domingo, 31 de marzo de 2019

De la deconstrucción a la codificación.









Por Maite Pil.

Muy a mi pesar, porque ya sabía que era medio floja y porque no me gustan, en términos generales, las películas ambientadas del siglo XIX para atrás, terminé viendo "La favorita" de Yorgos Lanthimos. Publiqué, entonces, mi parecer sobre ella en facebook y no faltó, entre los comentarios, el chabón que dijera que le había encantado porque mostraba a tres mujeres empoderadas. Sólo a un hombre se le puede ocurrir que esa es una película feminista. Las tres mujeres empoderadas son: la reina que llega a reinar porque se murió el rey, la mina que se coge a la reina para que ésta haga lo que ella quiere y la otra que se da cuenta de que para dejar de ser una sirvienta tiene que hacer lo mismo, cogerse a la reina. A veces me da ganas de mudarme de planeta. 

Estoy un poco podrida de hablar de esto pero es un tema que nos tiene entrampados a todos. Estamos coartados. El problema no es el feminismo, claro está, el problema es cómo en estos últimos dos años se fueron gestando y manifestando síntomas muy particulares en relación a esto que está pasando, creo yo, sólo en la Argentina. 

Se pone en debate al unísono: el derecho al aborto legal, el poliamor, que si te grita ya no es amor, que podés estar en pelotas pero si a último momento decidís no coger, estás en todo tu derecho, los piropos en la calle, el lenguaje inclusivo, las canciones de Cacho Castaña, los femicidios y el humor de los años ochentas. Es una locura. Pareciera que se discute todo junto para no resolver nada. Es como la izquierda criticando a los gobiernos populares.

Hay una frase de Zaffaroni, no la recuerdo textual, pero dice algo así como que no es lo mismo el Código Penal que la ley del padre. Entonces, la primer división que hay que tener clara es entre aquello que puede regular y prevenir el Estado y aquello que no.  Las deudas del Estado con las mujeres creo que todos las tenemos bastante claras y me parece que es el primer consenso que hay que lograr. Lo que a mí me interesa pensar acá es aquello que queda por fuera, entrar en el otro terreno, el vincular, el emocional. Voy a parafrasear a Zaffaroni y decir que no es lo mismo el Código Penal que un código de pareja o de amistad. Y así debe ser.

Asocio esto inmediatamente a cuando Macri dijo que si fuese por él sacaría una ley para que fuésemos todos felices. Es muy interesante analizar esa frase a la luz de los hechos actuales. Sólo una persona que produce infelicidad puede pensar semejante cosa. No se expresa allí tanto el deseo de felicidad como el carácter prohibitivo respecto de otro sentimiento que no sea ese.
Esto no lo digo yo, lo dijo Levy-Strauss hace muchos años atrás, la ley aparece cuando nada más puede impedir que eso suceda. Sería idiota prohibir un imposible.

Entonces, así como el patriarcado no se va a caer sacando un decreto, tampoco podemos prohibir los micromachismos con la ley de lo políticamente correcto. Porque este mandato de corrección que se instaló - para algunos, de la noche a la mañana- lo que hace es taponar en vez de disolver, resolver. Si no descomprimimos y repensamos entre todos algunas consignas, vamos a terminar formando un ejercito de odiadores anónimos y lobos disfrazados de corderos. 

      

domingo, 17 de marzo de 2019

Corpus.




Por Maite Pil. 

Quería escribir sobre el film "9 semanas y media". Pensar por qué mucha gente de mi generación no lo vio, por qué no se ha convertido en una película de culto o, por su contrario, una película desgraciada; no acaba por ser ni una ni la otra. Para este ejercicio, obviamente, no sólo tenía que volver a ver la película sino que, además, tenía que leer y ordenar en forma cronológica una cantidad significante de críticas y referencias a ella. 

Nada de eso sucedió, nunca fui buena alumna, ni siquiera de mí misma. Prefiero tomarme una cerveza, o varias, en un bar antes que responder a consignas. Nunca pude cumplir con esta clase de entregas.
La pregunta que se desprende de esta situación, obviamente, es qué le compite al saber. 
¿Por qué preferiría hacer otra cosa?
Y en este sentido, y aunque no haya estudiado, voy a ser categórica: al saber le compite el cuerpo. 

En el cuerpo habita un mas allá, podemos mirarnos en el espejo, podemos sacarnos una foto, podemos, incluso, bajar la vista y considerar cuerpo a todo aquello que está de la nariz para abajo. Y no alcanza. 
Podemos pretender hacer del otro un cuerpo. Pero es inútil; se modifica cada vez que entramos en contacto con él. No hay manera de abarcar la totalidad de un cuerpo visualmente. La maja desnuda no está completamente desnuda ¿Qué hay en su espalda? Nadie lo sabe. O qué sé yo qué pasa con los pies cuando miro una cara, un muslo o una nuca. 

Lacan dice que no hay relación sexual. Lo dice, un poco, arbitrariamente y, otro poco, reposando en un montón de conceptos sumamente complejos. Creo que, con haber dicho que no se pude ver a un cuerpo en su totalidad, habría bastado. Me parece a mí. 
Convengamos que, en términos generales, más allá de que los telos hagan todo lo posible por su contrario, la idea de duplicar miradas es incontrastable. O se mira al cuerpo o se mira al espejo, no se puede hacer las dos cosas en simultáneo. 

Lo que sí se puede, y de hecho se hace, se quiera o no, haya o no haya un espejo mediando, es fantasear con la mirada de un tercero. Es esa fantasía- no en un sentido erótico- constitutiva y complementaria, porque viene a poner cuerpo allí donde el ojo no llega, la que hace que sea imposible la comunión de a dos. Como ocurre, incluso, en la ideación y puesta en escena de la venganza. No hay forma de que complazca a quien la lleva a cabo en la medida en que no sea reconocida, o relatada, como tal. Tanto a la venganza, como a la relación sexual, se le suponen placeres que no le son del todo propios. 

Lejos de querer entristecerlos con esta mínima redacción, porque para eso ya se ha inventado todo, desde la ópera hasta la clase media, me gustaría rescatar como recurso la desnudez. No como objeto de observación pornográfica sino como medio de comunicación. Hacer contacto con la piel del otro es lo más cerca que podemos estar de ser humanos. Y después se verá qué hacemos con eso.   


domingo, 10 de marzo de 2019

La mirada imperiosa.






Por Maite Pil


Hace tiempo que vengo leyendo la frase - aplicada a diversas situaciones- quedate con el que te mire como fulano mira a mengano. No tengo idea de dónde salió, disculpen mi ignorancia, tampoco me tomé el tiempo de rastrearla, pero me interesa, más que nada, la forma en que se reproduce en las redes sociales.

¿Por qué pegó y pega tanto?
A simple vista podríamos decir que es romántica, que apela a la simpleza de un gesto- suponiendo que la mirada podría ser uno- como motivo suficiente para permanecer en un amor o descubrirlo como tal. Pero si nos ponemos a analizarla con más detenimiento vamos a desprender de ella diversas interpretaciones. Para hacer este ejercicio voy a, primero, enunciar las dos cosas que más fácilmente discierno en su construcción.
Por empezar, esta frase implica, necesariamente, la presencia de un tercero. Es un testigo quien le atribuye la cualidad de valiosa, amorosa o deseante a esa mirada, no quien la recibe. Por supuesto que no hace falta que ese testigo sea efectivamente una persona de carne y hueso, esa tercera posición puede estar dada por un imaginario.
En segundo término, que es el que más me interesa y me espanta, en iguales cantidades, es que abona a una construcción absolutamente narcisista y especular del amor: Quedate con el te mire.

La frase está perfectamente construida. De eso no caben dudas. Hay un sujeto - imaginario o no- que ve cómo otro mira y que debe avisarle al tercero, al mirado, que es visto de tal o cual forma.

¿Por qué hay que avisarle al mirado de que es mirado y que debe permanecer en esa vista? - Quedate con es un imperativo bastante fuerte- Y ¿a quién mira o qué ve aquel que es receptor de esa mirada? ¿Por qué no se da cuenta? ¿Qué relación hay entre lo que uno ve de un otro con lo que el otro puede devolverle?
Esta frase no responde ninguna de estas cuestiones. No pretende hacerlo, tampoco. Es la frase pretendidamente amorosa que le hace la pata, el caldo gordo, a los tiempos del Instagram y la foto como protagonista. Donde importa mucho más ser visto que ver. Donde se goza, incluso, de esa asimetría. No sea cosa que vayamos a descubrir que rara vez se está a la altura de lo que el otro ve en uno.
La única forma de salir de esta lógica de amores de vidriera es cruzando miradas. Sólo así podremos enfrentar al vacío fundamental del amor: no hay nada que ver.















lunes, 4 de marzo de 2019

Presente continuo



Por Maite Pil.


A long time ago- pero en esta galaxia-, y con un amante en particular que no viene al caso, tuve una serie de situaciones desafortunadas. De esas que suceden cuando una torpemente quiere llevar el vínculo a un determinado lugar pero acepta todas las condiciones que pone el otro, que apuntan, obviamente, al lado contrario. 
Un día, completamente sacada por su fortuita desaparición, intenté contactarlo setenta mil veces. Eran épocas en que no quedaba registro de esto como lo hay hoy. Ante semejante acting out, al día siguiente, no pude más que sentirme miserable. Necesitaba remediar lo que había hecho. Y no tuve mejor idea que ir a la librería de la vuelta de mi casa y comprar "El arte de amar". No para leerlo yo, cosa que hubiese sido un poco más honesta, sino para regalárselo a él. En una de las hojas de cortesía le escribí una dedicatoria que no recuerdo, pero sospecho que citaba una frase de alguien más ¡Como para que el regalo no fuera tan personal!
Ese mismo día, el de la compra del libro, dí con él, y él, ni enterado de todo mi drama, y hasta concretamos un encuentro. El libro, por supuesto, me lo quedé yo pero le arranqué esa hoja de cortesía, no podía soportar tanto melodrama en un mismo objeto. 
Pero, acaso  ¿no hubiese sido más sano regalarle el libro a un hombre que se hace presente y no al  fantasma que estaba empezando a fantasear en mi cabeza?
No, yo quería el gran acto final. El regalo de despedida. La confesión irremediable. Hacerle creer que podría haber sido amado de no haber sido por él. 
Lo que enmascaraba ese libro-porque bien podría haber sentido que ya había puesto todo de mí y que la mejor manera de salir de esa situación era tomando distancia- es que era yo quien sentía culpa. Pero no una culpa que me invitara a reflexionar, más bien una culpa que me impulsaba a arrastrarlo conmigo a esa espantosa e insostenible incomodidad. 
Por suerte - y "por suerte" me refiero a haberme sometido a análisis- pude generar otros tipos de vínculos con los hombres. Claro que eso no significa que en todas mis relaciones haya existido correspondencia. Pero, al menos, pude situar eso - el desencuentro- en otra escena; escena que requería, indefectiblemente, que yo desarrollara otro papel. Así es como  pude - casi sin proponérmelo porque ese es el verdadero logro del psicoanálisis, ser sin impostura o instrucción clínica- querer amar y ser amada; sin culpas, sin víctimas y sin victimarios. 
Hoy, a raíz de un recuerdo de facebook, saqué la cuenta y descubrí que, a pesar del tiempo que pasó, mantengo vínculos con muchos de los hombres de mi pasado; amistosos la gran mayoría. Es más fácil cambiar uno que cambiar una dinámica.  Pero ¿puede una dinámica sostenerse si uno de sus integrantes cambió?
Sí y no.  No importa demasiado. Todos, pasada cierta edad, nos preguntamos si el amor es aquello que pasó o aquello que está por venir. Y no son ni preguntas ni respuestas excluyentes entre sí. Lo único que es excluyente al interrogante sobre el amor es aquel que no quiere participar de él.