Por Maite Pil.
Al observar a mi hija (Z.) jugar con amigos varones pude darme cuenta de ciertas cuestiones. Y mi teoría fundamental - que tiene sólo este caso de respaldo- es que el patriarcado (entendido como sistema de reproducción ideológica) no es el responsable de que el hombre compita, mida su fuerza, compare sus pitos, sino más bien, es responsable de dejar a la mujer por fuera de eso. Es decir que, esas características que enumeré, que son las más obvias, yo las encuentro tan presentes en mi hija como en sus amigos.
La mamá de uno de los nenes, cuando Z. juega a la pelota con ellos, siempre le recalca al hijo pateá despacio que ella es una nena. Y la realidad es que Z. juega tan bien a la pelota como ellos y le puede llegar a doler un pelotazo tanto como a ellos.
Ese trato diferencial hace que muchas veces a ella la odien porque, claro, si ella llora, se pudre todo. ¿Quién hizo llorar a Z? es la pregunta que siempre vociferan las otras madres.
Ahora, vayamos al mundo de los adultos. Ayer vi una película, "Fuerza Mayor", que me la recomendó Gabriel Artaza Saade, a quien ya les presenté en un posteo anterior a raíz de la lectura que hice de su libro "Una nueva virilidad". Me la recomendó, justamente, porque él está interesado y enfocado en esa temática. No quiero spoilear demasiado, pero básicamente, la película muestra cómo un tipo, padre y esposo, no puede asumir que en una situación determinada no actuó de forma "viril" y su reacción fue de escape - en lugar de tener una reacción de protección que es la que se le atribuye como correcta a un hombre-. Ahora, el problema, en la película - y en la vida real- no es de qué forma actuó él sino de qué forma él creyó que debía actuar. Tal es el mandato, la impostura, que él no admite haber hecho lo que hizo. No puede asumirse como un hombre escapista. Si él hubiera admitido que hizo lo que hizo, el problema quedaba ahí, no llegaba ni al estatuto de problema. Pero él no puede, no es que no quiera, que sea un canalla con su mujer, no puede aceptarlo para sí.
A mí la película me pareció graciosísima, sin embargo, no es esa la llegada, por lo que me han comentado, que tiene sobre los hombres.
Me pasó, me pasó de tener relaciones que se cayeran a pedazos porque hay hombres que son incapaces de reconocerse falibles. Me pasó que me odiaran por ser económicamente independiente. Me pasó de ver hombres llorar porque no los necesitaba, sólo los quería.
Mi pregunta es qué piensan hacer al respecto. Los hombres, digo, qué piensan hacer respecto de que el cuento que les contaron es una farsa. Que no necesitan ser héroes, ni proveedores, ni sementales. Qué van a hacer respecto del lugar que hoy ocupan en relación a una mujer ¡Que no es menor, joder! Se les abren las puertas a un tipo de vinculación mucho menos presionada, más equitativa, donde no los medimos ni los cuantificamos.
¿Quieren eso o no? ¿Qué quieren los hombres de hoy que se criaron con el discurso de ayer?
Freud se ha preguntado infinidad de veces qué quiere la mujer . Y esa pregunta ha sido retomada y reversionada otras tantas.
Creo que llegó el momento de preguntar- y preguntarse- qué quieren los hombres. Porque si hay algo que no va a reproducirse de parte nuestra, es un mandato. No nos interesa el disfraz del feminista, el eslogan de la igualdad o el discurso tonto y mal aprendido de la inclusión. Nos interesa, necesitamos, que tengan los huevos para decir qué carajo quieren y cómo se sienten cómodos.
Si no, es todo farsa y entonces vamos a tener realmente una crisis de vínculos. Tal vez, la peor de todas las épocas.
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