domingo, 6 de febrero de 2011

Fenómenos naturales

Por Flor Bea

Los domingos trabajo. Son las malditas contras de trabajar free lance. Es cierto que me levanto a la hora que quiero y que no tengo que viajar todas las mañanas hecha una sardina enlatada en un subte que en verano te desmaya del olor a chivo y en invierno te refriega la gripe A por las narices. Pero también es cierto que un domingo me tengo que quedar en casa trabajando porque debo terminar las ilustraciones que me encargaron. Es que cuando sé que si no me quedo no llego, no falla: no llego.
Pablo me llamó ese domingo al mediodía para ver cómo había dormido, cuánto había avanzado con el manual de Ciencias Sociales 4 en el que estaba trabajando, y para preguntarme si a la noche quería acompañarlo a un evento, una cena para celebrar no sé qué (esa parte me la perdí porque me distraje despegando una pelusa de la pata de una silla) que se hacía en un restaurante francés de un amigo suyo. Tuve que decirle que no, “es que si no me quedo en casa haciendo las viñetas, no llego”. “Nunca podés acompañarme a ningún lado, qué vida difícil que tenés”, me contestó y pensé “¿por qué no te vas a la puta que te parió?”. Hacía tres meses que habíamos vuelto, no podía ser que ya raspáramos de nuevo.
A las once y cuarenta de la noche yo estaba con un pincel de pelo de oreja de buey en la mano cuando sonó el teléfono de mi casa. Sólo tres personas tienen ese número: mi mamá, mi hermano y él, que no me eliminó de su agenda sólo para que su registrador siga detectándome. Me avisó que ya había llegado a su casa.
-Ah, qué bueno, ¿cómo te fue?
-Bien, Jorge es un cheff de puta madre, comimos como bestias salvajes. Y el postre, a qué no sabés cuál era, ¡adiviná!
-No, no juguemos, yo cené arroz integral con semillas de sésamo…
-Te digo lo que llevaba y vos adivinás.
O sea, realmente no quería jugar. Pero no podía enojarme por su insistencia, el problema era yo. A esa altura de mi vida ya sabía detectar cuándo el problema era yo y cuándo el otro. Me quedé enroscada con esto a propósito, para abstraerme del listado de ingredientes que había empezado con “chocolate semiamargo: 200 grs.” y evitar salivar como el perro de Pavlov. Cuando sentí que se calló, dije:
-Ni idea, pero no quiero jugar. Mirá, Pablo, de verdad me hubiera gustado acompañarte, pero sabés cómo es esto… ¿Viste?, estoy atrasada: tengo que entregarlo el martes y tengo miedo de no llegar.
-No te preocupes, yo te entiendo, me da bronca que no puedas venir porque al final nos vemos poco, pero bueno. ¿Mañana qué haces? –me preguntó y pensé “¿mañana lunes qué hago?, ¿pero por qué no te vas a la puta que te parió?”.
-Voy a terminar de hacer las viñetas para el martes.
-Qué cagada.
Le corté. Y sí, es mi trabajo y es lo que yo elijo, no tenía por qué bancarme sus comentarios de mierda. No lo pensaba llamar nunca más en mi vida. Me quedé mordiendo la punta del pincel (la que tiene los pelos no, la otra). Se me había ido la inspiración. Me sentía furiosa. Decidí llamarlo.
-Hola.
-Escuchame una cosa: mi vida no es una cagada. Que a vos no te guste es otra cosa.
-Yo no dije que tu vida era una cagada.
-Bueno, que mi trabajo, es lo mismo.
-Tampoco dij-
-Yo no me meto con tu trabajo. Vos te la pasás haciendo masajitos y sin embargo, jamás de los jamases, opiné al respecto. En cambio vos, ¿quién te pensás que sos? Al final, siempre lo mismo: no soportás mi vida, mis formas y mis tiempos. Ya nos había pasado en el primer noviazgo, ¿para qué mierda volvimos?
-¿Te podés tranq-
-Una mierda me tranquilizo, siempre estás tratando de calmarme. ¿Por qué mejor no te preocupás por calmar tu ansiedad por vernos?
-Estás muy confundi-
-Yo lo único que te digo es que respetes mis obligaciones y mi trabajo porque yo jamás me metí con tu vida y sería incapaz de agredirte por lo que hacés o dejás de hacer, incapaz. Por mí, te podés pasar la vida masajeando y practicando en esa banda de bosta, que suena como el orto, que armaste con tus amigos. ¡Ah!, y de paso quiero decirte una cosa importante, porque creo que vale la pena que lo sepas: esos pibes tienen un olor a chivo de la concha de-
-Bueno, basta, cortala, ¿sabés cómo termina est-
-… y todas las veces que te fui a buscar a la sala de ensayos creí que me moría de asfixia. Sin embargo, ¡jamás!, jamás de los jamases te falté el respeto ni a vos ni a ninguno de esos vagos que se la dan de que cenan en restaurantes franchutes. Pero yo, a diferencia de vos, no te digo nada o a lo sumo opino siempre cuidando mis palabras, para no ser grosera con nadie ni ofenderte, porque me parece que uno de los valores más preciados de la raza humana es el respeto. 
-Bue.
-Bue ¡¿qué?! Respeto, ¡respeto por mi trabajo! ¿Cómo me vas a preguntar qué hago mañana cuando hace días que te vengo hablando de estas viñetas del orto y de la entrega del martes?, porque los ingredientes del tsunami de chocolate que hace el cocinerito de tu amigo no te los olvidás, ¿no? Pero para registrar mis tiempos no tenés memoria. Dejá, sabés qué, la culpa la tengo yo por haber vuelto con vos. ---. ¿Hola?, ¿me cortaste? ¡Decime algo! ¿O pensás quedarte callado el resto de tu vida?
-Me interrumpiste cada vez que traté de decir algo.
-No mientas, te lo pido por favor, no me mientas, porque la sinceridad para mí es elemental en una pareja. Jamás te interrumpí, no sería capaz de-
-Ok. No-
-¿Ves?, que el que interrumpe sos vos.
-No tengo nada que decir.
-Ah, mirá vos, nunca tenés nada para d-
-Sí, una cosa.
-¡Milagro!
-Perdiste, no era volcán de chocolate el postre. Volcán es el postre, eh, si te referías a ese. Pero no era. Lo que te describí hoy era el arrollado Selva Negra, ese que me prometiste que ibas a  aprender a hacer el día que estábamos viendo el canal Gourmet-
-Nunca jamás vimos el canal Gourmet vos y yo juntos-
-… el canal Gourmet, y me dijiste que si yo aceptaba casarme, vos me ibas a hacer todas las noches ese postre. Por eso te quería hacer adivinar.
-No fue así lo del casamiento, la única vez que te hablé de casamiento estábamos viendo un documental sobre Indonesia-
-Sí, un documental sobre tsunamis.
-¿Te estás burlando de mí?
-No.
Y me cortó. Y sí, algo de razón tenía, después me acordé que sí, que habíamos visto esa receta, pero por Utilísima no por Gourmet. O sea, era como yo decía: Gourmet juntos nunca habíamos visto, no me iba a venir a discutir a mí de canales. Pero bueno, era al pedo. Y lo del documental de Indonesia, aunque él no registrara nada, porque estaba como colgado de una palmera, bueno, su problema, pero era como yo decía: vimos un documental sobre Indonesia una vez, cosa que seguro no se va a acordar nunca como no se acordaba que el martes tenía que entregar las viñetas. En cambio, yo lo de la Selva Negra y el casamiento me terminé acordando, mejor tarde que nunca. Después de todo, soy humana, se me pasan cosas.
Lo que a él no se le pasa es el enojo: nunca más me llamó y ni hablar de que me atienda el teléfono. Maldito registrador de llamadas.

3 comentarios:

  1. Que impresion, me hizo acordar a mi! Genial chicas... las felicito! Besos Nart

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  2. Pavlov, el del perro5 de junio de 2011, 10:51

    Y no será que paranoiqueas un poco o malinterpretas demasiado mal?

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  3. Esto es ficción. A quién le hablás? A la autora o al personaje? Si le hablás a la autora me parece que no entendiste el género.
    Maite Pil.

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