Por Maite Pil.
Cuando este año, a raíz de una invitación a la escritura que se me presentó, decidí, elegí publicarla por este medio, no tenía pensado el resto. No tenía planeado, en principio, mucho más que eso. Utilizar esta plataforma, que nunca se cerró, que quedó ahí, suspendida, como una casa desahitaba llena de recuerdos. Lo consulté, por supuesto, con Flor Bea, la otra socia fundadora de allá hace tiempo y me dio luz verde para continuarlo si así lo deseaba.
Es una modalidad casi en desuso el blog. Y hasta el título podía llegar a plantear cierta polémica o rechazo: Es domingo y no tengo novio. Digamos que después de cierta edad novio es una palabra que se tiende a esquivar, que no representa los vínculos que se construyen. Además de eso, nunca falta quien hace una lectura de dependencia machista del título.
El título surgió cuando ambas éramos veinteañeras. Pero siempre trascendió lo literal, por eso causa tanta gracia, a veces, cuando se pronuncia.
Cada domingo es un fin de año pero sin los festejos. Es la última oportunidad antes de que todo vuelva a comenzar. Una oportunidad ilusoria, por cierto. Y novio, bueno, no importa demasiado, lo que importa es lo que lo antecede, la falta. Es el no tengo la clave del título.
Balance y falta. Aunque la palabra balance no me gusta, es engañosa, pareciera que las cosas pudieran ser fácilmente clasificables y agrupables. Que lo que se acumula queda de un lado y lo que se pierde, del otro. A veces el tiempo y el análisis nos demuestran lo contrario.
No era un objetivo volver a escribir. Eso es lo más interesante de todo, de pronto empecé a desearlo. Y para no perderlo, para conservarlo, hice lo que muchas veces hago: lo transformé en rutina. Me funciona, me da un marco de protección. Porque es una mentira eso de que todos aspiramos a hacer las cosas que nos hacen felices. Hacemos muchas cosas para que los deseos se interrumpan. No los soportamos. O desear imposibles y culpar a una serie de hechos contingentes. Con la rutina, en cambio, somos más cobardes y obedientes. No digo que sea un método recomendable, sólo que, con un poco de suerte, uno ya conoce de qué formas se hace trampa; como diría una canción que amo, I´m already fighting me, so what´s another one.
Es domingo y no tengo novio trata, algunas veces, de lo que me pasa o me pasó; cito algunas anécdotas y siempre hay una mitad verdad en lo que digo. Pero es fundamentalmente un espacio que busca una lectura participativa, la identificación. Que pretende abrir preguntas sobre los vínculos, los deseos, la sexualidad, el amor. Que, también, pretende acercarnos, aunque suene cursi, ya lo sé y lo detesto. Sobre todo lo digo por esas distancias que se instalan por el simple hecho de no profundizar en qué nos une.
Se cierra un año que, claramente, queda sellado por un despertar súbito - para algunos- del feminismo. Yo no creo que los vínculos hayan sido fáciles nunca, sí creo que ahora hay un chivo expiatorio en el cual depositar las dificultades constitutivas de algunos. Esto es algo que me parece vital seguir trabajando, desde mi humilde lugar.
El próximo domingo aquí van a encontrarme volviendo a hacer este satisfactorio, pero también costoso, ejercicio de pensar en función de una escritura. Quiero agradecerle, en primer término, a Luciano Lutereau, ya que fue él quien me provocó hacer la primera publicación. Aunque, tal vez, poco sepa de esto.
También a Gabriel Artaza Saade, Florencia Fernández, Marina Lijtmaer y Lucas Boxaca, por haberme dado material y valor. Y a todos los lectores por bancarme en esta pequeña y ridícula cruzada en pos del amor y la salud.
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