Por Flor Bea
The four-faced liar -pub irlandés situado en Nueva York, que le da nombre a esta película (Jacob Chase, 2010)- es la historia de una pareja (Molly y Greg) bastante estructurada, que intenta, cada día, que su vida encaje en un cubo cuyas caras preferentemente sean del mismo color.
Acaban de mudarse de barrio y la primera noche allí, sumidos en la sensación de ser “sapos de otro pozo”, encuentran el pub. En la barra, ella reconoce a un ex compañero de un curso y continúan la velada con él, la novia de él y una amiga lesbiana.
La noche les hace un vuelco del extrañamiento a lo lúdico cuando la lesbiana (Bridget) propone jugar a “Nunca he hecho tal cosa”. Entonces, Molly dice lo que no podrá volver a repetir excepto que mienta: “Nunca he besado a una chica”.
La pareja empieza a frecuentar el pub y Molly, la rubia estructurada, va sintiéndose atraída, poco a poco, por el universo de Bridget, lleno de juegos, cigarros, sexo, diversión, simpatía, amistades, cervezas y mejores tragos. Sí, la misma Molly a la que su novio jamás pudo hacerle el culo porque “Ella no es así”, según cuenta él.
“Me descubriste (…) quiero decir, Greg es todo lo que deseo. Es sólo que… ¿Nunca has querido ser lanzada contra la pared y que te besen tan fuerte?”. Así, en medio de una librería, comienza Molly a admitir de a poco que esa relación ideal de orden y mandatos que mantiene con Greg carece de pasión. Pero Bridget está del otro lado: “Sí, soy por lo general la única que lo intenta”.
Molly se hunde cada vez más en este proceso de sinceridad consigo misma. Se agobia hasta alejarse un tiempo de Greg para empezar a pasarlo con Bridget. Comparten vinos, comparten libros, comparten un cigarro… Una intención de compañía compartida. Hasta que Molly, claro, recula en cuanto su novio le pide disculpas (¿por ser como es?) apoyándose la mano en el pecho como si fuera el caballero del Greco. Después de todo… ¿quién se anima a sacudir la vida a fin de año?
Sin embargo, mientras en el salón del pub irlandés todos están con la cuenta regresiva para gritar al fin: “Happy New Year!”, las chicas están en el baño cogiendo por primera vez y Molly, envuelta en un frenesí que la arranca de las casillas del cubo al que había elegido volver, acaba cuando todos llegan a cero: griterío sincronizado o coincidencia perfecta. Molly elige a Bridget.
Cogen. Mucho. Molly aprende a recorrer con sus manos y su boca el cuerpo desnudo de una mujer. La timidez va pasando pero pasa también lo previsible: Molly llega a una cornisa y tiene dos opciones: zambullirse en un mundo de orgasmos, buenos momentos, diversión y afecto, o volver al orden y la vida prometida, cuyo protagonista es un tipo que cuando ella le pide que la bese, él le contesta que la ama, porque no conoce la diferencia entre amar y desear. “Tengo una vida, necesito recuperarla”, le dice Molly a Bridget y así nos enteramos de hacia qué lado se volcó. Bridget llora echada en una cama. Molly huye de su casa antes de retractarse. Dolor.
Y cuando el enojo pasa. Cuando la angustia sigue pero se pude hablar porque se aprendió a controlar el llanto, Molly puede explicarlo con todas las letras: “No sé lo que haría si no pudiera besarte nunca más. Amo la forma en que me besás (…). Pero… no es tan fácil, ¿no? Realmente necesito alguien que fume en las esquinas y con quien hablar de Brönte hasta las tres de la mañana. Pero también necesito alguien que quiera una familia y toda una vida”. Y Bridget, aunque no puede ofrecerle toda la vida y el mundo que Molly menciona (¿quién podría?), sabe lo que tiene para dar e insiste: “Me interesás. (...). Me tenés completamente interesada”.
¿Y entonces? Las protagonistas se quedan boyando en esta pregunta que la película propone como el interrogante sin respuesta que brota frente a la disyuntiva de vida: ¿tomar o descartar?, ¿error o acierto?, ¿hacerlo o deshacerlo?, ¿del derecho o del revés?, ¿más o menos?... Replantearse qué hay después de todo..., tropezar con el vacío, retractarse, volver, sentir el hueco, engañar. Y tener una sospecha: que la duda no es un lugar acogedor como para quedarse mucho tiempo cogiendo o, peor, no cogiendo ahí.
“So?...”, pregunta Molly.
“So… (?)”, responde (¿?) Bridget.