domingo, 16 de diciembre de 2018

La vuelta al forro.






Por Maite Pil. 



El otro día hablando con mi amiga M. - a quien hacía mucho no citaba- surgió el tema del uso del preservativo. Una de las cosas que yo vengo pensando hace bastante - que no es políticamente correcto decir- es que ese sexo seguro que te explica la ginecóloga cuando sos adolescente es casi inviable. Ella sentada del otro lado del escritorio, con su guardapolvito blanco y la foto de sus tres hijos, es muy difícil, sino imposible, de practicar. 
Esa coreografía teórica, higiénica y sanitaria, que transmite el profesional, muchas veces no se ajusta a la realidad. Ojo, no es que esté diciendo que esté mal, al menos las mujeres - que tal vez no tuvimos educación sexual en los colegios - accedemos a la información obligadamente mediante la ginecóloga. Los hombres no tienen un médico, o desconozco si lo tienen, que se encargue de esto en esa etapa. Tal vez un clínico podría hacerlo, pero no todos van al médico, en fin. 

Todos acordamos, supongo, los que más o menos rondan a mí generación, que el sexo es con preservativo. Hace un tiempo hablé por teléfono con un amigo que vive afuera y me preguntó si yo usaba preservativo. Más allá de lo gracioso de cómo formuló la pregunta, porque pareciera que me recordara con pene, me hizo pensar en otras cosas. 

En general, en vínculos establecidos, o de pareja, una de las primeras cosas que se hace, o lo que se tiende a hacer, es cambiar de método anticonceptivo. Esto es muy importante porque se modifica ya el sentido del preservativo. Pasa de ser un instrumento de protección contra enfermedades a un método suplantable. Y lo más llamativo de todo es que, muchas veces, ese pasaje no se da- como debe hacerse- porque ambos van al médico y se hacen la serie de análisis correspondientes para descartar enfermedades de transmisión sexual. Es la confianza, o el amor, lo que descarta al otro como fuente o potencial fuente de contagio. Por esto mismo, otras tantas veces, cuando las parejas están mal, se avecina una separación, vuelven al preservativo como método. 

Es por esto que empiezo diciendo que el relato higiénico del sexo seguro que dan los profesionales no alcanza o es infructuoso. Porque el preservativo no es nunca sólo un preservativo; como sucede con casi todo lo tocante a la sexualidad. El preservativo se nos representa como una barrera en otros sentidos. 

El problema fundamental es que difícilmente se logre erotizar el uso del preservativo. Las empresas que los fabrican le ponen onda, hay que reconocerles eso, entonces los hacen con sabores, de colores, con tachas, con efecto retardante y otras variantes. Pero esto no es más que el signo de su gran problema. Diría, incluso, que la carga erótica se coloca en la idea de no usarlo. Hombres que creen que con preservativo van a perder la erección, mujeres con sensibilidad al látex, etc., etc.  
Mi teoría es que el cine no incorpora, prácticamente, al preservativo en las escenas de sexo justamente por esto, porque narrativamente no aporta erotismo. Se incorpora en la medida en que la escena pretenda ser cómica o accidentada, ahí sí de pronto vemos personajes que no logran abrirlo, o no los encuentran o el blooper que fuere. 

De ninguna manera quiero que se me interprete como que estoy haciendo apología a su no uso. Todo lo contrario, creo que es importante hablar de esto, sacarle esa carga deserotizante que se le ha ido construyendo con los años e incorporarlo sin tantos rodeos. 




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