viernes, 16 de diciembre de 2011

Ráfagas y destellos

Por Flor Bea
“¿Qué papel jugó F. en esa hermosa noche? 
¿Acaso hizo algo que abrió puertas, puertas que yo volví a cerrar de un golpe? 
Trató de decirme algo. Todavía no lo entiendo. ¿Es justo que no entienda?"
 Hermosos perdedores, Leonard Cohen

1. Contornos
¿Cómo era un mechón de pelo sobre el hombro? Ese recorte de pelo con puntas brillantes por esa luz que entra por la hendija de la persiana, ese brillo digo. Sí, era así, como ver apenas la mancha negra que deja el volumen de la cara del otro. Como adivinar las facciones por la memoria. Como averiguar si tenía los ojos abiertos o cerrados con el tacto. De cada pareja que tuve, siempre supe si estaba dormido porque le conocía la respiración despierto.
¿Cómo era estar perfumada y desnuda al mismo tiempo? A veces no puedo recordar ni su mano en mi espalda, ni sus pies acariciando los míos.
Cuando yo me abrigaba debajo de sus piernas… ¿cómo era yo? Tenía la piel al ras de los huesos, tenía siempre los ojos abiertos y maquillados, no transpiraba ni en pleno verano. Me quedaba despierta vigilando su sueño, me ponía la ropa para dormir calentita y me la sacaba cinco minutos antes de que se despertara. Siempre tenía buen aliento. Jugábamos al póquer apostando frutos secos.
Así fui.
He dormido con mucho hombres y sólo de algunos he sabido su nombre. He usado el pelo corto corto y el pelo largo largo. Tuve la piel bien blanca y también muy tostada en verano.
He llorado lágrimas con forma de almendra.

2. Si lo sólido se hace agua
Tuve un departamento en el barrio de Once al que tenía que mantenerlo sola. Compré el diario y marqué con resaltador un aviso de camerara por Barrio Norte.
Quedaba sobre la calle Guido. Hice una cola de aproximadamente 38 minutos. Todas salían y comentaban: “Te entrevista un tipo, te dice que cualquier cosa te llama, capaz que hoy mismo, no sabe”. Llegó mi turno. Yo me había delinado bien los ojos. Tenía el pelo largo y un jean apretado, unos borceguíes que se usaban en esa época y una camperita que no me quedaba tan entallada pero era cortita. Le dije “Hola” y simultáneamente sonreí porque me pareció la fórmula del éxito. Me preguntó mi nombre y si tenía planes para esa misma noche, le dije que no y ahí mismo convertimos a ese día en mi primer día laboral. Año 2001. Todo era triste y violento en mi país. Yo estaba apenas entrada en los 20 años.
Duré tres noches. No me pagó ni una. A la semana conseguí otro trabajo en otro bar en pleno Recoleta. Mi jefe tenía una cara tan común que después me pareció cruzármelo por la calle el resto de mi vida. Es raro, pero cuando frecuentás un lugar por un tiempo, algo pasa. A eso de las ocho de la noche iba un tipo, siempre. Solo. Le pregunté qué iba a tomar la primera semana, después ya no hizo falta. Yo sabía su nombre y él el mío. Me triplicaba la edad. Fumaba. Hablábamos los dos del mismo lado de la barra y la mayoría de las veces nos mirábamos por el espejo que estaba detrás de las botellas de colores. Casi nunca giramos para vernos más de cerca. Una tarde helada ambos nos quedamos sin cigarros y me ofrecí a ir yo de una corrida al quiosco que estaba a pasos. Me dio su campera. Me la puse y salí. Era enorme: me colgaban las mangas, mucho; era larguísima, me tapaba las rodillas, fácil. Pero me sentí bien calentita. Un día no fue más. Listo, hay gente que dura eso. Al día siguiente conocí al hombre con el que armé una casa: la vida se juega sobre un tablero con fichas. Tuvimos una cama, una ducha y un placar lleno de ropa. Yo tenía anillos y piernas flacas. Un día él se fue y me dejó tres pescados dentro del colchón.
Nadie sabe nadar en gomaespuma.

3. Desfigurados
Hay juegos que son injugables.
Salimos del restaurante de comida armenia y fuimos hasta el coche de él que estaba estacionado a cuatro cuadras.
Dentro del auto nos pusimos el cinturón de seguridad y él no lo encendió. En cambio, apoyó su mano derecha sobre mi rodilla izquierda, suspiró y alzó su mirada llevando la cabeza hacia atrás, plegándosele la piel de la nuca.
Afuera, el chico del trapito que se supone que cuidó de (nuestro) auto mientras comíamos casi pegaba la ñata contra el vidrio en actitud de que ni se nos ocurriera arrancar sin tirarle unas monedas antes.
Él ignoraba al pibe con la alternativa del que tiene las llaves en su poder.
Suspiró y me dijo:
-Te quiero hacer una pregunta.
-…
-¿Querés venir a casa a dormir?
Hacía cinco meses que salíamos.
A veces miramos un dado y lo vemos redondo.

1 comentario:

  1. Hay que pensar mucho en lo que decimos... hay cosas que no dejan espacio a la melancolía, los tres pescados muertos no dejan espacio para eso,son algo concreto y como eso es, también, como se construye la realidad.
    Lo que nos rodea no es algo perdido, es lo que nos patea en el ojo.

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