domingo, 30 de septiembre de 2018

Lo que leí cuando leí.










Por Maite Pil. 


Las mujeres heterosexuales fantaseamos, muchas veces, con que esos amigos hombres que tenemos nos revelen grandes verdades sobre ellos y entonces así finalmente entenderlos y sacarles ventaja. Ventaja al cometido de la conquista. Pero no, resulta que tienen los mismos dramones que una. No saben si mandar un audio o un texto, si aparecer, no saben cómo leer las actitudes de ella, no tienen una certeza que ofrecer,  ningún saber les es propio cual hombre. Nadan las mismas aguas de la incertidumbre que nostras. 
A mí, el amor, y la sexualidad, me importan desde que tengo 6 años. Puedo recordar patente un almuerzo en casa de mi madre, con mi tía de invitada, y preguntarles -ambas psicoanalistas- qué era el Complejo de Edipo. Claro que en ese momento yo no sabía que estaba preguntando por ambas cosas- sexualidad y amor-, lo sé ahora. 
Con el psicoanálisis me pasa un poco lo mismo que con los amigos hombres, pero con resultados un poco más satisfactorios: es el lugar desde el cual espío, repienso y trabajo- cuando efectivamente estoy en análisis- mis dos grandes temas. 

Una nueva virilidad y otros ensayos sobre el sexo y la época de Gabriel G. Artaza Saade (psicoanalista) - a quien le agradezco la gentileza de habérmelo regalado y dedicado- es uno de esos libros que me resultarán de consulta constante. Voy a hacer un breve recorrido, arbitrario, de los puntos que más me han interesado. 
Supongo que todos tenemos modalidades diferentes de lectura, creo que el modo en que se lee dice mucho del modo en que se vive. Yo leo, fundamentalmente, aquello que puedo anudar a una experiencia. En este sentido, si bien no hago una lectura académica, puesto que no lo soy, tampoco hago una lectura de pseudo autoayuda del psicoanálisis. No encuentro-ni busco- consejos o nuevas formas de resolver. No hay nada allí que me sirva para modificar un acto - para eso está la terapia-. Como tampoco lo hay en mis experiencias. Jamás pude aprender de lo que me pasó cual profilaxis ante nuevos errores. La experiencia siempre ha resultado paliativa, tal como me impacta la lectura. 


"Amor, deseo y goce" es la primer parte del libro y es sobre la que me voy a pronunciar. 
Lo primero que encuentro allí es un interrogante respecto de qué es lo que nos gusta de alguien, la causa del deseo. Y de esto ya podemos desprender la primer cuestión: qué de alguien. Cuando hablamos con alguien y le contamos sobre X nos pregunta, muy comúnmente, pero qué te gusta del chabón. Es decir que todos, de alguna manera, tenemos incorporada la noción que hay una parcialidad del gusto. No te gusta todo el chabón: el gusto -o deseo- está recortado. Esa causa de deseo, ese recorte, el rasgo insustancial - muchas desconocido para uno mismo- es lo que Lacan denomina objeto a. 
Emparentando esto con lo primero que dije respecto de que ni la experiencia, ni el amigo hombre, ni la lectura nos dicen demasiado sobre lo que vendrá, y mucho menos sobre cómo conquistar a alguien, me pregunto ¿se puede realmente conquistar a alguien? Si ni siquiera uno puede, a ciencia cierta, saber qué le gusta de quien le gusta.

Otro tema que encuentro es la separación que se da, mayormente en el hombre, entre el amor y el deseo. Cómo puede ser que cojamos tan bien y no se enamore. ¿Nunca se hicieron esa pregunta? También habría que preguntarse por qué se busca enamorar desde ese lugar, pero eso lo dejamos para otra ocasión. Digo más arriba mayormente hombres porque está íntimamente vinculado al vínculo con la madre, la idealización de esta figura y la degradación de la otra, la garchadora
Es válido preguntarse si el feminismo, cual revolución, va a poder disolver a lo largo de los años estas cuestiones psíquicas tan arraigadas que superan lo que, muchas veces, se mal resume como la ideología del machirulo. 

Por último me interesa compartirles esta idea de legalidad heterosexual en los hombres.Que creo es uno de los grandes temas de la época. El autor los describe como tipos que, efectivamente, son heterosexuales pero hay algo ahí del orden de la virilidad que no cierra. Cuentan con una virilidad pasiva, a la que le falta iniciativa, tipos a los que hay que bajarles los pantalones - me hace acordar a la anécdota que les conté del amante que me esperaba boca abajo en la cama-.

Es curioso que, justamente, antes se utilizara la expresión  tener los pantalones bien puestos para referirse a aquel que mandaba, al que tomaba las decisiones. Lo que me lleva a pensar, una vez más, que hay cierta venganza solapada. Que hay hombres que no logran acomodarse del todo a las nuevas modalidades vinculares que se están dando - a las mujeres también nos cuesta, eh-. Creo que la legalidad heterosexual -en esta lectura de época que me permito hacer y corre exclusivamente por cuenta mía- no es más que el síntoma del hombre que quiere, cueste lo que cueste, llevar los pantalones puestos.






domingo, 23 de septiembre de 2018

Bésame mucho, poquito, nada.






Por Maite Pil.




Pienso en los besos. Recordé que en mis épocas de adolescente terminaba con los labios en compota de tanto besarme, la cara raspada y alguna que otra paspadura. Una vez que se incorpora el acto sexual, en los encuentros con el otro, la cosa cambia. Los besos y todo ese ritual de franeleo calentón va desapareciendo, o se va acortando.
Ni hablar de lo que pasa cuando ya tenés una pareja con la que convivís. El beso empieza a desaparecer del sexo también. Se da una mezcla entre que ya no se lo necesita tanto, porque el código pasa por otro lado, pero también cierto componente de rechazo. Es como si de alguna manera aquella huella del beso como pasión quedara incorporada y no mereciera ser traicionada. Los besos pasan a ser un simple saludo, un piquito terrorífico y helado.

Hace algunos años, una amiga mía vivía con su pareja, y cada vez que yo iba de visita presenciaba el mismo tipo de situaciones. Él le decía, por ejemplo, voy acá a un par de cuadras y vuelvo, y se acercaba a ella y le daba un beso. A mi no me saludaba. Y cuando llegaba iba hacia ella y le daba otro beso. Y yo pensaba pero por dios qué pesado! Cuántas veces va a saludarla este pibe por día. Después entendí que ya estaban entrando en la etapa que mencioné antes; él tenía pánico de perder los besos en la pareja. Es más, ahora sospecho que probablemente se quedara abajo haciendo tiempo y fuese todo una maniobra para poder besarla.

Lo típico que se pregunta cuando una relación viene en picada es ¿hace cuánto que no cogen? Y yo creo que esa pregunta merece ser suplantada por ¿hace cuánto que no se besan? Son los besos, a mi entender, y no el sexo- que incluso puede ser muy placentero aún cuando estés durmiendo con el enemigo- el indicador óptimo para evaluar el vínculo amoroso.  

Hay una canción de Los Caballeros de la Quema que dice "no hay besos campeones en un primer round". No coincido para nada. El beso es o no es. Funciona entre dos o no funciona. No hay mucho margen para trabajarlo y mejorarlo. Tal vez quiso decir que no hay encuentro sexual campeón en un primer round, eso sí puede ser. Pero claro, no pegaba mucho la frase con la estrofa.

Ayer le pregunté a una amiga, O., cómo le había ido con el señor que se había visto, y me empieza a contar más o menos el encuentro hasta que me dice pero no me coparon mucho los besos, viste. Ya está, no se diga más, el flaco no le movió un pelo.

Yo tengo un tema con los besos, sobre todo los besos como saludo, lo reconozco. En ese tipo de vínculos que no son ni chicha ni limonada pueden ser un problemón. Que te encontrás y te saludás con un beso en el cachete y te despedís con un beso en la boca. Ok, la primera vez está bien, pero y la segunda y la tercera y la cuarta... Qué fiaca y qué stress. Ni hablar si en el medio se cuela un encuentro público con gente conocida en común. Yo he explotado más de una bomba en esas situaciones. Preferiría ser como los yankees que casi no se besan al saludarse. Se dicen hola y listo.
La otra vez hablando con M., que iba a encontrarse con un flaco por segunda vez, le pregunté ¿y cómo lo vas a saludar? Y no entendía de qué le hablaba ¿Cómo pelotuda cómo lo voy a saludar?, me decía. Sí, si lo vas a saludar con un beso en el cachete o un beso en la boca, le insistía yo. Ah, pero vos te hacés problema por todo, me replicaba. Hasta que cayó en la cuenta de que lo que le estaba haciendo era una pregunta súper válida. Ella iba siempre a la boca porque nunca se lo había cuestionado.
Al final, ese encuentro se frustró, pero de haberse concretado, estoy segura de que lo habría saludado con un beso en el cachete.

domingo, 16 de septiembre de 2018

La grieta.





Por Maite Pil. 





Este es el primer domingo, desde que retomé el blog, que me deprimo. Deprimir en términos de domingo. La angustia anticipatoria del lunes, un pelín de arrepentimiento por el uso del tiempo libre, en qué se invirtió, qué expectativas hubo, etc. Hay una película de Netflix que se llama "La enfermedad del domingo", no sé a qué remite el nombre, no la vi, pero me parece genial. Me hubiese gustado que sea de mi autoría, de alguna manera, me siento dueña del domingo y sus derivados. 
Había logrado esto a fuerza de imponerme una rutina de escritura y soledad. Generalmente es un día que no estoy con mi hija y eso me permite también hacer uso del silencio hogareño- cosa vital si las hay-. Pero no es sólo eso, es tener una voz como mujer. Esa voz que me dijo hace unos meses atrás, el día de mi cumpleaños, que me tenía que ir corriendo de la pareja en la que estaba. Que no quería ni torta ni velas, era absurdo pedir tres deseos si no podía hacer esa única cosa por mí. 
La gente me llamaba para saludarme y me preguntaban qué planes tenía y yo les decía, ninguno, me estoy separando. Y algunos pensaban que era uno de esos chistes incómodos que suelo hacer y otros no sabían cómo darme ánimos porque todo les parecía sumamente triste. Entonces yo terminaba calmándolos ellos, como siempre hago cuando me pasa algo, diciendo que bueno, que no era tan grave, que no era la mejor noticia para dar, pero que la vida continuaba y yo estaba decidida y feliz de estar decidida. Así fue que empezaron dos o tres meses de locura absoluta. Pero yo elegí pararme estoicamente en el medio del samba.
En el transcurso de esos días, se separa mi vecina también. Ya le he dedicado unas palabras a ella. Siempre me llamó la atención la transformación física y estética que tuvo a partir de la separación. A las semanas, ya alguien la estaba trayendo en auto del trabajo. Al principio, se quedaban un largo rato en la puerta. Luego él empezó a pasar y ayer ella se mudó a su casa.
¿Cómo puede salirse de una separación queriendo convivir? Eso, incluso, me parece anecdótico ¿Quiénes son estas personas que en términos de meses van de cero a cien ? Hay una grieta -que no es sólo amorosa- que separa a estas dos tierras. 
Yo he cruzado alguna vez al otro lado - el cruce en el otro sentido es casi siempre un viaje de ida- y los resultados no fueron buenos. Mi amiga M. - quien está chocha de que la cite tan seguido- día por medio me (se) pregunta por qué nunca un tipo normal. A mí no me parece normal lo que hay del otro lado, pero entiendo su queja. Yo también me quejo. Somos de una generación que se queja de los hombres, pero lo estamos revisando.  Identificar de qué lado de la grieta se para uno es fundamental. Por supuesto que la cuestión que separa no es creer o no creer en el amor, eso sería una simplificación tonta. Sería más bien con qué limitaciones. Es decir, qué preguntas se le formulan y qué expectativas hay ahí colocadas. Hay una demarcación que se va construyendo y reviendo. Exige un dinamismo y cierta introspección. Es un  modo de habitar la pareja -si es que ésta se consuma- y es un modo también de asumir las dificultades de generar semejante comunión. Habrá gente, habrá amores, que soplan y hacen botella. Los que no, sabemos la importancia de no perder el aliento. 

domingo, 9 de septiembre de 2018

A tomar por culo.





Por Maite Pil. 


Leí una frase el otro día, más bien una oración, que me interpeló de una forma particular. Hay ideas que logran acomodar, tiene una capacidad ordenadora, que le ponen palabras a una sensación, es decir, transforman el sentir en conocimiento: "(...) somos amables pero no amamos".

De pronto se me vino una lluvia de recuerdos, un aluvión de gracias recibidos. De gracias insólitos, horribles, cobardes, idiotas. ¿Hay algo más violento que transformar en un favor aquello que no lo es?
Tal vez no sólo de favores se trate. Ese ser agradecido, educado, es también una forma de trazar la línea que separa la acción, el deseo, del recibimiento. 
Pero no amamos, claro que en este punto no tomo el amar de forma literal. Casi nunca hablo de amor, creo que cuando hay amor no hay demasiado para decir. Me importa el amor en tanto falta, pensar qué lo rodea, cómo se lo anticipa. 

Mi amiga M. me contaba hace un tiempo que había estado con un hombre al que, en primera instancia, le pidió que no pasara nada porque se estaba viendo con alguien más, pero al calor de los besos, ella cambió de opinión ¡Y él no! Quién carajo se piensa que es para respetarme de esa manera ¡Por respeto me decía! Pero dejame de joder. Lamento profundamente no haberle prestado más atención a esto, nos hubiésemos ahorrado descubrir lo que descubrimos por vías más grotescas. Su intento por permanecer visto como un tipo correcto lo llevó a las más impensadas incorrecciones. Hacía lo que debía, pero de deseo, ni hablar. 

Supongo que cuando suceden este tipo de cosas, estos desencuentros de deseo, las broncas son inevitables. Al menos, como estado transitorio. No conozco una sola persona que me haya dicho no me quiere ver más, pero me lo dijo en re buenos términos, qué bueno/a que es. No existe eso. El rechazo es siempre doloroso. Claro que con esto no estoy diciendo que las diferentes formas de comunicarlo den lo mismo. Pero a fin de cuentas, reemplazar lo que no sentimos por buenos modales, no es la solución. No hay solución, de hecho. Buscarla, probablemente, sea una utopía culposa. 
Creo que las mujeres, en este punto, y tal vez desde un lugar intuitivo, sabemos mejor que los hombres que la incomodidad es inevitable. Hace tiempo vengo pensando que hemos transformado esto - el estar incómodas- en una forma ventajosa de habitar ciertos vínculos. 
You can´t snort a line of coke off a woman´s ass and not wonder about her hopes and dreams, it´s not gentlemanly, dice el protagonista de la serie "Californication" en uno de sus capítulos. 

De alguna manera esta frase ilustra cómo pensar en un intercambio justo en relación al encuentro con un otro es un poco absurdo: Un culo a cambio de escucha -una escucha programada y artificial-. 
Confundir simetría con reciprocidad o, mejor dicho, buscar la simetría allí donde lo recíproco no existe, sea, tal vez, el peor error evitable a cometer. 







domingo, 2 de septiembre de 2018

La paciente excepcional.




Por Maite Pil.

Te estás viendo con alguien. Todo marcha con la normalidad relativa que conllevan este tipo de relaciones. Pero de pronto una mañana, en el silencio matutino, algo suena a rajadura y vos sabés que todo está a punto de romperse. Nadie se sienta a desayunar. El café se toma de parados, acodados en la mesada o mirando por el balcón. Siempre te pareció un poco boba esta idea del lenguaje corporal, pero hay que admitir que el cuerpo da señales. 
Lo tenés bajo la mira, la rigidez en la cara es un hecho, poco se puede hacer para batallarla. Te debatís entre sacar un tema de conversación e ignorar el elefante o quedarte en silencio y mirando el piso para siempre. Él te desliza todo lo que tiene que hacer en lo que resta de la semana, vos sabés que el tiempo se acabó y te despedís con un beso espantoso, una pequeña puesta en escena de acuerdo tácito.
Te vas, empezás a caminar  y te cae como un rayo la certeza de que todo se fue al demonio. Pero ¿Qué pasó? ¿Por qué me di cuenta de que algo estaba pasando? 
Lo primero que hacés es contárselo a alguna amiga, o a todas, porque necesitás opiniones. Están las que te dicen que sí, que es la última vez que lo vas a ver, y están las que no te dan bola, que te dicen que sos una exagerada, qué sabés, capaz el chabón estaba dormido, te contestan. Y vos no entendés cómo hacen para sobrevivir en este mundo con esa mirada ingenua y optimista. 

La certeza cala cada vez más hondo. Querés distraerte con otras cosas pero la pregunta no cede y se vuelve más intensa ¿Qué carajo pasó? 
Estás pendiente del celular. Cada minuto que pasa sin un mensaje de él confirma tu teoría. Pensás que qué suerte que en dos días tenés terapia, sabés que tenés que llegar viva a ese día, ponerte metas cortas, como los adictos en recuperación. Volvés a hablar con una de esas amigas que no te dieron bola, le presentás todos los argumentos, no vas a parar hasta convencerlas a todas de que es así como decís, porque cualquier otra conversación te parece una pérdida de tiempo. Lográs quebrarlas, empiezan a trabajar para tu equipo. No estás sola, tenés cuatro o cinco mujeres pensando teorías y estrategias para vos. Se empiezan a barajar escenarios posibles. Están las que te dicen que le escribas vos, para tantear, están las que te dicen que esperes y están las que te dicen que es porque no se quiere enganchar. A esas las amás. 
Llega el día en que tenés sesión con tu analista. Te acostás en el diván y le contás la situación. Te angustiás, hablás de la ansiedad, por un momento hasta se pone sobre la mesa la idea de que seas vos la que está boicoteando el vínculo. Sabés que no es el caso, pero bueno, la que está ahí sos vos. Te menciona la palabra silencio, que qué te pasa con los silencios, y te quedás callada. Decidís ponerle onda a la sesión, tratás de ser cooperativa, pensás que bueno, que a fin de cuentas, esto te va a servir para la próxima relación. Que por algo hacés terapia y no vas al tarotista. Te da un poco de bronca, igual, sacás la cuenta de todos los años invertidos en tratar de ser un poco más sana. Te enojás y le decís a tu analista que por qué no podés angustiarte sin sentirte una loca. Te quedás mirando el cuadro que tiene colgado, no te queda mucho tiempo de sesión, querés decir algo que dé pie a una intervención genial. Pero no podés, estás tomada por el cuadro, no se te cae una idea. Le confesás esta fantasía que tenés de ser una paciente excepcional. La frase paciente excepcional rebota en el consultorio. Se te abren los capilares, te late la cara, podés escuchar el piii del silencio y un dejamos acá.