Por Maite Pil
El
acoso de las fantasías
de Slavoj Zizek es un libro que me compré estudiando psicología
porque extrañaba la crítica de cine, y que releí las mil veces que
sentí culpa de haber dejado psicología por mirar películas. Se
puede decir que lo único que no dejé de hacer, en estos 13 años,
es consultarlo. L.L. me dijo: “Me
gustaría escucharte comentar ese libro o que escribas al respecto”.
Y yo, mientras fantaseaba en escribir lo que efectivamente estoy
escribiendo, pensé: “Y a mí que no me cuesta nada responder al
gusto de un hombre”, e inmediatamente, como ya confesé, caí en la
dimensión de lo que estaba diciendo: hay un costo. Luego sentí un
profundo arrepentimiento por mi respuesta inmediata (con un episodio
muy neurótico que no voy a citar) y el modo en que encaré todo el
asunto. Tal vez debería estar contándole, abriendo paso a otro
escenario, en lugar de estar escribiéndole. Me justifico y pienso
que esta forma de diálogo-escritura es el apoyo
fantasmático que me habilita.
Esta
introducción, que parece un poco descolgada, no lo es en absoluto.
Zizek recorre todas estas cuestiones, y muchas más, a partir de tres
ejes centrales abordados desde el psicoanálisis lacaniano: la
ideología, el cine y la mujer. O sea, la vida misma.
La
fantasía, dice S.Z., no es simplemente la realización alucinatoria
de un deseo sino más bien aquello que nos enseña cómo desear (en
este sentido coloca a la fantasía en el mismo lugar que al cine,
como bien lo expresa en el documental “The pervert´s guide to
cinema”). ¿Y el deseo? El deseo no responde a la pregunta de qué
quiero sino ¿qué quieren los otros de mí?... ¿Le da lo mismo a
L.L escucharme comentar el libro que leerme?
No
hay forma de hablar de ideología sin hablar de poder, sin hablar de
sexualidad. En este libro, al menos. Es justamente a partir del
comentario que hice sobre los verdugos, y la culpa como plus de goce,
que lo llevó a L.L. a hacerme esta invitación.
Z.
introduce en la primera parte del libro una serie de conceptos
lacanianos que utiliza para explicar diversos conflictos políticos,
la xenofobia y la caída del comunismo, entre otros. Uno de ellos me
parece de gran utilididad para pensar “la grieta argentina”: El
robo del goce. Y cito: “Lo
que ocultamos, al culpar al Otro del robo de nuestro goce es el hecho
traumático de que nunca
poseímos lo que supuestamente nos ha sido robado: la
falta (“castración”) es originaria, el goce se constituye a sí
mismo como “robado” // “el
odio del goce del Otro es siempre un odio de nuestro propio goce”.
¿No es
acaso esto lo que sucede con la fiesta kirchnerista? Devuelvan lo que
se robaron, se acostumbraron a vivir bien, hay que agarrar la pala y
ponerse a laburar... pero también cosas más banales pero no menos
simbólicas como el choripán y la coca.
La
segunda parte del libro aborda los nuevos medios de comunicación y
el cine. Trae entonces a la serie Columbo y la figura del detective
para explicar el “sujeto supuesto saber”. Nos entregamos con
fascinación al desarrollo de la investigación porque el resultado
está garantizado, él ya lo sabe. Y en este sentido, el paralelismo
con la figura del analista (transferencia mediante) es inevitable: el
analista sabe el deseo inconciente de su paciente. ¿L.L. sabrá el
mío? ¿Será por eso que me hizo escribir esto? Aunque él no es más
mi analista. No, no puede ser.
Llegamos
al ciberespacio (como lo denomina S.Z. de un forma un tanto
aparatosa). Descentramiento: es básicamente lo que pasa cuando
escribimos “jajaja” pero no nos estamos riendo. No se trata
simplemente de fingir una emoción o dar una imagen falsa de sí
mismo, es que son verdaderas también. Yo dije “jajaja”, no hay
falsedad en el dicho. Los botones de facebook son el ejemplo más
acabado de esto. “Me enoja” no implica que efectivamente esté
experimentando la sensación del enojo. Pienso que me enoja, que es
tan verdadero como enojarse. Con el “Me gusta” la cosa se pone
más complicada. Para quien lo recibe y para quien lo da: ¿Le gusto
yo, “mi verdadero ser”? ¿Le gusta la foto en la que aparezco o
le gusta la foto porque aparezco? Y acá voy a salirme un poco del
guión y confesar que facebook me hace gozar como loca: es el espacio
por excelencia para fantasear.
Por
último, y no porque sea menos importante sino porque el orden del
libro así lo establece, está la tercera parte: “La mujer que
insiste”.
“No
hay relación sexual”- Por ahora, pensarán ustedes. Pero no. No se
trata de eso. La cosa sería más o menos así: mientras que la mujer
con su amor pretende convertir al hombre en una presencia fálica
completa, el hombre busca reducir a la mujer a la causa de su deseo.
Digamos, cada cual atiende su fantasía. Se pregunta: ¿Es el goce de
la mujer reducible a un simple efecto, a una mera consecuencia de lo
que el hombre le hace? No todo (por inconsistencia no por
incompletud). Antes de avanzar en este sentido debo decir que ni
cuando lo leí la primera vez ni en las demás relecturas percibí
machismo
en sus
postulados.
En tal
caso si lo hubiera, se encuentra en el hecho analizado y no en su
postura analista. Aunque bien puede ser debatible en otra ocasión.
Continúo:
“En la reacción de una mujer siempre hay algo imprevisto, la mujer
no reacciona nunca en la forma esperada (…) el orden lineal de la
causalidad se rompe”. Tal vez estar escribiendo esto resulte
imprevisto para L.L., capaz lo dijo por decir, no había realmente un
pedido en su “me gustaría”. Lo que puede llevar a que,
efectivamente, se salga del condicional y no le guste. Y a propósito
de esto leo una nota al pie de página que tengo subrayada y dice
que “el
carácter repulsivo del analista encarna la resistencia del
analizado”. Pero
ya establecimos que ni yo soy su paciente ni él es mi analista.
Sigo
avanzando en el libro y me encuentro con una frase subrayada con
lapiz, luego con lapicera y con un tercer color tiene dibujado un
signo de exclamación al costado: “Los obstáculos externos que
impiden nuestro acceso al objeto son precisamente los que crean la
ilusión de que sin ellos el objeto nos resultaría directamente
accesible”.
Si
no le hubiese contestado lo que le contesté no hubiera dinamitado
toda posibilidad de comentarle en vez de escribirle.
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