Por Maite Pil.
Pero la duda ya se había apoderado de mí. La rigidez en mi respuesta ya no era tanto una convicción sino una forma de sacarla a ella de ese circuito, desengancharla de ese mail.
Ya a solas surgen las preguntas del caso: ¿Será realmente así como le dije? ¿O será posible que haya dependencia entre ambos fenómenos amorosos? Y si es posible ¿Puede probarse?
Empecé a recordar momentos en los que yo misma me vi envuelta en una de esas coincidencias fascinantes. No tuve que irme muy lejos en el tiempo. En la última etapa de mi relación con F. un día me llega un whatsapp de un número desconocido. Al abrirlo, descubro con asombro que se trataba de K. Me pregunta si me puede llamar, le digo que sí.
K. estaba en la misma que yo, con dudas, con nostalgia, con un deseo atragantado. Y, por suerte, lejos. Hubiera sido una tragedia tenerlo cerca, verlo, usarlo de tapón. La distancia me garantizaba no tener que elegir, porque like they say, a man don´t always do what´s best for him -frase que dice el personaje de la entrañable película de los noventas "Romeo is bleeding"-. La coincidencia era doble, no sólo me escribió en el momento justo sino que, además, le estaban pasando las mismas cosas.
K. me ayudó a tomar la decisión. Él no hizo nada en concreto, ojo, pero me acompañó en la angustia. Me conectó con mi cuerpo. Y yo hice un poco lo mismo, supongo, así fue que los dos decidimos separarnos de nuestras respectivas parejas. Decisión que nada tenía que ver con un pacto de amor. Estamos lejos. No hay forma de terminar esto satisfactoriamente, le dije un día que creímos, por un segundo, estar a un Uber de distancia.
Ahora somos amigos. Él volvió con ella. Yo no. Yo nunca vuelvo. Nunca se trató de eso para mí, ni con uno ni con el otro.
¿Qué hubiera pasado si él nunca me mandaba ese whatsapp? Una variación de lo mismo. Yo me hubiese separado igual. Para cuando acepté ese llamado, ya estaba un poco separada, pienso. Él me había escrito un tiempo antes y nunca le respondí, me parecía una traición, la tentación iba a ser inevitable. ¿Quién necesita de tentaciones cuando es feliz?
Nada quita que K. haya tenido un papel central en todo. No sólo en mi separación, ya que fue ésta la que se dio y no otra, sino también en el comienzo de mi relación con F. Él, F., era todo lo que K. no era. Siempre fueron dos caras de una misma moneda. Una moneda que nunca fue cambio.
Supongo que adjudicarle el sentido de la incógnita a ciertas apariciones es una forma de habitar al otro que no nos necesita. Se puede estar presente incluso, o tanto más aún, en la medida en que uno sobre eso no sabe ni acciona. El misterio es una forma del amor. Sobre todo, de esos amores a los que no les quedan más decisiones por tomar.
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