domingo, 30 de junio de 2019

La innoviable







Por Maite Pil. 

Durante dos años salí con un hombre que, no importaba qué día fuera en el que nos despedíamos, siempre tenía una actividad posterior. Y no eran excusas para que me fuera porque yo sabía muy bien que después del desayuno me quedaban quince minutos para juntar mis cosas. Excepto dos o tres veces que trascendimos eso. Supongo que tenía, lo que se llama, una vida. Lógicamente él me preguntaba qué iba a hacer yo, y yo a veces le mentía, le inventaba una salida a algún lugar interesante, o algo por el estilo. Otras veces simplemente le contestaba que no sabía. Pero nunca me animé a decirle que nada. Sentía que se iba a sentir devorado por esa nada
Me sigue pasando un poco lo mismo, siento entre envidia e incomprensión por la gente que se la pasa haciendo cosas. Yo me hago tiempo para hacer nada. Disfruto de la nada, puedo habitarla con liviandad, pero me incomoda la mirada de los otros en relación a eso. Fantaseo con que el otro ve mi nada como a un abismo al cual podría caer. Es fácilmente confundible con la soledad, y lo entiendo. 
El domingo tiene mala fama un poco por esto, porque confronta al ser humano con cierto sinsentido, la nada es un poco eso. Todo empieza de vuelta, la rutina, la semana, y aunque se viva una vida menos estructurada, de todas formas, no se le escapa a la sensación de lo cíclico tan fácilmente. 
Con los vínculos también pasa, hay una especie de ciclo que se sucede. El punto cero del contador es la separación de una relación, obvio. Pero no cualquier relación, me refiero a una relación posta, estable. Acostarse tres veces con una persona y que no te llame más, es el siguiente paso. Y después aparece uno que te gusta pero se va todo al carajo. Y después de ese, aparece uno que gusta de vos, y a vos te da culpa que no te guste porque sabés que es un tipo sano, pero no hay forma. 
Antes de tener una hija, convivir, fracasar y todo eso, pensaba que la vida amorosa era infinita. No era consciente de eso en aquel momento, obviamente, pero ahora que lo veo en retrospectiva me doy cuenta de que así lo sentía y así lo vivía. No en un sentido optimista, ojo, sino con la libertad de quien se sabe innoviable. No doy novia, qué le vamos a hacer. ¡Por exceso y por defecto!  Doy romántica con pasado turbio. Es la peor combinación del mundo. Les juro. 
Siempre que tuve una pareja fue gracias a cierta actuación por omisión. No contar que mi primera relación sexual fue a mis 15 años con un tipo de 32, fumar únicamente en espacios abiertos, vestirme menos ridícula. Ese tipo de cosas. No hablar de tríos, ni de la vez que salí con mi hermana y una amiga y fuimos al departamento de unos chicos venezolanos, donde me senté tres veces, desnuda, arriba de una estufa prendida porque había perdido la sensibilidad en todo el cuerpo. 
Por alguna razón mis mejores anécdotas son medio freakys y al minuto de terminar de contarlas ya me arrepiento. No funcionan en una primera cita, ni en una segunda. No funcionan.  Y ya no caigo más en la trampa de esa noche intimista, donde se supone que hay luz verde para ser honestos, entonces nos abrimos y nos contamos la verdad del otro. No, a mí con esa no me cagan más. No es que vaya a mentirles, es que no tengo más ganas de hablar de mí. Contar quién soy, qué hago, qué quiero. Es prácticamente someterse a un régimen nazi tener una cita en esos términos. Y yo me siento una gitana a punto de ser descubierta. 
El amor vendrá o no vendrá. Nunca se sabe. Pero yo ya no disfrazo mi nada de algo ni actúo el rol que me convenga. No se trata de un radicalismo, más bien todo lo contrario. Una negociación puede durar para siempre, una impostura no. 

jueves, 20 de junio de 2019

Inmutis por el foro






Por Maite Pil.


El domingo pasado hice mi columna habitual partiendo de una entrevista que le hicieron a Kohan titulada " Acostarse con un boludo no es violencia". Luego leo una nota, en contestación a ésta - titulada "Por una pedagogía del cuidado, el acuerdo y la responsabilidad afectiva"- y realmente, quedé pasmada.
Por un lado, pareciera que en la medida en que no se dice o se aclara todo, inmediatamente se valida lo omitido. Estamos al horno, eh.
Y esto no lo digo en defensa de una ni en detrimento de otra, porque no conozco a ninguna de las dos y poco me interesan como personas, no las conozco y probablemente jamás me las cruce en la vida.
Pienso en sus discursos y lo que producen. Creer que quien dice "cogerse a un boludo no es violencia" está eximiendo de responsabilidad a un hombre- o está negando que exista un sistema que es mucho más permisivo con el hombre- es reaccionario, no crítico.
Las quejas respecto del amor resuenan mucho más en el campo de lo femenino.
Y sí, claro que por algo es!
Por otra parte, si hay algo que rescato de la entrevista con Kohan, es la capacidad que tuvo para identificar la queja y cierto costumbrismo femenino en torno a eso que nos decepciona, nos angustia. Yo no me sentí boludeada con esa nota, todo lo contrario.
Superar la queja y hacer de ella una herramienta de cuestionamiento subjetivo es lo mejor que nos puede pasar.
Porque, es cierto, estadísticamente hay un montón de boludos - soportados por un sistema patriarcal, ya lo sabemos- pero si siempre estás con boludos, una angustia debería interpelarte. No hay mejor forma de empoderarse que haciéndose cargo de las elecciones. Y las elecciones, obviamente, se hacen en un tiempo y un espacio que es patriarcal, señoras y señores. O nos cae esto como un balde de agua fría?!

Yo pensé que una de las cosas que el feminismo iba a poder romper es la idea de que un discurso domine por sobre otro. Viendo esto, temo que he sido ingenua.
Acá hay gente que sigue midiéndose el pito, viendo quién define o defiende mejor a la mujer, pero cagándose lisa y llanamente en la pluralidad de voces.

domingo, 16 de junio de 2019

Irresponsable afectivamente







Por Maite Pil. 

Hace uno o dos días leí una entrevista que le hicieron a Alexandra Kohan - psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA- en relación a la responsabilidad afectiva, el feminismo, los vínculos actuales y la violencia de género. La entrevista me gustó mucho y, además, me reafirmó cierto camino que, humildemente, y con las herramientas que tiene una mina que sólo empezó carreras para abandonarlas, hace un corto tiempo emprendí: el de cuestionar al feminismo. Al menos, ese que se vende en grandilocuentes titulares como axiomas. 
Además de que me parece súper valioso que promueva e incite a repensar, que le quite el velo de lo incuestionable al movimiento, me cagué de risa. Porque en la mayoría de los ejemplos que daba, yo estaba interpelada: El comité en el whatsapp analizando lo que el otro mandó, las señales de la primera cita que pasamos por alto, etc. Un sinfín de claridades - no me gusta decir verdades porque no daría lugar a nada más- que nos interpelan directamente. 

Volviendo a este espacio, a mí me gusta más pensar que rodeo frecuentemente ciertos temas a que soy insistente; porque el rodeo, creo, tiende a preservar al tema de la dicotomía. La insistencia, por el contrario, apunta al convencimiento. Y quien parta de ahí, muy probablemente, crea tener la razón. 

Yo no tengo razón ni certezas en nada. Pero sí tengo algunos rasgos neuróticos, que vulgarmente se traducen en valores, y algunas experiencias, que sólo se traducen a palabras, que me obligan a seguir ejercitando la escritura. 
Hace poco me mandaron unas preguntas para una revista online, y en una de las respuestas dije algo así como que me sentía - en relación a mi vínculo con el amor y el blog- como el crítico de cine al que le adjudican la frustración por la dirección. Una de las cosas que descubrí, mientras respondía vía mail - porque la escritura además genera eso, una suerte de revelación- es que escribir sobre amor, o sea, sobre la falta de amor, porque no hay otra forma de nombrarlo sino desde allí donde no está, no es eso que hago mientras preferiría estar amando. De la misma manera que no creo que el crítico vea una película deseando estar en el set de filmación. 

No quiero decir con esto que experimentar al amor no me interese. Pero sí soy medianamente consciente de que para hacerlo hay que tener cierto grado de sanidad. Entendida como un mínimo de integración entre lo que uno cree que quiere y a lo que uno se expone.     

Porque si no, nos vemos envueltos en situaciones donde tenemos que elegir entre el orgullo y el sometimiento, aleccionar o vengarse, decir o callar. Un sinfín de situaciones que nos colocan en el centro de la escena, como si fuéramos los protagonistas de algo donde nos olvidamos de que hay un otro involucrado. Claro que, a veces, hay relaciones en las que uno más que otro decide, pero no suelen ser de las que nos quejamos. 

Aún así, teniendo más o menos clara la teoría, más de una vez tuve que repensar por qué no ir en pos de mi elección, por qué ponerse a pensar al otro como ese que usufructúa con uno. Por qué no pensar a la elección como la potestad misma del deseo. Por qué carajo el acceso a un otro se ha convertido en quitar u otorgar, en vez de intercambio. Y el intercambio no es justo, no tiene por qué serlo, y quien crea que encontrará justicia en un vínculo, sólo se topará con desilusión. 











domingo, 9 de junio de 2019

Dame fuego.











Por Maite Pil

Hace unos días, en una cena con amigos, nos pusimos a hablar de Santiago Cafiero. El tema surgió por algo que yo había puesto en Facebook sobre él, haciendo referencia a su belleza. Una de las presentes, que vive en el exterior, no sabía quién era, así que empezó a googlear fotos suyas. No le pareció lindo. A lo que muchos hombres de la mesa- y esto fue lo que más me sorprendió- respondieron diciendo que bueno, que en una foto no se puede saber, que hay que verlo en acción, cómo habla, etc. Y ahí fue cuando yo dije que esa es una de las razones por las cuales Tinder no me terminaba de convencer. La pareja que tenía sentada enfrente se había conocido de esa forma. Ella nos comentaba que igual Tinder no dejaba al destino de lado, porque vos ponés un millón de me gusta y después ves qué pasa. Todos estallamos en risa, supongo que algo había que hacer para desviar la incomodidad que le supusimos al novio.


No es que las apps de citas hayan inventado algo, sino que retomaron, y adaptaron a las nuevas tecnologías, una demanda preexistente; antes podían ser los boliches de solos y solas o, incluso, los avisos clasificados. Hay una escena maravillosa de la película "Cuento de otoño" (Éric Rohmer, 1998) en la que una amiga saca un anuncio en nombre de la otra sin que ésta lo sepa. Cuando le confiesa lo que hizo, la otra le responde: pero ahí no hay todos psicópatas?
Esa pregunta que se hace la protagonista de la película es, en verdad, un interrogante que apunta a otras cosas. No sólo a la intriga de por qué alguien buscaría una pareja por esas vías sino, también, una suerte de defensa ante su propia exposición. Hoy por hoy, ya casi nadie piensa que se ofrece ahí por desesperación, desadaptación social o incapacidad. Ese es el verdadero triunfo de estas apps, han normativizado y naturalizado una forma explícita de levante.


Cito de la página de Tinder: "Usar Tinder es fácil y divertido: simplemente desliza a la derecha si te gusta alguien, o a la izquierda si pasas. Cuando alguien te corresponde, ¡es un match! Hemos inventado un sistema en el que sólo se consigue un match cuando el interés es mutuo. Sin estrés. Sin rechazo. Solo tienes que deslizar, conseguir un match y chatear online con tus matches, y luego dejar el móvil a un lado para conocerlas en persona y construir algo juntos." 



¿Soy yo o se parece bastante a las instrucciones de un juego de mesa? La diferencia reside en que la trampa está en el reglamento mismo. Porque el rechazo es permanente, toda vez que no se consigue el "match" hay un rechazo que subyace. 
De todas formas, ese no sería el problema, ya que nadie, en su sano juicio, aspira a gustarle a todos. Lo curioso - o lo monstruoso- es que la misma app pretenda dar garantías de que el rechazo no va a suceder. Es decir que, en cierta medida, aquello que supone asumir un riesgo- el de mostrarse disponible- tiene como contrapartida cierto reaseguro. 

Me pregunto si develar la seducción no hará que coloquemos velos en otros lados. Porque el deseo, incluso el amor, requieren -aunque pretendamos que no- algo del orden del misterio, la contingencia e, incluso, de la insatisfacción. ¿Puede haber encuentro con un otro si pretendemos garantizarnos todo de antemano? 

El desafío, creo yo, reside en erotizarnos ante lo posible, lo disponible. Que el encuentro sexual no se convierta en un mero ejercicio pornográfico. Sería un sinsentido que el precio que paguemos por tener sexo sea la pérdida del deseo.       







 












domingo, 2 de junio de 2019

Amantes y después.









Por Maite Pil. 

Si bien las amantes - mujeres que están con hombres comprometidos a sabiendas de la situación- nunca han gozado de la mejor fama, de un tiempo a esta parte se ha ido instalado una idea que, a mi criterio, es un tanto peligrosa: que la mujer amante no es sorora

Que no es sorora quiere decir, también, implícitamente, que es machista, que le hace el caldo gordo al tipo, que juega para el bando contrario...¿El bando de los machos infieles?

Hay una escena de la película "GoodFellas" (Martin Scorsese, 1990) que retrata muy bien la mirada de la esposa- que encarna el juzgamiento social- respecto de la amante. Ella, la esposa, va a la casa de la amante y le dice que es una puta y que le va a decir a todo el edificio que ahí vive una puta; la escena termina con una frase que es la más interesante de todas: conseguite tu propio hombre. 
Me interesa pensar qué fantasías femeninas se desprenden de esto. Por un lado, que la amante es aquella confinada - por el hombre- a un uso exclusivamente sexual. Y por el otro, esta idea de que la amante es amante porque no puede acceder a otra posición, que no puede- pero anhela- ocupar otro lugar en relación a un hombre. Que busca, necesariamente, acceder al lugar de la mujer.  

Ahora bien, como con los años una de las banderas que el feminismo ha levantado es la igualdad por el derecho al goce sexual, es decir, que la mujer también sea contemplada como un ser deseante y no un mero instrumento del goce de un hombre; y, a su vez, se ha puesto en discusión la idea de propiedad que conlleva, o conllevaba, toda pareja establecida, las fantasías femeninas en torno a la amante han quedado desactualizadas y políticamente incorrectas. 
¿Pero puede lo "políticamente incorrecto" disolver los fantasmas femeninos que se erigen en torno a la otra? La respuesta pareciera ser que no.
Tal vez me equivoque, pero mi interpretación es que mutar la figura de la amante de puta a no-sorora no es menos peyorativo ni menos defensivo. 
De hecho, es un mecanismo tan coercitivo como lo fue, años atrás, avergonzarla por su conducta sexual. 
Creer que las mujeres competimos entre sí, que envidiamos el hombre ajeno, o, por el contrario, creer que todas las mujeres nos apoyamos y establecemos lazos de solidaridad y respeto, son dos caras de una misma moneda. Una moneda en la que el gran ausente es el deseo. 
Seguimos, de una u otra forma, intentando regular, legislar, al deseo. Cambian los mecanismos, cambian los modos en que nos convencemos de lo aceptable, pero no cambia la esencia: el miedo y su guardaespaldas de siempre, la moral.