Por Maite Pil.
Hay separaciones que son bastante
simples de explicar o, al menos, responden a cierta continuidad, a un
devenir. Toda pareja tiene su talón de Aquiles -supongo- y a veces
eso, que al principio se circunscribe a un tema, termina tomando
otros, se expande.
Alguien me citó una frase hace unos
días, cuidado pequeños amantes, que el contrato se firma en las
primeras horas.
Es la paradoja fundamental de todo
vínculo amoroso, se establecen las clausulas en el momento en que
más se está dispuesto a ceder. No hay tal cosa como buenos
comerciantes enamorados.
En mi caso, ya no se trataba de tal o
cual tema. Cuando me preguntan por qué me separé no logro convencer
a nadie con mis respuestas. La gente busca motivos dramáticos,
grandes traiciones, actos imperdonables. Nada de eso.
Por la mirada, osé
responder alguna vez.
Hay miradas imposibles de soportar. Esas
que nos sacan del anonimato y nos colocan donde no queremos estar
siendo lo que no queremos ser.
Quiero ser anónima,
pensé, sentí. Es el camino.
¡A tomar por culo las expectativas de
todos! No me voy a condicionar nunca más ¡Voy a hacer lo que quiera
cuando quiera! La sensación de libertad me invadía el
cuerpo. ¡Nunca más voy a necesitar de un otro! Era una fiesta.
Había resuelto todos mis problemas vinculares. Es
una sensación embriagadora. Descubrí la pólvora.
¡Pero
qué poco dura, la puta madre!
En una
de esas primeras noches sin mi hija, me fui a cenar con una amiga y
ella me decía que me había ganado la lotería, prácticamente; que
ya tenía una hija, una casa, y que ahora era momento de pasarla
bien. Vos tenés que garchar ¿hace cuánto que no garchás?
vos tenés que tener un montón de chongos. Y te garchás a uno, y
después te vas, y te garchás a otro ¡Qué suerte que tenés!
A mí
ya me estaba bajando la manía pos separación y empezaba a presentir
los primeros síntomas fatales. Pero como no la quería decepcionar
-cosa que en sí misma ya denotaba que escapar de la mirada es un
imposible- le dije que sí, que tenía razón. Y hasta me lo volví a
creer. Haz como si creyeras y la creencia llegará por sí
sola.
Pero yo debo tener un circuito cortado. Hay una comunicación
intrínseca que no fluye. A tal punto que el otro día tuve que
releer uno de mis posteos para ver qué pensaba cuando podía pensar
anónimamente.
¿Cómo puede ser que lo que uno sepa
no sirva de nada?
Hay saberes que se olvidan, también.
Que pasado un tiempo de no ponerlos en práctica se entumecen. Yo
había logrado desarrollar ciertos protocolos, estrategias, reglas.
Me funcionaban parcialmente, nunca fui la heroína de este lío, a
decir verdad. Supongo que a determinada edad, eso está muy bien,
alcanza.
Pasados los treinta y con una hija en
el haber, todo cambia. ¿Pero realmente lo cambia todo?
Bueno, algunas cosas cambian seguro. Ya
nadie te llama a las tres de la mañana para ver en qué andás, por
ejemplo. Y si lo hicieran, no escucharías el teléfono sonar. Okey,
pienso, el afuera cambia, la disponibilidad cambia.
¿Y yo cambié? ¿Se puede elegir
cambiar? ¿Necesito un cambio o una cura? No lo sé. Pero hay algo
que sí sé incluso en tiempos donde mucho de lo que sé parece
inútil: No puedo hacer pasar eso por un Otro. Ya conozco los
resultados.
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