sensación de que las ogras empezarían a existir ese día.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Fou



Por Maite Pil

Sólo los que no están locos pueden temerle a la locura. Amar es siempre volverse un poco loco. Amar, también, es el acto más solitario del mundo…
Me voy disociando. No entiendo lo que digo ¿Estoy hablando? Ni lo que escucho ¿Qué me piden?…
Tengo la piel intermitente, como si la sangre me recorriera el cuerpo quejándose…. Hay partes de él que ya no siento. 
A veces lo percibo tan grande… No puedo abarcarlo.
No sé llorar con deseo…
Pienso en la niñez, y en cómo los niños piden sin importarles los otros. Es cruel…
Patalear y llorar…Encapricharse. A veces fantaseo con ese estado… Gritar hasta quedarme sin voz. Gritarle que no se vaya nunca…
Entonces pruebo, y grito desde la cama… Pero no me escucha.  
Y pregunto mil veces ¡¿Por qué?!… Aunque tenga que darme mil  respuestas… Creo que no me escucha… Lo debo estar haciendo mal…
¿Me lo estaré imaginando?
Pruebo con prender la luz…No alcanzo el velador…
Entonces intento con otro tono...Pienso que podría susurrarle tan bajito que sería casi imposible entenderme…Susurrarle que me muero de miedo…Que lo amo tanto que no sé cómo amarlo.
Tampoco responde…
Pero yo sé que está acostado al lado mío. Yo lo vi, y él me lo dijo…

lunes, 6 de diciembre de 2010

Me haces falta, mucha falta...

Por Flor Bea

Estoy en la dentista haciéndome limpieza bucal. Me pide que abra bien bien grande la boca. Mientras incrusta un fierrito entre los incisivos centrales de abajo para quitar el sarro que hay entre ellos (¡y duele!) me dice que no hace falta que vaya hasta allá por limpieza, que puedo hacerlo yo misma en mi casa. Y me explica cómo: “Con el cepillo de dientes, aprendiendo a manejarlo, es un arte, tenés que lograr que las cerdas se te metan entre los dientes. Aunque a vos te parezca que no entran, sí, ahí siempre hay una hendija”.
Al rato, estoy en mi departamento haciéndome limpieza bucal, como me enseñó la doctora de tetas grande. (¿Por qué todas las dentistas tienen las tetas tannnn grandes? ¿Porque para atender a sus pacientes se reclinan bastante sobre ellos y no tendría gracia de otro modo?). Me cepillo fuerte, les doy muy fuerte, y aunque no soy lesbiana pienso en sus tetas mientras limpio mis dientes. Y tal vez porque ese pensamiento me distrae es que me salgo y ahora estoy en las encías, raspándolas, rayándolas con las cerdas, despellejándolas. Hasta que sangran. Entonces sonrío y hay un agujero negro: no es una seguidilla de hendijas, es que me falta un diente.
Me despierto. Abro los ojos y me doy cuenta de que estoy un poco agitada. Me tiembla todo el cuerpo. Al lado mío, en mi cama, duerme M.S. Duerme y ronca. Y eso que no está acostado boca arriba. Es increíble lo que ronca, pero me gusta. Tengo ganas de tocarlo mientras ronca. Pero me estoy meando y llevo mi cuerpo tembloroso hasta el baño. Ahí veo su cepillo de dientes junto al mío, y recuerdo que anoche, después de coger y antes de volver a la cama, cuando vi eso por primera y última vez, sonreí y pensé: ojalá que lo dejaras para siempre. Vuelvo a la cama. Me tranquiliza ver en el reloj que todavía faltan cuatro horas para levantarnos. Lo miro dormir y cierro los ojos para imitarlo.
De pronto él me dice besame. Hago un movimiento corto para pegar mi tronco al suyo de modo de que sintamos plano sólo lo plano y de que todo lo demás se salga de sí y de nosotros para nosotros. Soy obediente, lo beso. Abro la boca lo más grande que puedo, hago todos los esfuerzos porque sea inmensa, pero él hace lo mismo y me gana. Su boca está empapada y es mucho más grande y podría meterme entera en su boca. Yo sé que si él quisiera podría tragarme, pero no lo hacemos. Y me ayuda con sus manos: me agarra el maxilar, algún dedo le queda en mi paladar y en mi labio superior que se arruga, y tira para arriba; con la otra mano me empuja la mandíbula hacia abajo. Amo cuando hace eso porque siento que mi lengua es insignificante en el espacio inmenso que él inventa ahí donde antes no había espacio. Y ahora hay un vacío flotante en el que mi lengua baila y con un gesto universal le pide a su lengua que vaya a acompañarla. Su lengua va (siempre va) y ahí, y ahí todo puede desbordar y siempre alguien gime, alguien no aguanta más y grita y la lengua vibra y el cuerpo se sacude y una mano que aprieta una sábana marca sus venas para proponernos recorridos a imitar cuando arañemos.
Pero esta vez, en cuanto M.S sostiene las mandíbulas lo más lejos que puede una de la otra, ve. Y suelta bruscamente echándose al tiempo para atrás. Su cara es de pánico, de horror, de miedo.
-Te faltan todos los dientes -dice.
Y yo, que ya cerré mi boca porque ya no se sostiene; ahora, que ya no existe el espacio, toco con mi lengua mis dientes y pienso.
Despierto y pienso por qué será que aun en sueños él descubre que me falta lo que está.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Peeping Cata


Por Maite Pil

Cata no sabía cómo se llama esa chica cuya voz sobresalía del coro de murmullos, o tal vez lo que sobresalía no era la voz sino el discurso. Cata nunca pudo con su genio, aunque las reuniones a las que acudiera estuviesen llenas de gente, su atención siempre se dirigía a un mismo blanco. Cata se comportaba como una vouyerista siempre que de noviazgos ajenos se tratase. Los examinaba, se nutría de ellos. 
Más que los novios, le importaban las novias. Qué hacían, qué tenían, qué decían, cómo se vestían y a quién votaban. Quería saberlo todo. “¿Quiénes son esas mujeres que tienen un hombre a su lado?” Esa parecía ser la pregunta que regía su interés.
-Yo te dije  que esa planta no iba al sol, ahora está toda marchita al lado del lavarropas, queda espantosa, además tendríamos que haber ido juntos a comprarla así yo te mostraba cuál elegir.-Le decía la novia de discurso llamativo, a su novio, en aquella reunión. Cata no lo podía creer, contando ese, la novia ya había hecho seis comentarios de ese talante. Promediando los tres comentarios incisivos por hora.
“Si ella fuese una perra le estaría meando las zapatillas al novio para marcar territorio... Me gustaría saber dentro de diez años qué va a ser de esta pareja ¿Seguirán embadurnados de este estilo de te-controlo-porque-no-puedo-soportar-el-hecho-de-que-seas-una-persona-que-vive-fuera-de-mí?”, pensaba Cata. Y descubrió que con esa pregunta había arribado al quid de la cuestión. Sus largos años de soltería no habían sido casualidad, o desdicha.  Ni siquiera el maleficio de algún ex novio, o de la ex novia de algún ex novio. O el maleficio de la actual novia de algún ex. Habían sido elección. Una elección que cobró sentido esa misma noche, cuando entendió que el otro es otro, y en otro quedará. 
Ahora sí podía elegir Cata ser ella misma una novia.