Por Maite Pil.
La presentación de la novela "La huesped", de Florencia del Campo, en Eterna Cadencia, que estuvo a cargo de Elsa Drucaroff, se construyó en base a una léctura de género. Es una novela que trata sobre una mujer que está en pareja y, por cuestiones que desconocemos, se muda con él a la casa de su suegra. Allí empiezan a desarrollarse, a tomar cuerpo, sus conflictos, que no son más que la imposibilidad de aprehender un deseo que le sea propio. La lectura de Elsa fue muy interesante, ya que enmarcó esa imposibilidad de desear, que se traduce en un agujero en el lenguaje que construye este personaje femenino, en una imposibilidad colectiva que está dada porque el lenguaje deja, de por sí, a la mujer afuera. Lo más interesante, desde mi propia experiencia, fue que al salir de la presentación, quien en ese entonces era mi pareja, me miró con un enojo mal disimulado y me preguntó: y el hombre qué.
Hay algunas escenas del libro que retratan a este personaje masculino, la pareja de la protagonista, como un tipo bruto, en el sentido de animalado. Ella lo describe, por momentos, como un animal sucio y desagradable que invita a la burla. Un pelotudo, porque no hay forma de decir algo de un hombre, que mueva a risas, sin que se sienta un pelotudo todo aquel que goce identificarse - lo que demuestra, en mi humilde opinión, que la exclusión del lenguaje que cualquier individuo pueda sufrir supera al género como tal-.
Qué sé yo el hombre qué, no se trata de un hombre. Esa fue mi respuesta. Lo único que me falta, tener que responder, además de qué es ser una mujer, el hombre qué. ¡Además! ¿El hombre que qué? ¿Por qué no tiene verbo esa pregunta? ¿Qué es? ¿Qué tiene que hacer? ¿Qué que?
Que el amor feminiza a los hombres es algo que vengo leyendo seguido o, como lo dice Nicolás Mavrakis en su libro "El sexo no es bueno", los castra. O sea, el amor les quita más que que les aporta. Y cito - respecto de la lectura que hace N. M. de Karl Ove Knausgard en Un hombre enamorado-:"marido orgulloso de su castración y voluntarioso babysitter (...) es, en esencia, una chica" -"chica" no mujer. Se encoje-.
Continúo: "Si se lee con atención Un hombre enamorado, entonces, lo que queda es un mundo donde la igualdad y la justicia son los únicos parámetros importantes. Un mundo donde no se toleran las diferencias porque estas ya han sido arrasadas por la castración y la prohibición (...) ese no es sólo un mundo incompatible con el amor, también es un mundo opresivo y pavoroso donde el sexo no es bueno".
Me llama la atención, sin ánimos de juzgar, que crea que hubo un mundo anterior que fue más propicio para el amor. Es una idea romántica, sin dudas, y cargada de nostalgia. Supongo que toda época habrá sentido un poco lo mismo. Como vengo diciendo hace un tiempo, el cine da cuenta de esto cuando decide colocar ciertas historias de amor por fuera de la contemporaneidad. Las historias de amor actuales no son tales -sacando a los franceses de lado, que siguen reproduciendo triángulos amorosos no matter what-. Son historias de parejas que se juntan para preguntarse, individualmente, qué es ser lo que son, respectivamente.
Decir que la igualdad y la justicia atentan contra el amor es como echarle la culpar a Netflix de que una pareja no se hable.
Por lo demás, como no tenemos otra vida, habrá que arreglárselas para amar en el mundo, y el género, que nos toca.
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