domingo, 2 de septiembre de 2018

La paciente excepcional.




Por Maite Pil.

Te estás viendo con alguien. Todo marcha con la normalidad relativa que conllevan este tipo de relaciones. Pero de pronto una mañana, en el silencio matutino, algo suena a rajadura y vos sabés que todo está a punto de romperse. Nadie se sienta a desayunar. El café se toma de parados, acodados en la mesada o mirando por el balcón. Siempre te pareció un poco boba esta idea del lenguaje corporal, pero hay que admitir que el cuerpo da señales. 
Lo tenés bajo la mira, la rigidez en la cara es un hecho, poco se puede hacer para batallarla. Te debatís entre sacar un tema de conversación e ignorar el elefante o quedarte en silencio y mirando el piso para siempre. Él te desliza todo lo que tiene que hacer en lo que resta de la semana, vos sabés que el tiempo se acabó y te despedís con un beso espantoso, una pequeña puesta en escena de acuerdo tácito.
Te vas, empezás a caminar  y te cae como un rayo la certeza de que todo se fue al demonio. Pero ¿Qué pasó? ¿Por qué me di cuenta de que algo estaba pasando? 
Lo primero que hacés es contárselo a alguna amiga, o a todas, porque necesitás opiniones. Están las que te dicen que sí, que es la última vez que lo vas a ver, y están las que no te dan bola, que te dicen que sos una exagerada, qué sabés, capaz el chabón estaba dormido, te contestan. Y vos no entendés cómo hacen para sobrevivir en este mundo con esa mirada ingenua y optimista. 

La certeza cala cada vez más hondo. Querés distraerte con otras cosas pero la pregunta no cede y se vuelve más intensa ¿Qué carajo pasó? 
Estás pendiente del celular. Cada minuto que pasa sin un mensaje de él confirma tu teoría. Pensás que qué suerte que en dos días tenés terapia, sabés que tenés que llegar viva a ese día, ponerte metas cortas, como los adictos en recuperación. Volvés a hablar con una de esas amigas que no te dieron bola, le presentás todos los argumentos, no vas a parar hasta convencerlas a todas de que es así como decís, porque cualquier otra conversación te parece una pérdida de tiempo. Lográs quebrarlas, empiezan a trabajar para tu equipo. No estás sola, tenés cuatro o cinco mujeres pensando teorías y estrategias para vos. Se empiezan a barajar escenarios posibles. Están las que te dicen que le escribas vos, para tantear, están las que te dicen que esperes y están las que te dicen que es porque no se quiere enganchar. A esas las amás. 
Llega el día en que tenés sesión con tu analista. Te acostás en el diván y le contás la situación. Te angustiás, hablás de la ansiedad, por un momento hasta se pone sobre la mesa la idea de que seas vos la que está boicoteando el vínculo. Sabés que no es el caso, pero bueno, la que está ahí sos vos. Te menciona la palabra silencio, que qué te pasa con los silencios, y te quedás callada. Decidís ponerle onda a la sesión, tratás de ser cooperativa, pensás que bueno, que a fin de cuentas, esto te va a servir para la próxima relación. Que por algo hacés terapia y no vas al tarotista. Te da un poco de bronca, igual, sacás la cuenta de todos los años invertidos en tratar de ser un poco más sana. Te enojás y le decís a tu analista que por qué no podés angustiarte sin sentirte una loca. Te quedás mirando el cuadro que tiene colgado, no te queda mucho tiempo de sesión, querés decir algo que dé pie a una intervención genial. Pero no podés, estás tomada por el cuadro, no se te cae una idea. Le confesás esta fantasía que tenés de ser una paciente excepcional. La frase paciente excepcional rebota en el consultorio. Se te abren los capilares, te late la cara, podés escuchar el piii del silencio y un dejamos acá.  








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