domingo, 13 de enero de 2019

La derrota hecha espectáculo








Por Maite Pil.


Hace tiempo que vengo pensando en que la idea de la denuncia como conquista feminista es, por lo menos, derrotista.  Porque no revierte la posición de víctima de la mujer. La victimización e infantilización de las mujeres persiste aún allí donde se cree que hay un territorio ganado. Por supuesto que toda víctima debe hallar lugar para la denuncia - eso no se discute- pero hacer de esto una bandera creo que profundiza la problemática.
Últimamente me dediqué especialmente a ver entrevistas que abordaran estos temas. Y, sacando de lado a los discursos de las denunciantes, el alrededor suele manifestarse ante este fenómeno como algo que les da mucho orgullo, que los entusiasma, los pone felices, etc. Se le dedica un segundo al repudio del victimario- muchas de las veces ni se lo menciona- y 30 minutos al goce pajero de la valentía de la víctima

La violencia machista existe y sus máximas expresiones son la violación y el femicidio. Eso está muy claro, una trompada tampoco se discute, por supuesto. Pero me interesa pensar las zonas grises, los matices que pueden presentarse en un vínculo; y, por sobre todas las cosas, la desigualdad constitutiva que las mujeres hacemos carne frente a un hombre.

Quiero hacer el ejercicio de pensar en aquellas situaciones que no están penadas por la ley, es decir, que no constituyen un delito, y que aún así son percibidas como violentas. El planteo inevitable que se me presenta aquí es muy simple: o tenemos un código penal insuficiente o hay un ámbito inimputable. A raíz de una situación que presencié entre dos hombres, me puse a pensar en cómo a veces las mujeres tomamos, per se, a la presencia masculina como potente, totalizadora, controladora, etc. Por eso mi introducción, ¿acaso no hay algo de esto en todo vínculo? ¿Cómo vamos a construir una ética de la igualdad - se necesita más ética que ley, creo yo- cuando nos consideramos o nos consideran en inferioridad de condiciones? Ya puedo imaginar el rum rum de mucha gente pensando por qué dedico mi tiempo en pensar esto, que pensar esto es una forma más de culpabilizar a la mujer y una serie más de preconceptos reactivos que impiden revertir, verdaderamente, al orden patriarcal. 

Lo peor del machismo es cómo éste ha logrado hacer pié en las mujeres. Por eso creo que el feminismo, lejos de ir contra los hombres, debe ir contra las mujeres machistas. En una toma de una empresa, por ejemplo, uno no busca convencer al dueño, busca convencer al compañero para que haga alianza. Ahí radica el verdadero triunfo.

En la medida en que las mujeres quedemos fijadas al relato de la denuncia como triunfo, nada va a cambiar. No hay modificación de los roles allí. Como los hombres están medio desorientados, y no quieren perderse un garche por machirulos, retoman el relato que presumen feminista, pero profundizan la idea de la mujer como víctima y la espectacular y esporádica aparición de una denunciante. 
Eso no es igualdad. Es un discurso que baila al son de la canción de moda. El feminismo debe ir por mujeres sin victimarios y aplaudir menos a las víctimas. Porque si no, caemos en la espectacularización de la desigualdad pero no cambiamos nada.  

  

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