domingo, 16 de junio de 2019

Irresponsable afectivamente







Por Maite Pil. 

Hace uno o dos días leí una entrevista que le hicieron a Alexandra Kohan - psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA- en relación a la responsabilidad afectiva, el feminismo, los vínculos actuales y la violencia de género. La entrevista me gustó mucho y, además, me reafirmó cierto camino que, humildemente, y con las herramientas que tiene una mina que sólo empezó carreras para abandonarlas, hace un corto tiempo emprendí: el de cuestionar al feminismo. Al menos, ese que se vende en grandilocuentes titulares como axiomas. 
Además de que me parece súper valioso que promueva e incite a repensar, que le quite el velo de lo incuestionable al movimiento, me cagué de risa. Porque en la mayoría de los ejemplos que daba, yo estaba interpelada: El comité en el whatsapp analizando lo que el otro mandó, las señales de la primera cita que pasamos por alto, etc. Un sinfín de claridades - no me gusta decir verdades porque no daría lugar a nada más- que nos interpelan directamente. 

Volviendo a este espacio, a mí me gusta más pensar que rodeo frecuentemente ciertos temas a que soy insistente; porque el rodeo, creo, tiende a preservar al tema de la dicotomía. La insistencia, por el contrario, apunta al convencimiento. Y quien parta de ahí, muy probablemente, crea tener la razón. 

Yo no tengo razón ni certezas en nada. Pero sí tengo algunos rasgos neuróticos, que vulgarmente se traducen en valores, y algunas experiencias, que sólo se traducen a palabras, que me obligan a seguir ejercitando la escritura. 
Hace poco me mandaron unas preguntas para una revista online, y en una de las respuestas dije algo así como que me sentía - en relación a mi vínculo con el amor y el blog- como el crítico de cine al que le adjudican la frustración por la dirección. Una de las cosas que descubrí, mientras respondía vía mail - porque la escritura además genera eso, una suerte de revelación- es que escribir sobre amor, o sea, sobre la falta de amor, porque no hay otra forma de nombrarlo sino desde allí donde no está, no es eso que hago mientras preferiría estar amando. De la misma manera que no creo que el crítico vea una película deseando estar en el set de filmación. 

No quiero decir con esto que experimentar al amor no me interese. Pero sí soy medianamente consciente de que para hacerlo hay que tener cierto grado de sanidad. Entendida como un mínimo de integración entre lo que uno cree que quiere y a lo que uno se expone.     

Porque si no, nos vemos envueltos en situaciones donde tenemos que elegir entre el orgullo y el sometimiento, aleccionar o vengarse, decir o callar. Un sinfín de situaciones que nos colocan en el centro de la escena, como si fuéramos los protagonistas de algo donde nos olvidamos de que hay un otro involucrado. Claro que, a veces, hay relaciones en las que uno más que otro decide, pero no suelen ser de las que nos quejamos. 

Aún así, teniendo más o menos clara la teoría, más de una vez tuve que repensar por qué no ir en pos de mi elección, por qué ponerse a pensar al otro como ese que usufructúa con uno. Por qué no pensar a la elección como la potestad misma del deseo. Por qué carajo el acceso a un otro se ha convertido en quitar u otorgar, en vez de intercambio. Y el intercambio no es justo, no tiene por qué serlo, y quien crea que encontrará justicia en un vínculo, sólo se topará con desilusión. 











1 comentario:

  1. Maite:
    Por qué dices que el vínculo es injusto?
    Atte. Alejandro Carrillo

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