domingo, 11 de noviembre de 2018

El enojo líquido.







Por Maite Pil. 




Hace poco viví una situación en la que me enojé con un hombre por una cuestión relacionada a mi trabajo. Me enojé porque consideré que desde hacía un tiempo venía desoyendo lo que yo tenía para ofrecer y no sólo eso sino que, además, me puso en diversas comparaciones ante las cuales, obviamente, yo no salía precisamente ganando. Como este no era un vínculo estrictamente profesional, y se trataba de una persona a la que le tenía respeto y cariño, fui surfeando los comentarios. Pero un día surfear no alcanzó y decidí confrontar la situación. 

Esto es anecdótico, por supuesto, y lo traigo porque me parece interesante para enmarcar una cuestión con la que muchas veces, hombres y mujeres, debemos lidiar que es el derecho a enojarse. Cuántas veces hemos escuchado, o incluso dicho, fulano o mengano no tiene derecho a enojarse. 
Ahora, de esto me interesa desprender tres directrices, una tiene que ver con qué es el enojo, la otra es cómo lo instrumentamos, qué hacemos con eso, y la tercera es si el enojo requiere autorización. 

El enojo, tal como lo entiendo yo, es una sensación - o mecanismo- completamente involuntario que puede estar plagado de otros componentes, tales como decepción, angustia, frustración, etc. Ahora, qué pasa, el enojo muchas emerge porque es a partir de lo cual, muchas veces, logramos poner el limite o el corte en relación al otro. Cuantas veces pasa que hay gente que se fabrica una pelea con su pareja para poder poner fin a ese vínculo. Este último ejemplo sería una de las peores instrumentaciones del enojo. También hay que distinguir entre quien lo tiene como mecanismo, y que nada sabe de eso, de quien hace una puesta en escena del enojo para hacer sentir culpable al otro, ahí ya estaríamos hablando de otra cosa. 

En general podemos observar una relación entre el grado de compromiso, o intimidad, que hay en un vínculo determinado (amoroso, amistoso, familiar, etc.) con, lo que antes caractericé como, el derecho a enojarse. Podemos constatarlo muy fácilmente en los vínculos de sexo ocasional donde si uno no atiende el teléfono el otro, aunque le hierva la sangre, se la tiene que comer y no decir ni mu. Yo jamás escuché a nadie decir no tenés derecho a amarme. Y fijensé qué cosa curiosa porque, en el amor, es mucho más difícil ubicar, incluso tal vez sea imposible, qué se hizo, si es que hizo algo, para ser amado. Sin embargo, ante el enojo, el otro, es decir, quién produce la ofensa, debe hacer cierto ejercicio de revisión. Parece que eso molesta. Y de ahí esta idea de tener derecho no. Quién sos vos para venir a hacerme revisar mi ética o mis intenciones. 

Las mujeres -y perdón que tenga que volver una vez más a hacer distinciones de sexo- en este sentido, hemos sido culturalmente entrenadas para evitar la expresión del enojo. Con el agregado, además, de que, a modo de herramienta coercitiva, se asocia socialmente y constantemente el enojo femenino con la locura. 

Yo no vi, y no sé si alguna vez lo haga, la película argentina "Re loca". Pero por el trailer y diversas críticas que me tomé el tiempo de leer, se trata de una mujer que empieza a toparse con una serie de situaciones, muchas de ellas vinculadas con las injusticias cotidianas del machismo, por lo  que, entonces, se transforma en una suerte de vengadora y se vuelve re loca. Yo no sé, honestamente, si la intención de la película era reivindicar a la mujer, pero la verdad, el tiro les sale por la culata. Porque no es necesario volverse loca para defenderse. No nos volvemos locas cuando nos enojamos. Entiendo que es una comedia y que necesita de esos componentes. Pero se reproduce una y otra vez esta idea de que la mujer sólo puede enojarse locura mediante. 

Estas ideas que circulan y que están muy arraigadas, de que nos enojamos por locas, o porque estamos indispuestas, o porque somos muy emocionales y entonces, capaz, confundimos las cosas; de que nos enojamos con X pero en realidad lo que nos pasa es que estamos tristes porque se nos murió el gatito, etc. son las que facilitan que terminemos comiendo de la mano de los manipuladores (y acá no distingo sexos porque hay mujeres manipuladoras también). 
Que logran, muchas veces, y gracias a todo lo que acabo de describir, que terminemos dudando de la legitimidad de nuestra postura o que nos sintamos culpables.

Me parece importante agregar, y ya corriéndome de la lógica machista que creo que subyace mucho de lo que mencioné anteriormente, que vivimos en una sociedad con grandes contradicciones respecto de este tema. Que por un lado nos vende frases de superación, paz y armonía, y por otro lado, genera más y más violencia. 
Entonces, en la medida en que no podamos integrar al enojo como sentimiento válido, no vamos a resolver muchas de las cosas que nos pasan. 
La idea de que el que se enoja pierde, no sólo tiene un costado exitista nefasto, sino que además, pretende reproducir conductas de sumisión funcionales al capitalismo. 
Enseñar a amar es tan importante como enseñar a enojarse. Porque quien sabe amar y enojarse, jamás será violento. La violencia y la autodestrucción son, en cierta medida, la malversación de ambos sentimientos. 







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