Por Maite Pil.
Una de las noticias facebookianas de la semana fue la Sologamia. Una práctica que consiste en casarse con uno mismo y cuyo objetivo, o lo que pretende instaurar, institucionalizar, es el amor propio y la autocompasión. Ojo, no crean que digo estas cosas en sentido peyorativo, lo estoy citando del sitio oficial. Como soy un poco prejuiciosa decidí buscar "autocompasión" en el diccionario porque tal vez le estaba dada una connotación errónea, pero no, ya corroborado, puedo decir que mi juicio es valedero: hay algo (auto)lastimoso allí. Entre los argumentos de por qué surge esta práctica aparece, en primer lugar, la crisis del matrimonio. Ahora, me pregunto, ¿puede la legitimación de esta práctica resolver la profunda crisis vincular a la que asistimos? Y lo más curioso ¿por qué paliar el fracaso del matrimonio de a dos con un matrimonio de a uno?
Me llama la atención cómo en los últimos años se ha intentado revertir o subsanar ciertas prácticas - o síntomas de la época- desde la misma lógica desde la que se las produjo o reproduce. A veces da la sensación de que nos enfrentamos a una trampa que no es más que el lenguaje mismo al que estamos todos sometidos. Como pasa con el vegetarianismo y el veganismo, por ejemplo, que rechazan el consumo de carne pero no puede dejar de emular a las comidas que la contienen: chorizo de vegetales, hamburguesa de lentejas, carne de soja, etc. Y ni que hablar de las nuevas formas de sexualidad, que apuntan a desterrar el encasillamiento pero no pueden dejar de producir más y más categorías. La frutilla del postre es, sin dudas, que se ha desarrollado un lenguaje inclusivo denominado en masculino ¿no debería ser lenguaje inclusive?
Pero eso es sólo una pata de la problemática, una de las tantas paradojas. Lo que verdaderamente encubren estos intentos por romper con lo establecido, y así tener individuos más libres, igualitarios y respetuosos, es que la idea de felicidad es siempre algo que se nos ofrece desde afuera. La felicidad es una construcción que se va manifestando desde diversos soportes y que nos delimita lo deseable o esperable en una cultura determinada. Difícilmente pueda crearse otra dinámica, una que no convierta a las elecciones en mercancías.
Es como si todos estuviésemos bajo el mando del Rey de "El principio", que nos ordena hacer lo que ya hemos hecho y nos prohíbe lo que no podríamos hacer aunque quisiéramos. La felicidad, que supone la libertad, se ha vuelto un Rey que busca hacer uso de su autoridad sin resultado alguno.
Maite, me gusta en gral el planteo de la nota. La parte que difiero y aporto mi visión al respecto, es donde hablas de revertir y subsanar ciertas prácticas, desde la misma lógica desde la que se las produjo o reproduce y mencionas al veganismo. Como siempre, voy a ser autoreferente y me atrevo a, en mi nombre, hablar de un puñado de humanos también. Soy vegana hace más de 25 años. No como animales, no soy especista. Me crié como la mayoría en este mundo con una dieta basada en animales y sus derivados. Si bien nunca necesite emular mis alimentos a que tengan huesos o sabores de animales, respeto el proceso de quienes sí lo hacen y si lo hicieran toda la vida; porque lo importante es que aquellos que no comemos animales elegimos no hacerlos sufrir. No hay trampa a mi entender. Si una construccion en el tiempo, un largo proceso para modificar creencias y costumbres y no es posible producirlo de otro modo que no sea con una profunda revisión interna. Te quiero!!! Siempre por aquí y facebook.
ResponderEliminar