Por Flor Bea
“Mis pocas pertenencias, al igual que las tuyas, se contaban con dos dedos: yo tenía tu vida, y tú la mía”.
Luis María Pescetti, Cartas al Rey de la Cabina
Hoy a la mañana, mientras me duchaba, me di cuenta de que después de la decisión que tomaste hace dos días, vos y yo ya no vamos a estar juntos nunca más. Te creo tanto que no querés seguir con la relación, que no tengo dudas de que con vos no voy a volver a dormir. Tuve la certeza mientras me duchaba y me dio una puntada espantosa en una costilla. No se lo deseo a nadie, imagino que un preinfarto debe sentirse parecido. ¿Por qué sos tan inflexible? Nunca le creí tanto a un hombre como a vos. Sé que no te voy a tener más y eso es una pena literal. Sé que me voy a acordar cada vez que tome un café con leche de que vos lo bebías sin azúcar y voy a llorar sobre la taza; y cuando vaya al chino a comprar, me voy a acordar de que vos los imitabas y te salía casi igual y entonces voy a bloquearme y me voy a olvidar de agarrar justo eso por lo que fui y voy a comprar todas las boludeces prescindibles; y cuando esté haciendo caca, voy a extrañar que alguien me abra la puerta a propósito sólo para molestarme; y voy a amagar tomar el colectivo que me llevaba hasta tu casa cada vez que salga de la facu, entonces voy a tener que retroceder las cuadras que hice al pedo y voy a bajar al subte. Y sé que los domingos a la tarde me voy a querer convencer de que estar sola no es tan malo porque me da tiempo para ver muchas películas que tengo que analizar para la facu, pero me voy a quebrar hasta con las comedias y no voy a terminar viendo bien una mierda; y voy a comprar zapallitos para hacerlos rellenos como a vos te gustaban pero van a quedar vacíos; y voy a entrar cada mañana a despegar.com a buscar ofertas porque voy a querer dejar esta ciudad que sin vos ya no va a tener sentido, pero no me voy a animar nunca a concretar la compra, voy a retroceder en el paso 3. Voy a tener mucho miedo de salir a la calle y cruzarte, de ir al cine y cruzarte, y voy a soñar que te miro y me asfixio con un chicle que estoy masticando en el sueño y que vos no me salvás la vida. Voy a preguntarme, inútilmente, una o dos veces por día si no tendría que escribirte o decirte esto, y voy a contestarme sabia o tontamente que no. Voy a preguntarme si vas a recordarme y voy a imaginar lo que les vas a contar a tus amigos cuando te pregunten por mí, y a veces voy a imaginar esos diálogos a mi favor y cuando esté muy derrotada, los voy a imaginar en mi contra y me voy a hacer mierda y me voy a tener que esconder para que no me vean llorar en el trabajo. Y voy a leer un libro increíble de poesía y voy a pensar que ese libro existe en el mundo sólo para que yo te lo regale a vos, pero voy a dejarlo en mi biblioteca y voy a llorar, y voy a llorar, y después a releerlo y de nuevo llorar. Y voy a decirte una cosa aunque no te la diga sino que me la diga a mí misma o al aire o al pedo y es que yo tenía la certeza de que había que levantarse cada mañana a darle una vuelta a la manija porque si no solo no iba a funcionar, y que era hermoso dar la vuelta cada mañana porque, aun cuando la manija estaba pesada, quedaba el músculo dolido sólo con ese dolor dulce del ejercicio físico que es para bien. Y que después de dar la vuelta a la manija, había que sonreír y, al mismo tiempo, entender seriamente que el mundo se acaba en la palma de la mano del otro, y comportarse en función a esa verdad absoluta que es la finitud, y esto no es pesimismo pero tampoco un chiste. Ah, y por cierto, voy a extrañar a tus vecinos, voy a extrañar tus toallones que eran mucho más suaves que los míos, voy a extrañar tu colchón de resortes no como el mío que es de gomaespuma, voy a odiarte, y voy a hablar con mi cara en el espejo jugando a que es la tuya y a decirle mi amor teníamos que intentarlo porque descubrir que el gesto que hacés con la nariz significa que estás nervioso me costó un huevo y ahora se convierte en un dato al pedo, y voy a pasar la yema del dedo por el espejo a la altura de mis lágrimas y voy a decirte no llores, pero después me voy a acordar de que tengo que odiarte no amarte, entonces voy a discutir con mi reflejo-vos y te voy a escupir la cara, pero en verdad voy a terminar con el limpiavidrios en la mano limpiando mi botiquín, sola, como una pelotuda.
Ah... qué bien escribís. Qué envidia.
ResponderEliminarBueno, lo de envidia, viniendo de tu parte, me parece un poco exagerado.
ResponderEliminarIgual muchas gracias!! ;-)
Posta que no. Aunque también hay que tener en cuenta que yo soy muy envidioso... ;)
ResponderEliminarMe gustó mucho, sobre todo por dos cosas: también me gusta escribir y porque estoy atravesando una situación muy parecida a la del personaje y todas estas cosas me afectan. A veces emoción y arte no deben ir de la mano pero en este caso, no puedo evitarlo. Gracias. Los Invito a ver mi blog.
ResponderEliminarSaludos
Es una pena, cuando queda tanto en uno, por decir y dar, y no hay mas Quien lo quiera recibir.
ResponderEliminarLas charlas con el espejo, me aliviaron mas de una vez.
Uf, cuando (pensamos que) sólo queda el espejo... es durísimo, sí.
ResponderEliminarQué bello, y qué triste.
ResponderEliminarUn abrazo, Flor Bea.
Gracias, L.A!!!
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