domingo, 2 de junio de 2019

Amantes y después.









Por Maite Pil. 

Si bien las amantes - mujeres que están con hombres comprometidos a sabiendas de la situación- nunca han gozado de la mejor fama, de un tiempo a esta parte se ha ido instalado una idea que, a mi criterio, es un tanto peligrosa: que la mujer amante no es sorora

Que no es sorora quiere decir, también, implícitamente, que es machista, que le hace el caldo gordo al tipo, que juega para el bando contrario...¿El bando de los machos infieles?

Hay una escena de la película "GoodFellas" (Martin Scorsese, 1990) que retrata muy bien la mirada de la esposa- que encarna el juzgamiento social- respecto de la amante. Ella, la esposa, va a la casa de la amante y le dice que es una puta y que le va a decir a todo el edificio que ahí vive una puta; la escena termina con una frase que es la más interesante de todas: conseguite tu propio hombre. 
Me interesa pensar qué fantasías femeninas se desprenden de esto. Por un lado, que la amante es aquella confinada - por el hombre- a un uso exclusivamente sexual. Y por el otro, esta idea de que la amante es amante porque no puede acceder a otra posición, que no puede- pero anhela- ocupar otro lugar en relación a un hombre. Que busca, necesariamente, acceder al lugar de la mujer.  

Ahora bien, como con los años una de las banderas que el feminismo ha levantado es la igualdad por el derecho al goce sexual, es decir, que la mujer también sea contemplada como un ser deseante y no un mero instrumento del goce de un hombre; y, a su vez, se ha puesto en discusión la idea de propiedad que conlleva, o conllevaba, toda pareja establecida, las fantasías femeninas en torno a la amante han quedado desactualizadas y políticamente incorrectas. 
¿Pero puede lo "políticamente incorrecto" disolver los fantasmas femeninos que se erigen en torno a la otra? La respuesta pareciera ser que no.
Tal vez me equivoque, pero mi interpretación es que mutar la figura de la amante de puta a no-sorora no es menos peyorativo ni menos defensivo. 
De hecho, es un mecanismo tan coercitivo como lo fue, años atrás, avergonzarla por su conducta sexual. 
Creer que las mujeres competimos entre sí, que envidiamos el hombre ajeno, o, por el contrario, creer que todas las mujeres nos apoyamos y establecemos lazos de solidaridad y respeto, son dos caras de una misma moneda. Una moneda en la que el gran ausente es el deseo. 
Seguimos, de una u otra forma, intentando regular, legislar, al deseo. Cambian los mecanismos, cambian los modos en que nos convencemos de lo aceptable, pero no cambia la esencia: el miedo y su guardaespaldas de siempre, la moral.     











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