martes, 26 de julio de 2011

Dos intenciones.



Por Maite Pil

La relación de Pilar con su novio era una curiosidad. Alguien podría haber pensado que esa unión causaría un desajuste en el universo. Ella tuvo que dejar muchas cosas de sí, es que todo no se puede. Extrañaba su pasado, su descaro, extrañaba las discusiones sin fin sobre cosas...Cosas que ya ni recordaba. ¿Qué la apasionaba de los hombres? De todos no, de algunos. Pilar ya había olvidado cómo definir ese encanto que en Martín no podía encontrar. Lo extrañaba sin recordar de qué se trataba. A él le gustaba mirar tele, y otras actividades que a ella le parecían cada vez más mediocres. Pero tampoco las cosas resultaban color de rosa para Martín, él siempre se veía obligado a adoptar posturas. Políticas, familiares, sociales. Pilar lo acorralaba con planteos.
Nunca salían de noche y ese era un punto de aburrimiento innegable. Y cuando alguno de los dos intentaba hacerlo por separado, repentinamente comenzaban a extrañarse. Pero por suerte, de vez en cuando, alguien cumplía años y entonces, ellos iban juntos. Y así fue aquella noche, de las últimas del verano, en que salieron.
Pilar fue al baño a maquillarse y él se sentó en el inodoro a mirarla.

- ¿Qué hacés acá? Me ponés nerviosa, quiero que sea un misterio cómo me pinto…
- Pero es que estoy aburrido, me gusta mirar.
- Sí, bueno, pero parecés un hijo que mira a la madre antes de salir.

Se maquilló rápidamente porque él ya le había arruinado el ritual. Pilar muchas veces se sentía así, madre de su novio. Por momentos se le volvía una criatura y por momentos se le hacía gay. Ya estaba empezando a molestarse con esa imagen que estaba construyendo de él.
Una vez en la fiesta Pilar no podía dejar de mirar la barra libre que había contratado el cumpleañero, amigo de Martín. Él podía pasarse la noche sin tomar una gota, y eso a ella la dejaba en lugar incómodo. No encajaba.
-Voy a ir a la barra a servirme un trago –Le dijo Pilar a Martín mientras él socializaba con su amigo y la novia. -¿Te traigo algo?
- Ahora voy a ver qué hay, gracias – Le contestó Martín semi avergonzado.

Ella esperó en la barra hasta que Martín quedara solo y se acercó:
- ¿Te da vergüenza que tome en un cumpleaños? Es un cumpleaños no el bautismo de nuestro hijo, o sea, me parece que más contextualizado no podría estar.
- No es eso, pero estábamos saludándolos, podías esperar un poco, no te cuesta nada.
- Es que esa mina es un embole, dejame de joder…Para qué me voy a quedar acá. Todo bien, pero a menos que la baje con un trago, me duermo.
- ¿Un embole?…Pero es buena…
-¿Y a mí qué me importa si es buena? No le quiero pedir un favor ¿Qué es ser buena? –Pensaba ella, y le preguntaba a él, sabiéndose, dadas las circunstancias, mala-¿Usar perlas? ¿Rezarle a Dios? ¿Desearle el bien a la gente? ¿No decir malas palabras ni experimentar ningún sentimiento demasiado intenso?
- Te pido por favor que cortes la verborragia, ya fue, dejemoslo ahí- Martín quería dejarla hablar, a pesar de todo, aunque le pidiera silencio. Porque sabía que en definitiva la curiosidad de Pilar estaba atiborrada de dolor.   
- No, Martín, quiero saber en serio ¿Me podés decir qué carajo es la bondad y por qué creemos que eso es una cualidad? La gente buena dice cosas como “yo quiero lo mejor para vos”, como si ser buenos les diera un poder de descubrimiento de lo que es mejor para cada quién.
- No sé, es buena, es educada, lo acompaña a su novio, se ocupa de él, siempre le pregunta por mí. Es buena mina, pero no sé cómo fundamentarlo.
-¿Y yo soy buena? O sea, ponele, tus amigos te dicen que buena que es Pilar. No, ni en pedo. ¿O si?
- Hay miles de adjetivos mucho más interesantes para definirte a vos, y lo sabés, no me rompas las pelotas.
- ¿Sabés qué creo? Creo que la bondad es una necedad. Viven creyéndose buenos entre ustedes, y están tan convencidos de que lo son, y se reconocen como tales, que al final, nunca se enteran cuando cagan a alguien.

Para cuando Pilar acabó con su teoría acerca de la bondad ya estaban yéndose a dormir.  Ella necesitada entender lo que era la bondad para poder convertirlo a él en otra cosa. Y él necesitaba explicarle lo que era ser buena para que ella pudiera serlo un poco más seguido. La noche no había resultado como esperaron. Es que ninguno de los dos tenía la capacidad para esperar acertadamente. Aunque ella discutiera con él, y apenas vislumbrara esas charlas sobre cosas que tanto la apasionaban, él no era ese hombre con quién llevarlas a cabo. Por más buenas que fueran sus intenciones. 

domingo, 17 de julio de 2011

El malo, el amor y el malo

 Por Maite Pil




Muchas veces en los lugares menos pensados uno encuentra inspiración. Anoche estaba viendo “No ordinary family”, una serie acerca de una familia con súper poderes. Uno de los miembros de dicha familia, hijo del matrimonio protagónico, que tendrá unos catorce años, tiene un problema amoroso. Había besado a una chica (suponemos que en un capítulo anterior) que le gustaba mucho, una compañera de colegio; y desde ese entonces ella actúa como si no lo conociera. Le comenta la situación a un amigo y éste le contesta: “es que a las mujeres les gustan los malos”. Teoría que después se ve confirmada dentro del episodio.

Esta premisa, que a las mujeres nos gustan los malos, es algo que circula dentro y fuera de la ficción.
¿Es el malo el nuevo príncipe azul? ¿Qué es lo que el malo viene a ofrecernos?
Entendemos por malo un hombre que no está todo él disponible, un hombre que no se ofrece a sí mismo completamente. Un hombre que plantea una distancia; que muchas veces dice que no y que otras tantas no dice nada. Pero claro, el secreto está en que de vez en cuando nos dice que sí. Y entonces se recupera la ilusión, justo cuando una estaba por librarlo al olvido, o mandarlo a la mierda…
 Me voy a tomar el atrevimiento de compartir mi teoría al respecto. Este hombre malo que muchas veces dice no creer en el amor, yo opino que sabe mucho de él. Me parece que esta maldad, este semi-desprecio hacia una y hacia el amor, es en realidad un acto de sublimación.
Lo que nos viene a ofrecer el malo es la posibilidad de no poner a prueba, nunca, al amor. Y a cambio, nos ofrece el limbo de la promesa de conquista y seducción. Por eso es que el malo triunfa con las mujeres. El malo no es el nuevo príncipe azul, el malo es la consecuencia del príncipe azul, ese que nunca llega y que nunca llegará.
Porque el amor se trata de la vida real, esa que está atiborrada de rutina, de gripe, de caras lavadas, de aburrimiento, de pijamas deprimentes, de platos sucios, de comida al pasar. Y etcétera.
Entonces el malo nos ahorra todo esto, el tener que poner a prueba nuestra capacidad para amar, nuestra tolerancia y nuestro ingenio. 

Por Maite Pil

miércoles, 13 de julio de 2011

Pero yo quería que durara para siempre

Por Flor Bea

My infant spirit would awake
“The lake”, Antony & The Johnsons


Hay una laguna en mi cabeza, he olvidado tantas cosas. Los primeros años de mi vida, por ejemplo, los primeros ocho años. Sabés que no recuerdo nada pero nada de eso… ¿entonces era yo?
Recuerdo, sí, una noche que empezamos a caminar y me dijiste “¿cenamos?”. “Bueno, dale, pizza” te dije porque me pareció que la calle Corrientes era para eso. Entonces me explicaste que no, que te habías comido una grande de mozzarella vos solo al mediodía. Es que tenés el cuerpo tan grande… Todavía me sigue pasando a veces, que cuando te veo, de lejos, mientras caminás por la calle sin saber que yo te miro, tu cuerpo me recuerda a mi papá. Eso me hace extrañarlo. Mi psicóloga diría que no está nada bueno, aunque no lo diría así, pero yo sabría que está diciendo algo de vos y de mi padre, que no tiene que ver ni con vos ni con mi padre, que tiene que ver conmigo. La mamá de Paloma, la niña de “El encanto del erizo” diría que un freudiano relaciona la caída de los dientes con la muerte; y la propia Paloma le cuestionaría a su padre de qué carajo sirve hacer diez años de análisis si tenés que tomar ansiolíticos y hablar compulsivamente con las plantas. "No tengo mucha hambre, pero ya me ilusioné con que íbamos a cenar juntos en algún restaurante", confesaste. No sé, es raro, porque nunca supe qué se supone que se siente frente a frases como esas. Siempre oscilo entre sentir amor u odio, y me parecen que están tan al lado. Es que si conocieras todo lo que me ha pasado en la infancia, por qué tengo tantas marcas en el cuerpo, tal vez comprenderías que yo no sepa diferenciar categorías opuestas. ¿Cómo es tener nueve años, mirar un lago donde algunos pescamos, y pensar suicidios?, ¿contradictorio? Desde ese día mi vida nunca fue igual. Pero no vale nada esto que te confieso porque ninguna vida a los nueve perdura inmutable. Erich Fromm dice en El arte de amar que la oposición es una categoría de la mente humana, no un elemento de la realidad. ¿Y vos?, ¿sos un elemento de la realidad o una categoría de mi humanidad?
Fuimos a cenar a un restaurante vegetariano y me nublaste. Sé que soy un poco así. Y vos me ponías a veces tan triste. Cómo explicarlo, a ver: no sabía si mañana existías. Me sentí muy mal. Después me contaste de una novia que habías tenido de joven, cuando tenías mi edad, más o menos, que hacía su vida sin consultarte nada. “¿[...] qué iba a hacer yo con ella?”. Y levantaste las cejas en un gesto inmenso. O tenés cejas muy peludas o de verdad fuiste expresivo, ¿quién sabe si fue física o emocional la causa del efecto? Pasa que yo a esa altura estaba tan deshecha que jamás hubiera podido distinguir una cosa de la otra. Después la noche me costó. Mientras dormías pensé: “No importa, dejate estar así. Estás triste porque te lo dijo claramente: ‘Al fin y al cabo lo único que tiene sentido en la vida es estar con alguien’ y vos no tenés ni idea de qué hacer con él”. Estaba tan convencida de que ahí, a mi lado en tu colchón, te estabas yendo, de que el movimiento de la tierra sacándonos de la noche para colocarnos en el día iba a hacer que se terminara mi presencia o tu existencia, que decidí partir en medio de la noche.
Habíamos planeado que al día siguiente desayunaríamos en tu casa y luego iríamos a almorzar afuera. Un  asado, habíamos dicho, como un prototipo de pareja argentina cuarentona. Después haríamos fotos por los barrios hasta llegar a San Telmo para leer el diario en un bar y tomar helados. Luego, al dejarme con el auto en mi casa, me habrías dicho: “sos una linda compañía”. Y yo entonces dudaría de nuevo sobre cómo sentirme. Y lloraría. Y lloraría en mi casa. Hasta mirar desde el balcón el asfalto como a los nueve el lago, y querer gritar pero apenas tararear una canción triste.
La tarde que me dijiste de irnos juntos a ver el faro del fin del mundo, me hiciste upa y me dabas vueltas en el aire mientras lo decías. Padre, padre, ¿por qué no estuviste cuando yo era chica y estaba tan lastimada? “¿Dale que vamos?”. Y me lo volviste a preguntar ese día durante la cena: “¿por qué no vamos?”. Porque yo no sé moverme. Ya sé, tendría que haberte pedido que me dieras la mano para cruzar, pero ¿sabés lo que hubiera llorado al pedirlo? Cuando tenés la certeza de que no vas a poder concretar una frase porque va a ser interrumpida por el llanto, es difícil animarse a hablar.
Cuando me hiciste upa y me diste vueltas en el aire, yo me reí con carcajadas y mi pelo cayó desde tu brazo como una catarata. Me hiciste la mujer más inocente del mundo. Yo quería que durara para siempre. Pero no se puede ser inocente y un fantasma al mismo tiempo. Y hay gente que huye de la infancia como hay niños que huyen de los fantasmas. Por eso me fui mientras dormías. Yo no hubiera sabido hacerte de ninguna manera. Por eso te paso esta carta hoy, por debajo de la puerta. Para jugar a liberarme y salir corriendo por el agua y por el aire. Eternamente corriendo liberada, como otra categoría de mi mente humana.

lunes, 4 de julio de 2011

Contra el colchón.



Por Maite Pil

Estaba acostada en la cama de cara a la ventana sin burletes. Él a su lado, dándole la espalda también. La habitación estaba helada y ya no podía soportarlo. Como siempre que se iban a dormir lo hacían abrazados. Pero llegaba un momento en que él se soltaba, y ella, aunque nunca dormía, no podía precisarlo. 
Se da vuelta para respirar algo más tibio. Le mira la espalda, el brazo, la nuca, el pelo. Es enorme. Piensa en cómo puede dormir él sabiendo que existe la posibilidad de que ella lo observe. Su codo es del tamaño de su rodilla.
Mientras le mira el omóplato repasa todas las veces que se cogieron con furia, tratando de imponerse el uno al otro. Ella no lo ama porque sabe que eso hay que hacerlo de a dos. Ella tampoco sabe coger románticamente, no cree en tal cosa. Ella ya casi nunca ama. 
Lo odia.
Le duele la piel de las mordidas. Esas marcas son para ella trofeos de guerra; aunque son también derrotas. Piensa en que podría haber tolerado más dolor y eso la excita. Quiere que se despierte.
Ya es de día y ella no está segura de haber dormido algo finalmente, no lo recuerda. Cierra los ojos, intenta poner la mente en blanco. Se frustra, su propio cuerpo la desconcentra. Se le viene una escena de “Contra la pared” a la mente, su película amada. Ve a Sibil, el personaje femenino, peleando contra tres hombres y nunca rindiéndose. Leticia se desespera sin hacer ningún movimiento o ruido. Sabe lo que significa. También sabe que es temprano y que no debería despertarlo. 
Y logra dormirse.
La noche anterior ella le había hecho una confesión: “Soy indestructible”, dijo. Y aunque parecía una amenaza, ése fue su pedido de auxilio; tal vez el único que Leticia pronuncie jamás. Él no se lo imagina.

Por Maite Pil