Tres empieza con uno:
con un monólogo (¿interior?). O empieza con dos: es un discurso dirigido a una
segunda persona que sería su interlocutor/a. Uno está hablando de dos (“tú arriba, yo abajo”) e
incluso de tres (“siendo infiel”). Pero también está hablando de uno: cuando dice “escape” o “tú mueres”, inevitablemente
queda uno.
Este monólogo es una voz en off sobre la imagen de unos
cables de postes, que pasan a la velocidad de quien los mira desde un tren. La
cantidad de cables que van de poste a poste es uno, dos o tres, representando
lo que el relato en off sugiere.
Este comienzo de la película continúa igual de sugerente: un
baile armónico entre tres personas que interactúan con sus cuerpos como si no
tuvieran peso parece anticiparnos que la armonía entre tres es cosa posible.
Luego, nos seguimos deleitando con la estética del film: la
pantalla dividida en varios recuadros nos muestra simultáneamente diferentes
escenas, a una velocidad también de tren. No obstante, no pasarán muchos
minutos de película hasta que lleguemos a la demora. Este recurso de la demora
tiene un objetivo muy claro: generar ansiedad o impaciencia en el espectador, y
conmigo les ha salido de maravillas. Mientras su novio la llama desesperado
varias veces al teléfono celular para avisarle que está en el hospital por un
problema de salud que se ha convertido en una emergencia, ella está enredándose
en situaciones de las que ni siquiera goza completamente porque una parte de
ella misma le indica que en su comportamiento hay algo fuera de lugar; sin
embargo, todo su entorno (de música y festejos, en contraste con el silencio
hospital que está habitando él) la sumerge
cada vez más profundo en esa situación de la que tanto le costará huir (de
manera literal, incluso, pues va a intentar escapar por una puerta de
emergencia que, paradójicamente, parece estar trabada y no puede abrir). Esta
situación de demora nos recuerda un poco a esos sueños (pesadillescos) en los
que todo se trata de llegar a un lugar pero el personaje (uno mismo, en ocasiones)
realiza acciones que no conducen a ese lugar ni generan movimiento hacia la
meta. Y este desliz que me permito hacer sobre los sueños, lo hago porque la
película tiene mucho de eso: en escenas en blanco y negro, vemos sueños y
pesadillas de alguno de los personajes sobre un tema tan recurrente en lo
onírico: la muerte. E, incluso, con el cliché de la caída de los dientes y su
supuesto presagio de malos augurios.
Tres personajes llenos de dudas, pero también de respuestas
a las dudas de los otros. Cuando uno de ellos, confundidísimo tras una
experiencia sexual, se empieza a preguntar (de una manera más personal a cómo
lo planteo yo acá, pero la idea que subyace es la misma) qué es ser homosexual
o qué sexo (en ambos sentidos de la palabra) prefiere si tiene que elegir uno,
otro personaje (que paradójicamente trabaja con la biología humana) le responde
que no se preocupe, que salga de esas ideas deterministas de la biología. Y
desde entonces, las historias van a correr en un sentido en el que romper con
ciertas convenciones será una respuesta o salida posible.
La película (de amor, sin dudas, pero también de búsquedas) está permanentemente en el
borde entre la fantasía (lo fantasioso, inclusive) y la realidad. La exactitud
y la aproximación. La vida y la muerte. La ciencia y la superstición (incluso,
cierta numerología; y no podemos ignorar el título de la película…). El
determinismo y el azar. Así, los tres coincidirán, se encontrarán (por
accidente a veces, y otras veces con intención) y se desencontrarán en todas
las combinaciones posibles que tres pueda generar.
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