Por Maite Pil.
La vida puede estar llena de casualidades, pero, lo que es indiscutible, es que es la atención la gran recopiladora de ellas. Hay casualidades que no le importan a nadie, que jamás serán descubiertas. Otras que sí, que nos importan, nos importan tanto que no podemos más que sacarlas de su misma definición y reconvertirlas. Es la gran ironía de la casualidad: sólo es descubierta en tanto exista la visión del sujeto. Por lo tanto esa combinación, esa asociación que ejercemos sobre el objeto, la transforma en otra cosa: en una interpretación. Ojo, no estoy hablando de psicoanálisis, estoy hablando de cualquier tipo de vínculo sexual o amoroso.
Digamos que en general- habrá gente más simple que otra, seguramente- somos seres enigmáticos. La capacidad de amar y de desear, incluso la capacidad de disociar una cosa de la otra, nos convierte prácticamente en imposibles. La comunicación con el otro está siempre fragmentada.
Las mujeres, probablemente por esta cosa de que la charla fue históricamente una actividad más bien femenina, tenemos muy entrenadas ciertas inquietudes que solemos compartirnos. Qué me quiso decir o justo ahora me lo dice, suelen ser interrogantes permanentes.
Hace poco una mujer me contó que el chico con el que se está viendo se le sumó al viaje que ella iba a hacer sola. Pero, tras ese acto, vino la siguiente enunciación de parte de él: te quiero decir algo, que nos vayamos de viaje juntos no quiere decir nada, yo me separé hace poco, bla, bla bla.
Por supuesto que cuando me lo contó yo puse el grito en el cielo. No se puede deshacer un acto atajándose, macho. Él no quería que ella especule con que coger más irse de viaje equivalga a formar una pareja ¡Pero él quiso ir de viaje con ella! A un viaje que no estaba invitado. Entonces, ¿a quién le hablaba él realmente?
En el otro extremo, como para dibujar una línea imaginaria de actitudes, están los que proclaman el acto, con fantástica certeza, y luego no hacen nada. Conozco más de los que me gustaría en este punto. Un día es te voy a dar las llaves de casa y a la semana es me fui a vivir unos meses afuera. A los veintipico una cosa así me habría dejado devastada. Retomaría análisis para descubrir por qué un hombre que estaba dispuesto a darme las llaves de su casa de pronto se fue a vivir a otro lado. Cuando ya pasás los treinta, y te desayunás con semejante panorama, sabés que nunca te hubiera dado las llaves de su casa.
En el medio, entre los que arruinan lo que hacen con lo que dicen, y los que dicen lo que no hacen, están, digamos, los más inquietantes. Hay una moderación que no por eso nos - y los- coloca en un lugar menos deseante.
Si tuviera que hacer un paralelismo con los términos en los que plantea Zizek a la curvatura de la vida, diría que los primeros en describir son los que constituyen el recuerdo, los segundos, la expectativa, pero estos últimos, éstos podrían ser el acontecimiento.
Hoy temprano, que todavía no tenía muy claro sobre qué iba a escribir, leí una cita de Clarice Lispector sobre el no entender. “Una dulzura de estupidez” la denomina en un momento.
Supongo que por eso empiezo hablando de las casualidades. Porque es tan dulce como estúpido atribuirle a una casualidad la posibilidad de que el amor acontezca.
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