Parece que no es tan fácil
Me desperté con el sonido de su nariz. Cuando llora contra
la almohada llora más silencioso y entonces yo la escucho mejor.
—¿Qué pasa? —le pregunté un poco dormido.
—Nada, tengo frío.
—¿Frío?
No me respondió. Entonces me paré y busqué dentro de placard
la frazada que sabía que tenía y que todavía no había agregado a la cama por no
haber llegado, de verdad, el invierno. El acolchado de plumas parecía no
alcanzarle.
—¿Ahora estás mejor?
No me contestó. Yo no me acuerdo más nada hasta que de
mañana me desperté. Ella ya estaba levantada, tomando café en la cocina.
Sujetaba con ambas manos la taza como si quisiera calentarlas de paso.
—¿Tenías frío anoche?
—Sí.
—¿Y ahora también?
—No.
—¿En las manos?
—En absoluto.
Y entonces subió la taza a sus labios para que la
circunferencia por donde se bebe le tapara toda la cara. Ella tiene la cara tan
pequeña… Pero los ojos se los vi por sobre el borde de la taza y los tenía
azules-negro como una noche de tormenta.
—¿Qué pasa?
Miró a la ventana para ver el afuera. Largó lágrimas y me
respondió:
—Anoche tenía frío.
—Pero no llorabas por eso…
—Las mujeres sí lloramos por eso.
—Bueno. ¿Qué más pasa? —le pregunté con menos paciencia.
—La vida: que se está haciendo larga pero es corta.
No le entendí nada.
—Dale, ¿qué pasa?
—Pero… ¿vos sos feliz? —me preguntó irritada.
—Sí. Bastante. Mucho, te diría.
—¡Ridículo, ridículo! Bueno, yo no, yo no, yo no, yo no, yo
no, yo no, yo no.
Me dio miedo.
—¿Tiene que ver con nosotros?, ¿es conmigo?
—¡¡¡No!!! ¡No todo tiene que ver con vos! ¿¡Te creés el
centro del mundo!? Bueno: no lo sos. Ni siquiera del mío, eh. Así que no, nada
que ver.
Me dio lástima que me gritara y respondiera eso. Lástima por
ella o por mí, no estoy seguro. Entonces me acerqué y la abracé: me llenó el
hombro derecho de baba y llanto.
—¿Por qué estás tan triste?
Lavó la taza, me saludó y salió para su trabajo. A la noche,
llegamos casi a la misma hora pero cocinó ella: verduras asadas en el horno.
Cocina hermoso y rico.
—¿Te gusta? —me preguntó con el tenedor cerca de sus labios,
que pinchaba una batata. Y sonrió tras la pregunta. Cuando hizo la sonrisa, vi
que los ojos se le oscurecían como la noche. No me dio miedo, me dio pena.
—Cocinás exquisito.
Dejó caer el tenedor sobre su plato, se tapó la cara con
ambas mano y lloró, y lloró.
—¿Me amás? —le pregunté, porque pensé que tenía que ver
conmigo, no porque me crea el centro del mundo, pero porque llora enfrente de
mí y me parece que puede tener que ver conmigo. Y además no la entiendo. Yo me
siento tan feliz; ella, tan rubia…, la casa, tan ordenada; la comida, tan
sabrosa. ¿Cómo no ser feliz con ella?, ¿¡por qué llora!?
—No tengo idea de si se puede amar cuando se está tan
triste. Pero vos no vas a entenderlo nunca, porque no te replanteás nada, sos
muy básico. Te gusta mi batata y punto, la vida te salió bien porque a mí me
salieron bien las verduras: esa es tu patética ecuación.
Baje la mirada: las verduras de mi plato me parecieron una
montaña de mierda.
—¿¡No podés ser feliz, simplemente, conmigo, y porque yo sí
soy feliz!? ¿No te hace feliz saber que yo soy feliz?
—No —fue un no más corto que el monosílabo en sí mismo.
—Si vos me dijeras que sos feliz, yo sería feliz sólo por saber que sos feliz.
Es así de fácil, mi amor.
—No es así. Ni fácil.
Pero a mí sí me pone triste su tristeza… Yo no sé lo que le
pasa. Le creí que tenía frío, pero ayer tuvo calor y no estaba mejor… Ya no sé.
Ella llora y yo no sé.
Qué belleza. Como siempre, una belleza. Dos. Todas las bellezas, todos los relatos. Gracias :)
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