Por Flor Bea
My infant spirit would awake
“The lake”, Antony & The Johnsons
Hay una laguna en mi cabeza, he olvidado tantas cosas. Los primeros años de mi vida, por ejemplo, los primeros ocho años. Sabés que no recuerdo nada pero nada de eso… ¿entonces era yo?
Recuerdo, sí, una noche que empezamos a caminar y me dijiste “¿cenamos?”. “Bueno, dale, pizza” te dije porque me pareció que la calle Corrientes era para eso. Entonces me explicaste que no, que te habías comido una grande de mozzarella vos solo al mediodía. Es que tenés el cuerpo tan grande… Todavía me sigue pasando a veces, que cuando te veo, de lejos, mientras caminás por la calle sin saber que yo te miro, tu cuerpo me recuerda a mi papá. Eso me hace extrañarlo. Mi psicóloga diría que no está nada bueno, aunque no lo diría así, pero yo sabría que está diciendo algo de vos y de mi padre, que no tiene que ver ni con vos ni con mi padre, que tiene que ver conmigo. La mamá de Paloma, la niña de “El encanto del erizo” diría que un freudiano relaciona la caída de los dientes con la muerte; y la propia Paloma le cuestionaría a su padre de qué carajo sirve hacer diez años de análisis si tenés que tomar ansiolíticos y hablar compulsivamente con las plantas. "No tengo mucha hambre, pero ya me ilusioné con que íbamos a cenar juntos en algún restaurante", confesaste. No sé, es raro, porque nunca supe qué se supone que se siente frente a frases como esas. Siempre oscilo entre sentir amor u odio, y me parecen que están tan al lado. Es que si conocieras todo lo que me ha pasado en la infancia, por qué tengo tantas marcas en el cuerpo, tal vez comprenderías que yo no sepa diferenciar categorías opuestas. ¿Cómo es tener nueve años, mirar un lago donde algunos pescamos, y pensar suicidios?, ¿contradictorio? Desde ese día mi vida nunca fue igual. Pero no vale nada esto que te confieso porque ninguna vida a los nueve perdura inmutable. Erich Fromm dice en El arte de amar que la oposición es una categoría de la mente humana, no un elemento de la realidad. ¿Y vos?, ¿sos un elemento de la realidad o una categoría de mi humanidad?
Fuimos a cenar a un restaurante vegetariano y me nublaste. Sé que soy un poco así. Y vos me ponías a veces tan triste. Cómo explicarlo, a ver: no sabía si mañana existías. Me sentí muy mal. Después me contaste de una novia que habías tenido de joven, cuando tenías mi edad, más o menos, que hacía su vida sin consultarte nada. “¿[...] qué iba a hacer yo con ella?”. Y levantaste las cejas en un gesto inmenso. O tenés cejas muy peludas o de verdad fuiste expresivo, ¿quién sabe si fue física o emocional la causa del efecto? Pasa que yo a esa altura estaba tan deshecha que jamás hubiera podido distinguir una cosa de la otra. Después la noche me costó. Mientras dormías pensé: “No importa, dejate estar así. Estás triste porque te lo dijo claramente: ‘Al fin y al cabo lo único que tiene sentido en la vida es estar con alguien’ y vos no tenés ni idea de qué hacer con él”. Estaba tan convencida de que ahí, a mi lado en tu colchón, te estabas yendo, de que el movimiento de la tierra sacándonos de la noche para colocarnos en el día iba a hacer que se terminara mi presencia o tu existencia, que decidí partir en medio de la noche.
Habíamos planeado que al día siguiente desayunaríamos en tu casa y luego iríamos a almorzar afuera. Un asado, habíamos dicho, como un prototipo de pareja argentina cuarentona. Después haríamos fotos por los barrios hasta llegar a San Telmo para leer el diario en un bar y tomar helados. Luego, al dejarme con el auto en mi casa, me habrías dicho: “sos una linda compañía”. Y yo entonces dudaría de nuevo sobre cómo sentirme. Y lloraría. Y lloraría en mi casa. Hasta mirar desde el balcón el asfalto como a los nueve el lago, y querer gritar pero apenas tararear una canción triste.
La tarde que me dijiste de irnos juntos a ver el faro del fin del mundo, me hiciste upa y me dabas vueltas en el aire mientras lo decías. Padre, padre, ¿por qué no estuviste cuando yo era chica y estaba tan lastimada? “¿Dale que vamos?”. Y me lo volviste a preguntar ese día durante la cena: “¿por qué no vamos?”. Porque yo no sé moverme. Ya sé, tendría que haberte pedido que me dieras la mano para cruzar, pero ¿sabés lo que hubiera llorado al pedirlo? Cuando tenés la certeza de que no vas a poder concretar una frase porque va a ser interrumpida por el llanto, es difícil animarse a hablar.
Cuando me hiciste upa y me diste vueltas en el aire, yo me reí con carcajadas y mi pelo cayó desde tu brazo como una catarata. Me hiciste la mujer más inocente del mundo. Yo quería que durara para siempre. Pero no se puede ser inocente y un fantasma al mismo tiempo. Y hay gente que huye de la infancia como hay niños que huyen de los fantasmas. Por eso me fui mientras dormías. Yo no hubiera sabido hacerte de ninguna manera. Por eso te paso esta carta hoy, por debajo de la puerta. Para jugar a liberarme y salir corriendo por el agua y por el aire. Eternamente corriendo liberada, como otra categoría de mi mente humana.
No sé si es porque está lloviendo... o es lunes, pero MIERDA qué conmovedor. :'( Me gustó mucho.
ResponderEliminarBesitos
Uy. Me temblaron hasta las orejas. Que texto más bello!
ResponderEliminarel final me dejó un gusto a la insoportable..
ResponderEliminarFuertisimo.
ResponderEliminarGracias por todos los comentarios!!! Es buenísimo saber qué les pasa del otro lado, cómo se siente... Gracias por hacer tbn este blog junto con nosotras.
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