domingo, 14 de julio de 2019

La certeza de la intriga.








Por Maite Pil. 

No soy una persona creyente en términos generales. Ni de un Dios, ni de los astros, no soy una buscadora de sentidos en esos términos y no necesito de la fe para vivir. En lo único que creo, a fuerza de empirismo, es en algo un tanto inexplicable y que puede resumirse en un dicho genial: A watched pot never boils. (Que quiere decir que cuando mirás la olla, el agua nunca hierve). 

Eso pasa, un poco, con los vínculos. ¿O alguna vez les sonó el celular mientras lo miraban fijamente?
Opera una suerte de telepatía disfuncional en las seducciones. No sé de qué se trata, pero que existe, existe. 
Seguramente haya una razón más palpable y menos mágica que la que estoy dando. Y supongo que es - y esta idea la estoy tomando de Luciano Lutereau- que cuanto más uno quiere obtener un resultado, más factible es que ocurra el contrario. Eso explica cosas como, por ejemplo, que estés sin depilarte cuando más lo necesitarías. O a la inversa. 

Pareciera que el encuentro con un otro necesitara algo del orden del arrebato. La perseverancia y el esfuerzo podrán ser muy buena cualidades para volcar en lo profesional, pero de nada le sirven al deseo. 
El deseo, no sé si es correcto decir que es todo lo contrario a eso, a la idea de lo voluntarioso, pero le pega en el palo. Cosa que se demuestra con frecuencia cuando advertimos la distancia que hay entre aquello que decimos que queremos y lo que terminamos haciendo, generando o eligiendo.  

Hay gente que pareciera ser mucho más hábil en este sentido, pero creo que, en verdad, aquel que conmociona - en tanto despierta un deseo- poco sabe de eso. Yo misma alguna vez lo debo haber provocado, pero de eso no sé nada. Tal vez, de haberlo sabido, ese efecto de fascinación se hubiera vuelto obsoleto. 

Así es que mi mayor certeza es, a su vez, el mayor de los misterios. Por lo tanto se me convierte en una certeza inútil, de la que no puedo sacar ninguna ventaja ni me aporta ningún conocimiento específico. Es una certeza que, simplemente, me recuerda - y muy de vez en cuando- que el deseo es escurridizo y que el saber, por más insoportable que pueda resultar, se mantiene al margen.   










2 comentarios:

  1. Bello.
    Me reconozco en la descripción de la superficie de los hechos.
    Estoy convencido de que opera un autoengaño con respecto a cuál es nuestro verdadero deseo. Tal vez porque no soportamos revelárnoslo tal como es.
    Nuestro deseo profundo es capaz de, al menos, tallar en el otro.

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  2. Es la primera vez que te leo y me encantó cómo escribís.
    Pero me parece que muchas veces se puede obtener lo que se quiere. Y no por fuerza de voluntad , claro

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