Por Maite Pil.
Las mujeres heterosexuales fantaseamos, muchas veces, con que esos amigos hombres que tenemos nos revelen grandes verdades sobre ellos y entonces así finalmente entenderlos y sacarles ventaja. Ventaja al cometido de la conquista. Pero no, resulta que tienen los mismos dramones que una. No saben si mandar un audio o un texto, si aparecer, no saben cómo leer las actitudes de ella, no tienen una certeza que ofrecer, ningún saber les es propio cual hombre. Nadan las mismas aguas de la incertidumbre que nostras.
A mí, el amor, y la sexualidad, me importan desde que tengo 6 años. Puedo recordar patente un almuerzo en casa de mi madre, con mi tía de invitada, y preguntarles -ambas psicoanalistas- qué era el Complejo de Edipo. Claro que en ese momento yo no sabía que estaba preguntando por ambas cosas- sexualidad y amor-, lo sé ahora.
Con el psicoanálisis me pasa un poco lo mismo que con los amigos hombres, pero con resultados un poco más satisfactorios: es el lugar desde el cual espío, repienso y trabajo- cuando efectivamente estoy en análisis- mis dos grandes temas.
Una nueva virilidad y otros ensayos sobre el sexo y la época de Gabriel G. Artaza Saade (psicoanalista) - a quien le agradezco la gentileza de habérmelo regalado y dedicado- es uno de esos libros que me resultarán de consulta constante. Voy a hacer un breve recorrido, arbitrario, de los puntos que más me han interesado.
Supongo que todos tenemos modalidades diferentes de lectura, creo que el modo en que se lee dice mucho del modo en que se vive. Yo leo, fundamentalmente, aquello que puedo anudar a una experiencia. En este sentido, si bien no hago una lectura académica, puesto que no lo soy, tampoco hago una lectura de pseudo autoayuda del psicoanálisis. No encuentro-ni busco- consejos o nuevas formas de resolver. No hay nada allí que me sirva para modificar un acto - para eso está la terapia-. Como tampoco lo hay en mis experiencias. Jamás pude aprender de lo que me pasó cual profilaxis ante nuevos errores. La experiencia siempre ha resultado paliativa, tal como me impacta la lectura.
"Amor, deseo y goce" es la primer parte del libro y es sobre la que me voy a pronunciar.
Lo primero que encuentro allí es un interrogante respecto de qué es lo que nos gusta de alguien, la causa del deseo. Y de esto ya podemos desprender la primer cuestión: qué de alguien. Cuando hablamos con alguien y le contamos sobre X nos pregunta, muy comúnmente, pero qué te gusta del chabón. Es decir que todos, de alguna manera, tenemos incorporada la noción que hay una parcialidad del gusto. No te gusta todo el chabón: el gusto -o deseo- está recortado. Esa causa de deseo, ese recorte, el rasgo insustancial - muchas desconocido para uno mismo- es lo que Lacan denomina objeto a.
Emparentando esto con lo primero que dije respecto de que ni la experiencia, ni el amigo hombre, ni la lectura nos dicen demasiado sobre lo que vendrá, y mucho menos sobre cómo conquistar a alguien, me pregunto ¿se puede realmente conquistar a alguien? Si ni siquiera uno puede, a ciencia cierta, saber qué le gusta de quien le gusta.
Otro tema que encuentro es la separación que se da, mayormente en el hombre, entre el amor y el deseo. Cómo puede ser que cojamos tan bien y no se enamore. ¿Nunca se hicieron esa pregunta? También habría que preguntarse por qué se busca enamorar desde ese lugar, pero eso lo dejamos para otra ocasión. Digo más arriba mayormente hombres porque está íntimamente vinculado al vínculo con la madre, la idealización de esta figura y la degradación de la otra, la garchadora.
Es válido preguntarse si el feminismo, cual revolución, va a poder disolver a lo largo de los años estas cuestiones psíquicas tan arraigadas que superan lo que, muchas veces, se mal resume como la ideología del machirulo.
Por último me interesa compartirles esta idea de legalidad heterosexual en los hombres.Que creo es uno de los grandes temas de la época. El autor los describe como tipos que, efectivamente, son heterosexuales pero hay algo ahí del orden de la virilidad que no cierra. Cuentan con una virilidad pasiva, a la que le falta iniciativa, tipos a los que hay que bajarles los pantalones - me hace acordar a la anécdota que les conté del amante que me esperaba boca abajo en la cama-.
Es curioso que, justamente, antes se utilizara la expresión tener los pantalones bien puestos para referirse a aquel que mandaba, al que tomaba las decisiones. Lo que me lleva a pensar, una vez más, que hay cierta venganza solapada. Que hay hombres que no logran acomodarse del todo a las nuevas modalidades vinculares que se están dando - a las mujeres también nos cuesta, eh-. Creo que la legalidad heterosexual -en esta lectura de época que me permito hacer y corre exclusivamente por cuenta mía- no es más que el síntoma del hombre que quiere, cueste lo que cueste, llevar los pantalones puestos.