Por Maite PIl.
Hace unas semanas leí "La piel" de Juan Terranova. Llegué a ella por reseñas, a las que llegué, a su vez, vaya uno a saber cómo, supongo que internet tiene esas extrañas formas de trazarnos caminos. Leí varias de ellas, algunas más amenas que otras, pero en todas sobrevolaba la idea de que el personaje, el narrador, es un sociópata, un tipo apático, inescrupuloso, dispuesto a casi todo.
Sin embargo yo tengo otra lectura, y tal vez también se juegue la piel aquí- en tanto sensación sin demasiado fundamento- en lo que voy a decirles. Si esta novela hubiera sido adaptada en al cine en la década del cuarenta o de los noventas - donde se asistió a una reedición del género film noir- estaríamos frente al antihéroe que todo lo arriesga por una femme fatale (Majo, en este caso). Hay una épica del amor, de un amor sin edulcorar, de un amor que está a un paso de serlo y que no importa demasiado, ya, si se concreta a lo largo de la trama.
Está estructurada como un diario, un diario para su propia lectura, no se lo dedica a nadie. Con casi nadie comparte verdaderamente lo que piensa, en ese sentido sí podemos decir que estamos frente a un narcisista, un narcisista entendido como aquel que se guarda en el bolsillo, con recelo y arrogancia, esas grandes ideas sobre el mundo que tiene sobre el mundo. Por eso no me sorprendería que en ese diario fuera capaz de mentirse a sí mismo. Hay una suerte de tramitación de la culpa allí, un paliativo que le permite continuar, pero que también le permite fantasear. Todas sus amantes gozan con él. Eso es algo que sólo un hombre un tanto fabulador se atrevería a dejar por escrito.
Me resulta imposible no asociar a este narrador porteño con el personaje de Reynolds, el diseñador en el film "El hilo fantasma". Críticas y críticas tildándolo de perverso y no sé cuántos diagnósticos desacertados más. Tampoco coincidí allí, creo que Reynolds, como tantos hombres, hacen lo que pueden con el amor y la resistencia es bien válida para dar abrir paso al encuentro.
Como es domingo, y no tengo la más mínima intención de terminar este escrito con una frase alentadora o una profunda reflexión, voy a citar un brevísimo fragmento de "La piel", tal vez el más bello y crudo: "No somos únicos y hermosos. No sabemos negociar. Concedemos sin demandar. O pedimos demasiado y no ofrecemos nada cambio".
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