Por Flor Bea
Aquel día, largo día, había olvidado el celular en mi casa. No me sonaba nunca, pero obvio que justo ese día sí: cuando llegué a la noche, cansada, encontré que tenía tres llamadas perdidas y dos mensajes de texto (¿!!?). El primero de los mensajes era de la una del mediodía, y quien lo había escrito me preguntaba si le daba permiso para masturbarse pensando en mí. “Qué raros que son los hombres”, yo a esa hora me había estado debatiendo entre una porción de tarta de zapallitos o una banana con una barrita de cereal. El otro mensaje de texto era un chiste enviado por Movistar. No supe de cuál de los dos reírme más.
En cuanto a las llamadas telefónicas: una era de la óptica para avisarme que mis lentes de contacto ya estaban listos para retirar; otra, una llamada perdida de mi mamá, y la tercera, el mismo poeta del primer mensaje de texto, que, al igual que el contactólogo, también había grabado algo en mi contestador. Decía así: “¿Qué hacés, flaca? De pronto me acordé de vos. Te mandé un mensaje pero no me respondiste. Espero que no te haya caído mal. Igual, me la hice igual sin tu permiso, sos especial para eso. Nos vemos algún día. Chausis”.
El mensajero (del amor) era aquel hombre con el que había dejado de acostarme hacía… ¿cinco meses?, y que nunca más me había llamado: un día, nunca más: ¡plup!, después de habernos estado curtiendo unos diecisiete meses con una frecuencia de una vez cada veinte o veinticinco días.
¿Es que acaso ahora, de pronto, necesitaba mi complicidad para su complacencia? Qué extraño modo de hacer las cosas de a dos.
Un tanto desconcertada (no pude evitar filosofar y preguntarme “qué carajo es el amor y qué la pasión”) repetí el mensaje tres veces, las suficientes para transcribirlo a un papel y chequear que mi transcripción fuera correcta. Luego, procedí a analizarlo semánticamente, oración por oración:
“¿Qué hacés, flaca?: ¿Es irónico?, porque casualmente en la época que curtía con vos tenía cinco kilos de más y bien que me pellizcabas los rollos.
De pronto me acordé de vos: Pero mirá qué interesante. Yo me acuerdo de vos todos los días cada vez que entro a mi casa y lo primero que veo (porque la mesita del teléfono está bien puesta en la entrada) es un post-it amarillo pegado al inalámbrico que dice “si es él, gritale ‘Aleluya’”.
Te mandé un mensaje pero no me respondiste: No, lo que pasa es que contraté a setecientos elefantes para que me meen bien meada, de modo que el milagroso día en que aparecieras yo hubiera olvidado mi teléfono en casa. Es por eso, perdé cuidado, que si no, te contestaba (porque soy idiota, claro).
Espero que no te haya caído mal: ¡¡¿La tarta de zapallitos que me comí cuando descarté la banana y el cereal, mientras vos te masturbabas?!! ¡No!, pero no, tontito. Claro que no. Igual, gracias por preocuparte por mis intestinos.
Igual, me la hice igual sin tu permiso, sos especial para eso: Ahora sí que me puedo morir realizada. No sólo que soy especial para alguien, sino que lo soy para vos y ¡“para eso”! Ahora sí, en serio, me siento realmente valorada. Hombres desafiantes y romántico-pasionales como vos son todo lo que este mundo necesita.
Nos vemos algún día: No tengo dudas. Que no nos hayamos vuelto a ver desde que desapareciste de la faz de la tierra no significa que eso vaya a ser así for ever. Para algo somos jóvenes optimistas: para creer en los reencuentros.
Chausis: Andate a la mierda. Me podrías haber mandado un beso, ¡miserable!”.
Después del análisis y descarga, supe que si su aparición se repetía, iba a tener que seguir uno y sólo un camino entre los tres que, claramente, ofrecía la vida:
1) Seguirle el juego: consistía en responder a todas sus obscenidades y abusos, e incluso, volver a curtir con él cuando él lo dispusiera, y si lo disponía.
1) Seguirle el juego: consistía en responder a todas sus obscenidades y abusos, e incluso, volver a curtir con él cuando él lo dispusiera, y si lo disponía.
2) Ignorarlo: significaba ser indiferente a su existencia y no dar acuse de recibo de este tipo de mensajes, ¡ni de nada! Desaparecer yo de la faz de la tierra suya.
3) Intentar cambiarlo: abarcaba asumir que me gustaba (sí, me gustaba un montón el hijo de su reverenda madre) y emprender el desafío que implicaba modificar la dinámica de relación.
3) Intentar cambiarlo: abarcaba asumir que me gustaba (sí, me gustaba un montón el hijo de su reverenda madre) y emprender el desafío que implicaba modificar la dinámica de relación.
La opción 1 era la que, en experiencias anteriores, cada vez que había elegido, después me había hecho creer, en un destello de romanticismo, que habría tenido que elegir la 3. La 2ª era la que me situaba en un debate entre la sensatez y la cobardía (terrible trampa neurótica del absurdo). La 3ª era un ensueño; no tenía ningún tipo de relación con la vida real, pero… ¿quién puede vivir sólo en la vida real?, yo no había aprendido a hacerlo, por eso era capaz de creer que la vida ofrecía claramente algo como la 3.
A decir verdad, tampoco iba a ser ni la 1 ni la 2. No iba a ser nada, porque la distancia entre la (sana y linda) fantasía y el fantasma había sido como quemada por un dragón que me dejaba viviendo en un mundo de género fantástico.
Lo mejor era borrar los mensajes y empezar a preocuparme por qué carajo iba a cenar esa noche: lo único real era que estaba cagada de hambre.
es increible la capacidad que tenemos para entablar una conversacion con nosotras mismas, como si el celular nos estuviese escuchando.
ResponderEliminarnos hablamos, nos respondemos, armamos hipotesis,
y mientras ellos que?
se clavan una paja o se comen una pizza.
que ilusas que somos,
siempre geniales sus entradas.
las banco a full.
Yo creo que deberias relajarte un poco y sobre todo, que pienses si realmente te gusta tanto como para bancarte un flaco asi, lo dijo la chica de arriba, vos haces esta entrada y el se clava una, fijate...
ResponderEliminarespectacular
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