sábado, 18 de agosto de 2012

La ley y el desorden.

Por Maite Pil. 

http://www.youtube.com/watch?v=ijZRCIrTgQc

Hay una gran diferencia entre el mal dirigido y el efecto colateral de la mera existencia. No hay que ignorar el hecho de que por el simple existir afectamos a nuestro mundo. El que nos armamos, ese que tenemos cerca. No recuerdo si ya he citado esta gran frase que me dijo mi analista alguna vez: "No existe la justicia en el amor".  Justicia es " (...) dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece". Tiempo después, soy un poco lenta con las devoluciones, entendí que la frase de mi analista estaba en línea con la propia definición que Lacan hace del amor: "Amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es".( Algunas traducciones dicen a quien no lo quiere o necesita, lo cual sería básicamente lo mismo). El otro día le pregunté a una persona si estaba enojada conmigo y me contestó: "¿Debería estar enojado?". Lo cual me dejó pensando en que no sólo efectivamente estaba enojado sino que además pareciera que el enojo válido, el que hace justicia, el que puede ser confesado, debe ser efecto consecuente de un acto determinado. Imaginen ustedes si alguien nos preguntara si lo queremos y le contestásemos "¿Debería quererte?". No hay forma de regular, de ejercer un control, de regir una ley respecto a los afectos. Pero, como los humanos necesitamos de un soporte simbólico que haga las veces de ley, que nos ampare, inventamos la noción de compromiso. 
Entonces, quienes estén dentro de la regulación del compromiso, podrán ejercer determinada cantidad de derechos a la vez que responderán a determinada cantidad de obligaciones. Muchos utilizarán esto como estrategia defensiva, lo cual es una canallada. Una amiga una vez me dijo: "Hay que desconfiar de la gente que tiene los dientes tan blancos". Qué gran metáfora, aunque ella lo haya dicho en sentido literal. Hay que desconfiar de la gente que tiene la conciencia limpia. Todos hacemos daño, alguna vez, lo queramos o no. Lo importante es entender que la pretendida libertad que supuestamente nos da la ausencia de compromiso  no nos libra de responsabilidades. No hay forma de regular los afectos humanos que surgen de los vínculos, cuales quiera sean sus características. En lo tocante al amor, el orden lineal de la causalidad se rompe. Entender y obrar según esto, es lo más parecido a la justicia que los humanos podemos alcanzar. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Don Giovanni


Por Flor Bea 

Anoche me deleité más de tres horas mirando Don Giovanni, la ópera con libreto de Lorenzo da Ponte y música de Mozart, dirigida por Peter Sellars.
Es un canto al amor y a la traición. Don Giovanni es un cretino que traiciona a cuanta mujer se le cruza por el camino. Elvira, su enamorada, sufre incansablemente por él, y aunque sabe perfectamente que es un negro desagradable al que tendría que mandar al carajo y más allá, ella reincide y cae en sus garras una y otra vez. ¿Qué tendrá el morocho que todas caen ahí como tontas?

Al comienzo del primer acto, Leporello, el criado de Don Giovanni, debe calmar a Elvira del ataque de nervios que tiene al sentirse traicionada por el bastardo de Giovanni, como ella misma lo llama. Es parte del trabajo de Leporello tranquilizar a todas las mujeres destrozadas por su amo. A Elvira la consuela diciéndole que se olvide de él, que ella no ha sido ni la primera ni la última a la qué él cagó descaradamente, y entonces le canta el listado de mujeres con las que estuvo su amo, un listado, por cierto, muy prolijo: están agrupadas por nacionalidad, porque así es más fácil contabilizarlas: 640 italianas, 231 alemanas, 100 francesas, 91 turcas, más las españolas… son casi 1100… ¡Vaya consuelo!

¿Por qué sufre Elvira; qué le ha hecho Giovanni?
“Hiciste que te amara, me dijiste que te casarías conmigo y a los tres días dejaste la ciudad… Me dejaste en ruinas”.

La perla del primer acto: Zerlina, otra mujer de la que Giovanni pretende apropiarse pero que ya tiene su prometido, el enorme Masetto, se está reconciliando con él, aunque no es tarea fácil porque Masetto se siente amenazado por Giovanni. No es para menos: Giovanni la agarra por atrás contra una pared y le recita a la ingenua Zerlina:
“Soy todo amor, voy a hacerte feliz”.
Pero Zerlina no parece contenta, entonces el propio Giovanni se la entrega a Masetto. Zerlina le recita a su amado las palabras de amor más dulces, por ser también simples:
“Paz, mi amor. Tú eres mi vida. Vamos a pasar los días y las noches de nuestras vidas con satisfacción y felicidad”.
¿Quién pudiera hacer una declaración de amor tan bella y concreta a pesar de tener a Giovanni por ahí hinchando las pelotas, no?



Y de a poco, todos los personajes van apareciendo en escena y se desata una espacie de saqueo al mejor estilo diciembre de 2001 en Argentina.
“Chocolat. Whatch out, Zerlina! Ice cream, candy… a sweet beginning”.
Y un canto a favor de la libertad, y un Giovanni sacándose la ropa…
Bueno, se llevó todos mis aplausos.
El segundo acto, reconozco, me encontró agotada. Too much. Una de las mejores cosas que vi en DVD en el último año, sin dudas.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Una amiga.


Por Maite Pil.



Leticia me llamó llorando y con algún tipo de cuadro gripal, conozco sus congestiones. Se deprime y se engripa, o se engripa y eso la deprime. No logré entender mucho de lo que dijo, por sus mocos y la histeria, pero mencionó algo de un hombre boca abajo en la cama, vestido, que no pudo soportarlo, que un hombre no hace eso y algunos comentarios más acerca de sus límites, la muerte y el final. Este día iba a llegar. Con algún hombre se las iba a cobrar.  Hasta ahora entre nosotras el "lo mato, lo mato" había sido una muletilla. Pero no iba a tardar demasiado en ocurrir. Una vez casi nos matamos entre nosotras. En esa época estábamos por rendir un final de neurociencias y, estudiando las funciones cerebrales, se nos dio por golpearnos la cabeza en lugares estratégicos para olvidar viejos y actuales amantes. Terminé un mes con un cuello ortopédico y ella con la boca partida. A pesar de todo esto, recurre a mí en plena crisis como si yo fuera a darle alguna solución coherente. Tal vez aquel golpe sí la haya afectado. Será que soy bastante buena en esto de la escucha. O será que estoy lo suficientemente loca para ir, sin hacer demasiadas preguntas, a la potencial escena de un crimen. Me preparé algunas cosas que podríamos necesitar. Un vino, aunque corría el riesgo de que ella estuviera con antibióticos. Pero yo no iba a mover un muerto sobria porque todavía tengo algo de decencia. Unos cubre calzados que me había robado del trabajo y unos guantes de latex. Dos paquetes de cigarrillos. Una caja de anticonceptivos de emergencia. Lavandina y uno de esos jabones femeninos. Un juego de sábanas sucio, un toallón y la cámara de fotos.  Me tomé un colectivo de una línea que no me llevara a su casa sólo para tener el boleto como coartada.  Me bajé a la primera parada y me tomé un taxi. No sabía si iba a servir de algo pero era la primera vez que estaba envuelta en una cosa así. Como metí todo en una mochila de camping, me hice pasar por extranjera con el taxista, el cual no dudó ni un segundo en pasearme por la ciudad aprovechándose de la situación. Esto ya estaba empezando a salirme caro. Después de varias vueltas sin sentido, llegué. Le toqué el portero con nuestro clásico código y enseguida me abrió. Por suerte puede abrir desde arriba. Creo que se mudó ahí simplemente por eso, para ahorrarse el viaje en ascensor. Me abrió la puerta de arriba e intentó darme un beso, le esquivé la cara para no dejarle transpiración en la mejilla y le pregunté "Dónde está?", susurrando, como si los muertos escucharan. No me contestó y rompió en llanto, mientras me hacía un gesto con el brazo como invitándome a pasar. Le respondí con otro gesto que me esperara. Ahí fue cuando me di cuenta de que los cubre calzados junto con los guantes habían quedado a lo último de la mochila. Me agaché en el pasillo y empecé a buscarlos. Me los puse con una velocidad digna de admiración y entré. Leticia me miró con una cara surrealista y me preguntó: "¿Pisaste mierda?". Yo no podía hablar, me apoyé el dedo sobre la boca como los carteles de silencio hospital y fui directo a su habitación. No había nadie en la cama ni a los alrededores, tampoco en el placard. Volví al comedor y le pregunté "¿Qué hiciste con el tipo que tenías en la cama?". "¿Martín? Se fue a la casa, lo mandé al carajo", me contestó, y volvió a llorar. Se puso a hacer mate mientras me explicaba cómo él solía esperarla boca abajo en la cama antes de tener sexo y cómo ella ya no soportaba esa escena. Me quedé en blanco, casi temblando. No podía sentir más que decepción ante la ausencia del crimen. Y miedo por mí, por mi deseo. Le dije que había pisado mierda y que yo iba a tomar vino.


lunes, 6 de agosto de 2012

Así estoy hecha daño

Por Flor Bea

Hoy me senté en el sillón a pensar en vos pero no pude pensarte
porque no recuerdo tu cara.
No recuerdo tu cara.
No la recuerdo ni de frente ni de perfil. No te recuerdo de espaldas tampoco.
Y no es que te haya olvidado.
Vaya si te hubiera olvidado….
A cada lugar donde voy te recuerdo.
Hoy iba en auto y te recordé tanto tanto, que volví a llorar por nosotros.
Tuvieron que consolarme.
Pero tu cara no vino. Se me fugó tu cara.
Sí, sé de qué color era tu pelo y tus ojos.
Y sé perfectamente cómo era tu nariz.
Pero no los recuerdo.
Saber no es recordar.
Sé que te besé, pero no me recuerdo besándote.
No recuerdo el sabor de tu boca ni la diferencia de altura ni los dos en la cama.
No me acuerdo de vos y yo en la cama.
Y recuerdo que la última o la anteúltima vez
(ves, no recuerdo con exactitud)
me hiciste el amor de una manera suave como solo en una amarga despedida
podríamos haber hecho y yo mire hacia la ventana que tenía a mi derecha,
Y a través de la ventana vi la luna que estaba a mi derecha.
Y pensé,
recuerdo que pensé
que no tenía que olvidar esa noche, nuestros cuerpos,
tu desnudez petróleo.
Pero hoy no la recuerdo. Sin embargo, hoy, ya no recuerdo.
Sí, claro que tengo todavía recuerdos de vos:
recuerdo tu campera marrón y recuerdo tus pies.
Recuerdo especialmente las uñas de tus pies.
Y creo que recuerdo también las uñas de tus manos.
Recuerdo una noche sentados los dos en una especie de escalinata en San Telmo, tomando cerveza del pico.
¿Tomábamos cerveza del pico?
Sí, te recuerdo en nuestra primera cita, ¿y qué?,
¿acaso vos eras vos y yo era yo?
¿Quién era yo?
¿Era yo?
¿Entonces era yo?
Quiero preguntar: antes de conocerte, vos quién eras y yo quién era.
Me gustaría amarte como no te he conocido
(no, no es cierto, no sé si te soporto sin los cambios hechos a mi medida).
Por  mi parte, yo nacería de nuevo sólo para arreglarme y que me ames arreglada, reparada (así estoy hecha daño).
Y te pregunto: ¿cómo es tu cara?
Sabés, sé que has llorado tanto…
Delante de mí, incluso, has llorado tanto.
Y no te recuerdo llorando.
No sé qué expresión hacés cuando llorás.
Puedo escuchar tu risa (¿puedo escuchar tu risa?).
No, no es cierto, no puedo escuchar tu risa.
Y cuando hablamos por Skype escucho tu voz y te reconozco, sí, claro,
nunca pensé que alguien hubiera usurpado tu cuenta…
Pero no te reconozco.
¿De qué nos estamos hablando?
Quiero decir:
¿acaso crees que sabes quien soy?
Es que si no tienes ni idea de quién eres…
¿Y crees que siempre hablo de tú?
No, por supuesto que no, hablo de vos.
Yo hablo de vos.
Todo el día hablo de vos.
Con todos hablo de vos.
¿Y vos?,
¿recordás la cara que pongo cuando hago el amor?
No, perdón, la pregunta es otra: ¿sabés qué cara pongo?
De qué estamos hablando ahora.
Quiero decir, ¿por qué decidiste amarme?
Yo no recuerdo tu cara.
Entendeme, escuchame, atendeme un momentito y después seguís con lo que estás haciendo: yo no recuerdo tu cara, yo no recuerdo tu cara, yo no recuerdo tu cara, yo no recuerdo tu cara, yo no recuerdo tu cara, yo no recuerdo tu cara.
Y miro fotos y te reconozco, sí, pero no me ayudan a recordar nada.
Reconocer no es lo mismo que recordar.
Y si la policía viniera con una foto tuya y me gritara:
¡alto ahí!, ¿¡conoce, usted, a este sujeto!?
Contestaría que sí si decidiera decirles la verdad,
pero conocer no es recordar.
Recuerdo una de las peores cenas que tuvimos, allá en el centro de Buenos Aires.
(¿cuál de todas las peores?
La de nuestro aniversario).
Qué dolor.
Sabés qué pasa…
Ah, antes, pregunto:
¿vos me mirabas cuando hacíamos el amor?
Porque yo sí, pero no vi si vos me mirabas… ¿ves cómo es?
¿Recordás cómo era?
 Y tu respiración…
No recuerdo tu respiración
y sin embargo todo el día respirabas,
todo el día, todo el día.
¿Qué voy a hacer con vos?
¿Qué voy a hacer sin vos?
Si yo te miraba todo el día…
¿te acordás que a vos te gustaba cómo yo te miaraba?
(Amame por haberte mirado,
por favor, amame).
Vos eras una luciérnaga,
eras poeta y eras gay,
eras un reptil y una mariposa.
Eras niebla.
Yo era lluvia,
era truenos y era brisa,
era risa y era trampa,
era rampa.
Era espinas.
Después nos encontramos.
Y vos me dijiste a mí:
Tú eres fuego y yo quiero estar contigo.
Y yo te hice burla,
y no me acuerdo si en el momento me quedé pensando 
en que te estaba haciendo burla
o en lo que te estaba diciendo.
Te estaba diciendo: sabés qué pasa…
Eso te pregunté unas líneas más arriba
para revelarte qué paso entre vos y yo,
pero de verdad qué pasó
(ni las mariposas ni los vientos, ¡la verdad!),
pero ya no lo recuerdo
y eso también es estar hecha daño.

Montevideo, agosto de 2012