domingo, 30 de diciembre de 2018

Todos los domingos son 31






Por Maite Pil. 




Cuando este año, a raíz de una invitación a la escritura que se me presentó, decidí, elegí publicarla por este medio, no tenía pensado el resto. No tenía planeado, en principio, mucho más que eso. Utilizar esta plataforma, que nunca se cerró, que quedó ahí, suspendida, como una casa desahitaba llena de recuerdos. Lo consulté, por supuesto, con Flor Bea, la otra socia fundadora de allá hace tiempo y me dio luz verde para continuarlo si así lo deseaba.

Es una modalidad casi en desuso el blog. Y hasta el título podía llegar a plantear cierta polémica o rechazo: Es domingo y no tengo novio. Digamos que después de cierta edad novio es una palabra que se tiende a esquivar, que no representa los vínculos que se construyen. Además de eso, nunca falta quien hace una lectura de dependencia machista del título.
El título surgió cuando ambas éramos veinteañeras. Pero siempre trascendió lo literal, por eso causa tanta gracia, a veces, cuando se pronuncia. 

Cada domingo es un fin de año pero sin los festejos. Es la última oportunidad antes de que todo vuelva a comenzar. Una oportunidad ilusoria, por cierto. Y novio, bueno, no importa demasiado, lo que importa es lo que lo antecede, la falta. Es el no tengo la clave del título. 
Balance y falta. Aunque la palabra balance no me gusta, es engañosa, pareciera que las cosas pudieran ser fácilmente clasificables y agrupables. Que lo que se acumula queda de un lado y lo que se pierde, del otro. A veces el tiempo y el análisis nos demuestran lo contrario.

No era un objetivo volver a escribir. Eso es lo más interesante de todo, de pronto empecé a desearlo. Y para no perderlo, para conservarlo, hice lo que muchas veces hago: lo transformé en rutina. Me funciona, me da un marco de protección. Porque es una mentira eso de que todos aspiramos a hacer las cosas que nos hacen felices. Hacemos muchas cosas para que los deseos se interrumpan. No los soportamos. O desear imposibles y culpar a una serie de hechos contingentes. Con la rutina, en cambio, somos más cobardes y obedientes. No digo que sea un método recomendable, sólo que, con un poco de suerte, uno ya conoce de qué formas se hace trampa; como diría una canción que amo, I´m already fighting me, so what´s another one. 

Es domingo y no tengo novio trata, algunas veces, de lo que me pasa o me pasó; cito algunas anécdotas y siempre hay una mitad verdad en lo que digo. Pero es fundamentalmente un espacio que busca una lectura participativa, la identificación. Que pretende abrir preguntas sobre los vínculos, los deseos, la sexualidad, el amor. Que, también, pretende acercarnos, aunque suene cursi, ya lo sé y lo detesto. Sobre todo lo digo por esas distancias que se instalan por el simple hecho de no profundizar en qué nos une. 
Se cierra un año que, claramente, queda sellado por un despertar súbito - para algunos- del feminismo. Yo no creo que los vínculos hayan sido fáciles nunca, sí creo que ahora hay un chivo expiatorio en el cual depositar las dificultades constitutivas de algunos. Esto es algo que me parece vital seguir trabajando, desde mi humilde lugar.

El próximo domingo aquí van a encontrarme volviendo a hacer este satisfactorio, pero también costoso, ejercicio de pensar en función de una escritura.  Quiero agradecerle, en primer término, a Luciano Lutereau, ya que fue él quien me provocó hacer la primera publicación. Aunque, tal vez, poco sepa de esto. 
También a Gabriel Artaza Saade, Florencia Fernández, Marina Lijtmaer y Lucas Boxaca, por haberme dado material y valor. Y a todos los lectores por bancarme en esta pequeña y ridícula cruzada en pos del amor y la salud.  




domingo, 16 de diciembre de 2018

La vuelta al forro.






Por Maite Pil. 



El otro día hablando con mi amiga M. - a quien hacía mucho no citaba- surgió el tema del uso del preservativo. Una de las cosas que yo vengo pensando hace bastante - que no es políticamente correcto decir- es que ese sexo seguro que te explica la ginecóloga cuando sos adolescente es casi inviable. Ella sentada del otro lado del escritorio, con su guardapolvito blanco y la foto de sus tres hijos, es muy difícil, sino imposible, de practicar. 
Esa coreografía teórica, higiénica y sanitaria, que transmite el profesional, muchas veces no se ajusta a la realidad. Ojo, no es que esté diciendo que esté mal, al menos las mujeres - que tal vez no tuvimos educación sexual en los colegios - accedemos a la información obligadamente mediante la ginecóloga. Los hombres no tienen un médico, o desconozco si lo tienen, que se encargue de esto en esa etapa. Tal vez un clínico podría hacerlo, pero no todos van al médico, en fin. 

Todos acordamos, supongo, los que más o menos rondan a mí generación, que el sexo es con preservativo. Hace un tiempo hablé por teléfono con un amigo que vive afuera y me preguntó si yo usaba preservativo. Más allá de lo gracioso de cómo formuló la pregunta, porque pareciera que me recordara con pene, me hizo pensar en otras cosas. 

En general, en vínculos establecidos, o de pareja, una de las primeras cosas que se hace, o lo que se tiende a hacer, es cambiar de método anticonceptivo. Esto es muy importante porque se modifica ya el sentido del preservativo. Pasa de ser un instrumento de protección contra enfermedades a un método suplantable. Y lo más llamativo de todo es que, muchas veces, ese pasaje no se da- como debe hacerse- porque ambos van al médico y se hacen la serie de análisis correspondientes para descartar enfermedades de transmisión sexual. Es la confianza, o el amor, lo que descarta al otro como fuente o potencial fuente de contagio. Por esto mismo, otras tantas veces, cuando las parejas están mal, se avecina una separación, vuelven al preservativo como método. 

Es por esto que empiezo diciendo que el relato higiénico del sexo seguro que dan los profesionales no alcanza o es infructuoso. Porque el preservativo no es nunca sólo un preservativo; como sucede con casi todo lo tocante a la sexualidad. El preservativo se nos representa como una barrera en otros sentidos. 

El problema fundamental es que difícilmente se logre erotizar el uso del preservativo. Las empresas que los fabrican le ponen onda, hay que reconocerles eso, entonces los hacen con sabores, de colores, con tachas, con efecto retardante y otras variantes. Pero esto no es más que el signo de su gran problema. Diría, incluso, que la carga erótica se coloca en la idea de no usarlo. Hombres que creen que con preservativo van a perder la erección, mujeres con sensibilidad al látex, etc., etc.  
Mi teoría es que el cine no incorpora, prácticamente, al preservativo en las escenas de sexo justamente por esto, porque narrativamente no aporta erotismo. Se incorpora en la medida en que la escena pretenda ser cómica o accidentada, ahí sí de pronto vemos personajes que no logran abrirlo, o no los encuentran o el blooper que fuere. 

De ninguna manera quiero que se me interprete como que estoy haciendo apología a su no uso. Todo lo contrario, creo que es importante hablar de esto, sacarle esa carga deserotizante que se le ha ido construyendo con los años e incorporarlo sin tantos rodeos. 




domingo, 2 de diciembre de 2018

La suerte ya no juega.





Por Maite Pil. 


Antes era muy común oír decir a alguien, o incluso decir, en algún mal momento de nuestras vidas amorosas, no tengo suerte en el amor. Y qué es lo que se decía realmente con esto, qué encubría la suerte en este terreno. A veces apuntaba a los repetidos desenlaces fallidos de las historias amorosas, otras, a la falta de oportunidad de encontrar a alguien- que no se sabe si existe-. Todos conocimos esas leyendas urbanas que narraban que él o ella se quedaron a dormir la primer noche en la casa del otro y no se fueron nunca más. Fue un flechazo, ay, qué suerte! 
¿Pero era realmente suerte eso? ¿O era una facilidad primera que no auspiciaba de garante en el desenlace de un vínculo?  

A mí criterio, uno de los cineastas que mejor trabajó este tema es Woody Allen - dejemos de lado su pedofilia, perversión, personalidad abusiva, o como quieran o crean más acertado llamarla-. Voy a citar dos ejemplos claros de cómo él puso sobre la mesa que la suerte no es más que una cuestión arbitraria de resultados y que es sólo a posteriori donde puede establecerse - no es más que una cuestión de percepción- qué es buena o mala suerte
El primero es del film "Ladrones de medio pelo"(2000). Aquí él, que también lo protagoniza, convence a la mujer de poner un negocio al lado de un banco con el fin de robarlo mediante un boquete y hacerse millonarios. La ironía consiste en que el negocio empieza a funcionar tan bien que se vuelven millonarios de forma legítima. 
El segundo ejemplo lo tomo de la película "Match point" (2005), cuando el protagonista quiere deshacerse del anillo de su víctima y, al revolearlo al río, choca contra la muralla y queda en el piso. Eso permite que un hombre cualquiera lo agarre y sea acusado del asesinato de ella. En el tenis - deporte que recorre toda la trama de la película y del cual proviene el título de la misma- eso sería un Net. Sin embargo, para el personaje, esa falta termina convirtiéndose en la jugada que le asegura su victoria.

Hay un viejo refrán que dice "afortunado en el juego, desafortunado en el amor". Y hace referencia a cierto supuesto equilibrio de ganancias, o temor neurótico de revanchismo del destino, en donde cuando algo sale bien, seguramente, otra cosa salga mal. 
A mí entender es un refrán que cayó en desuso y que ya no representa el espíritu de época que se vive; porque lo más asertivo sería afirmar lo contrario: afortunado en el juego, afortunado en el amor. Digo esto porque vivimos rodeados de la idea de que el éxito llama al éxito. Tenemos todo un aparato de redes sociales que nos invitan a recortar lo mejor de nuestras vidas y colocarlo en la vidriera. Pero también de algo más profundo, el capitalismo como sistema de acumulación infinita, donde la idea de renuncia no existe. Por esto me parece, también, que la filosofía del poliamor, lejos de ser combativa y revolucionaria, es funcional a este paradigma en el que todos jugamos el papel de hijos únicos caprichosos que debemos ser constantemente satisfechos.
Incluso, el otro día, Florencia Fernandez, psicoanalista uruguaya, puso en su Facebook, más bien se preguntaba, desde cuándo se empezó a utilizar el término "Disfrutalo!". Antes se deseaba "suerte", luego "éxitos" y ahora se apela al gozo. El mandato terrorista por excelencia, que cuenta con el apoyo ideológico de la meritocracia.

Hace unos domingos atrás, cuando publiqué mi escrito sobre los supuestos nuevos hombres feministas, y planteé la pregunta de qué quiere el hombre de hoy, muchas mujeres me contestaron, con insólito enojo, que ellas tenían "una vida" y que no necesitaban cuestionarse por el otro. Lo cual me lleva a pensar en un fracaso profundo y complejo de cómo se (auto)perciben ciertas conquistas femeninas en el terreno de lo público. La lucha feminista no puede considerar a la soledad como un triunfo, es más bien el síntoma de lo complejo que se han vuelto ciertos vínculos.  Hacer de lo que falla, de lo que nos falta, incluso de lo que nos cuesta, un síntoma con aceptación social, es lo que nos rige hoy. Donde creemos que tenemos más derechos y posibilidades pero estamos cada día más alienados y con una libertad, e intimidad, absolutamente vulnerada.