Por Flor Bea
¿Cuántas veces nos hemos preguntado en la adolescencia si acaso eso que tanto nos acongojaba en ese momento no importaría nada de nada en este mundo, si después pasaría, si ni se sentiría, si se recordaría apenas? Yo me lo he preguntado. Es más, recuerdo tener dieciséis años y, sentada a la mesa de la cocina de la que aún es la casa de mi madre, con una pena y dos pancitos, preguntarle a ella: “Ma, ¿todo pasa?”. Pero lo que yo aún no sabía era que la respuesta no pasaba por ella sino que un día, como sucede con casi todo en la adolescencia, yo sola me iba a levantar como de un resorte y a decir: “No, no pasa. Tengo que salir yo a hacer de esto que duele en mi vida otra cosa, porque si no en quince años va a seguir doliendo; esto que está pasando no pasa”.
Es a esa certeza de que hay cosas que realmente tienen peso e importancia y por las cuales hay que moverse, a la que llega Oliver Tate (Craig Roberts) en la inolvidable “Submarine”, y es tan fuerte el sentimiento de la certeza que, bruscamente, abre la puerta del dormitorio de sus padres para informarles que lo que hoy le importa le va a seguir importando a los 38. Sí, parece que en la adolescencia los padres pueden estar ahí de receptores. Eso que importa a Oliver se llama Jordana.
En cuanto comienza la película, Oliver se nos presenta y nos dice: “No sé muy bien lo que soy todavía”. Y hacia el final, tal vez siga sin saber muy bien lo que es pero sí tiene algo muy claro: no quiere que nada cambie cuando, paradójicamente, todo –en mayor o menor medida- ya ha cambiado, pero queda todo lo cambiado por conservar o por revertir, depende de si se quieren aceptar los nuevos estados o recuperar los perdidos. En cuanto a Jordana (Yasmin Paige), claramente, será recuperar. Recuperar ese noviazgo que había comenzado a pasar, a pesar de que Oliver no sabía bien cómo hacerlo: “He estado tomando mi deber de novio seriamente. Anoche leí el libro Sólo quiero lo que es mejor para ti”. Para cuando la película está finalizando, Oliver expresa que siente que ha crecido. Y va a correr detrás de lo que él quiere para decubrir que, a veces, esa persona que se nos presenta de espaldas, siempre de espaldas, oculta y misteriosa hasta en los sueños, gira y es ella misma dándonos la cara.
La película termina, funde a azul (como lo hace en ciertas ocasiones anteriores entre secuencia y secuencia) y sobre el color del mar se imprimen los créditos mientras suena Piledriver Waltz y yo tengo la certeza de que él llega a mi casa, se para al borde de mi cama y me trepo a su cuerpo, abrazándolo con mis piernas por su cintura; entonces, no necesito zapatos cómodos porque me quedo a upa suyo hasta que la canción termina, empieza nuestra noche, y yo también así estoy bastante bien.
Pero qué lindo final el recreado por la escritora. Me estaba embolando y, de pronto, justo después de la mención del vals no sé cuál... sonreí. Con tanto placer. Gracias. :)
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