miércoles, 23 de febrero de 2011

Piedra libre

Lie with Me, dirigida por Clément Virgo, Canadá, 2005.

Por Flor Bea

Me quedé pensando en esta película, en las cosas que Leila dice. Ella es una joven independiente que mantiene un departamento con el sueldo de su trabajo en relación de dependencia. No tiene novio. Disfruta de su bello cuerpo teniendo sexo ocasional con hombres que nunca llega a conocer, o masturbándose mientras mira videos porno. También el baile es una forma de disfrutarlo y ponerlo en movimiento para seducir con él. Pero dentro de ese cuerpo libre, con ritmo, hay algo que está atrapado. Algo que la deja disfrutando a medias.
“Sé cómo coger. Sé cómo conseguir lo que quiero, pero mi placer nunca es completo. Incluso cuando llego al clímax hay cosas que siguen atrapadas dentro”.
Una noche de esas que explora ella, conoce a David, y se le desplaza el eje por completo: con él no es igual. Ella quiere tenerlo todo, todo el tiempo. Cómo hacer para lograrlo. Lo busca y de algún modo lo consigue. Y empiezan una especie de noviazgo: salen a pasear, bailan desnudos en el living, conoce al padre de él…
“El verano debería seguir y seguir para que todo el mundo saliera a la calle y sintiera lo mismo que yo”.
…a pesar de que la ex novia de David la busca y se encarga de hacerle cierta advertencia.
“¿Sabes?, puedes chuparle la verga a un tipo todo lo que quieras, pero eso no significa que alguna vez te ame”.
Sí, algo sigue trabado, es como una piedra. Ella no es capaz de disolverla a pesar de lo que David le significa en la piel y en el alma. La traba se expande como una peste en el mundo que ellos se habían armado. David percibe. David sabe que ella siempre está al borde de estar y no estar, de salirse de la línea recta, de beber una copa de más y zigzaguear toda la noche, de ocultar algo por siempre, incluso a ella misma. David sabe que ella puede pudrirlo todo en un abrir y cerrar de piernas.
“Tengo una pregunta para ti: ¿alguna vez has tenido la verga de un hombre en el culo al mismo tiempo que se la chupabas a su amigo?”.
Los ojos de Leila, después de un buen rato de ignorar toda la atención que la pregunta de David amerita por la angustia que carga, lloran. No puede más que decirle que es algo estancado, que no sabe, no puede decir más. Pero para David ya es demasiado tarde, está enamorado. Cómo seguir sin ella, cómo no extrañarla. Son otros interrogantes, diferentes a lo que Leila se pregunta: cómo amar.
 “Lo único que me preguntaba una y otra vez era: ¿cómo tienes sexo con alguien de quién estás enamorada? (…) ¿cómo ama una mujer a un hombre?”.
En una escena de sexo bastante violenta, no sólo en un sentido físico, en la que la ira es directamente proporcional con el amor -la bestia en ambos, la autodestrucción y el daño a quien se ama-, él le pide que le prometa que no lo va a abandonar nunca.
“Era una promesa que yo no podía cumplir. No sabía cómo amarlo, lo único que yo sabía era coger. Y no basta con coger, no es suficiente”.
Es un dilema el de Leila, una dicotomía placer sexual-amor que en ella se fusiona y se encarna tanto que la padece como un quiste, una piedra. Un obstáculo que parece perseguirla, que percibe hasta en la historia de su prima, quien está por casarse con un tipo que le ofrece sexo “emocional” pero, sin embargo, se sigue encamando con su ex, el dueño de la “verga” que realmente desea.
“¿Por qué querrá cambiar ese sexo genial por amor?”.
Leila también cambiará. Cuando destrabe la dicotomía, cuando comprenda, desde su propio aprendizaje y no desde la voz de otra, que es cierto: el sexo no implica amor pero amar implica desvestirse. No sólo como un acto erótico, sino también como un desenmascaramiento, un quite de disfraces que bancan sólo la puesta en escena pero que dejan luego piedras tras la función. Un sacarse el disfraz de piedra, y liberar luego la piedra. Y después de la vergüenza y el dolor que eso pueda implicar, seguir desvistiéndose uno al otro, cada vez más.  
“Tienes que esperar hasta quedar al descubierto. Tienes que esperar con alguien, ambos desnudos. Y luego tienes que esperar un poco más”.
Con este lenguaje un tanto crudo, algo burdo y hasta chocante por momentos, la voz en off de Leila narra esta vivencia con David.
Una película para ver abrazada al telgopor que contiene un cuarto de helado mientras -ojalá- alguien te abraza a vos para contenerte. Y para robarte cucharitas de tu gusto preferido.

sábado, 12 de febrero de 2011

Los amores imaginarios

Por Flor Bea y Maite Pil

Tuvimos la fortuna de ir el viernes pasado al cineclub MonAmour, sitio recomendable si los hay, a ver Los amores imaginarios, del franco-canadiense de 21 años Xavier Dolan.
La película no tiene desperdicios y Xavier menos: se lo ha comparado con Woody Allen, se lo ha asociado en relación a su estética con Almodóvar y Wong Kar-wai; y probablemente se vea asomar una influencia de Bertolucci y el film “Los soñadores”…
Es un triángulo amoroso y Xavier interpreta (sí, también actúa) a uno de los tres en cuestión, a Francis. Los otros dos son Marie (Monia Chokri) y Nicolas (Niels Schneider).
Francis, gay, y Marie, vintage, se disputan el amor, y la atención, de Nicolas, adonis engreído. Aunque éste parece disfrutar más de los juegos de seducción que de cualquier tipo de concreción amorosa. Pero, ¿y si los adonis existieran sólo porque hay amantes que necesitan saciar la sed de utopía de amor que poseen?
Como si fuera poco lo que se aborda y cómo se aborda a través de esta complicada trama amorosa, la historia se interrumpe, de tanto en tanto, con monólogos a cámara acerca de episodios amorosos. Son mujeres y hombres hablando de un amado en particular: el que tienen, tenían o quisieran tener.
Una película que por momentos da ganas de cantar o de irse corriendo esa misma noche a bailar a una fiesta, por momentos da ganas de estrangular a alguno de los personajes o de consolar a otros. Y en otros momentos, también, te hace explotar de risa, porque raya en lo absurdo, en la vergüenza ajena y en lo grotesco, al mostrar de lo que somos capaces al estar encaprichadamente enamorados.
¿La frutilla del postre?: el actor que aparece en la última escena. Pero si te cuento quién es, se pierde la sorpresa.
Creemos que tienen y merecen verla.

domingo, 6 de febrero de 2011

Fenómenos naturales

Por Flor Bea

Los domingos trabajo. Son las malditas contras de trabajar free lance. Es cierto que me levanto a la hora que quiero y que no tengo que viajar todas las mañanas hecha una sardina enlatada en un subte que en verano te desmaya del olor a chivo y en invierno te refriega la gripe A por las narices. Pero también es cierto que un domingo me tengo que quedar en casa trabajando porque debo terminar las ilustraciones que me encargaron. Es que cuando sé que si no me quedo no llego, no falla: no llego.
Pablo me llamó ese domingo al mediodía para ver cómo había dormido, cuánto había avanzado con el manual de Ciencias Sociales 4 en el que estaba trabajando, y para preguntarme si a la noche quería acompañarlo a un evento, una cena para celebrar no sé qué (esa parte me la perdí porque me distraje despegando una pelusa de la pata de una silla) que se hacía en un restaurante francés de un amigo suyo. Tuve que decirle que no, “es que si no me quedo en casa haciendo las viñetas, no llego”. “Nunca podés acompañarme a ningún lado, qué vida difícil que tenés”, me contestó y pensé “¿por qué no te vas a la puta que te parió?”. Hacía tres meses que habíamos vuelto, no podía ser que ya raspáramos de nuevo.
A las once y cuarenta de la noche yo estaba con un pincel de pelo de oreja de buey en la mano cuando sonó el teléfono de mi casa. Sólo tres personas tienen ese número: mi mamá, mi hermano y él, que no me eliminó de su agenda sólo para que su registrador siga detectándome. Me avisó que ya había llegado a su casa.
-Ah, qué bueno, ¿cómo te fue?
-Bien, Jorge es un cheff de puta madre, comimos como bestias salvajes. Y el postre, a qué no sabés cuál era, ¡adiviná!
-No, no juguemos, yo cené arroz integral con semillas de sésamo…
-Te digo lo que llevaba y vos adivinás.
O sea, realmente no quería jugar. Pero no podía enojarme por su insistencia, el problema era yo. A esa altura de mi vida ya sabía detectar cuándo el problema era yo y cuándo el otro. Me quedé enroscada con esto a propósito, para abstraerme del listado de ingredientes que había empezado con “chocolate semiamargo: 200 grs.” y evitar salivar como el perro de Pavlov. Cuando sentí que se calló, dije:
-Ni idea, pero no quiero jugar. Mirá, Pablo, de verdad me hubiera gustado acompañarte, pero sabés cómo es esto… ¿Viste?, estoy atrasada: tengo que entregarlo el martes y tengo miedo de no llegar.
-No te preocupes, yo te entiendo, me da bronca que no puedas venir porque al final nos vemos poco, pero bueno. ¿Mañana qué haces? –me preguntó y pensé “¿mañana lunes qué hago?, ¿pero por qué no te vas a la puta que te parió?”.
-Voy a terminar de hacer las viñetas para el martes.
-Qué cagada.
Le corté. Y sí, es mi trabajo y es lo que yo elijo, no tenía por qué bancarme sus comentarios de mierda. No lo pensaba llamar nunca más en mi vida. Me quedé mordiendo la punta del pincel (la que tiene los pelos no, la otra). Se me había ido la inspiración. Me sentía furiosa. Decidí llamarlo.
-Hola.
-Escuchame una cosa: mi vida no es una cagada. Que a vos no te guste es otra cosa.
-Yo no dije que tu vida era una cagada.
-Bueno, que mi trabajo, es lo mismo.
-Tampoco dij-
-Yo no me meto con tu trabajo. Vos te la pasás haciendo masajitos y sin embargo, jamás de los jamases, opiné al respecto. En cambio vos, ¿quién te pensás que sos? Al final, siempre lo mismo: no soportás mi vida, mis formas y mis tiempos. Ya nos había pasado en el primer noviazgo, ¿para qué mierda volvimos?
-¿Te podés tranq-
-Una mierda me tranquilizo, siempre estás tratando de calmarme. ¿Por qué mejor no te preocupás por calmar tu ansiedad por vernos?
-Estás muy confundi-
-Yo lo único que te digo es que respetes mis obligaciones y mi trabajo porque yo jamás me metí con tu vida y sería incapaz de agredirte por lo que hacés o dejás de hacer, incapaz. Por mí, te podés pasar la vida masajeando y practicando en esa banda de bosta, que suena como el orto, que armaste con tus amigos. ¡Ah!, y de paso quiero decirte una cosa importante, porque creo que vale la pena que lo sepas: esos pibes tienen un olor a chivo de la concha de-
-Bueno, basta, cortala, ¿sabés cómo termina est-
-… y todas las veces que te fui a buscar a la sala de ensayos creí que me moría de asfixia. Sin embargo, ¡jamás!, jamás de los jamases te falté el respeto ni a vos ni a ninguno de esos vagos que se la dan de que cenan en restaurantes franchutes. Pero yo, a diferencia de vos, no te digo nada o a lo sumo opino siempre cuidando mis palabras, para no ser grosera con nadie ni ofenderte, porque me parece que uno de los valores más preciados de la raza humana es el respeto. 
-Bue.
-Bue ¡¿qué?! Respeto, ¡respeto por mi trabajo! ¿Cómo me vas a preguntar qué hago mañana cuando hace días que te vengo hablando de estas viñetas del orto y de la entrega del martes?, porque los ingredientes del tsunami de chocolate que hace el cocinerito de tu amigo no te los olvidás, ¿no? Pero para registrar mis tiempos no tenés memoria. Dejá, sabés qué, la culpa la tengo yo por haber vuelto con vos. ---. ¿Hola?, ¿me cortaste? ¡Decime algo! ¿O pensás quedarte callado el resto de tu vida?
-Me interrumpiste cada vez que traté de decir algo.
-No mientas, te lo pido por favor, no me mientas, porque la sinceridad para mí es elemental en una pareja. Jamás te interrumpí, no sería capaz de-
-Ok. No-
-¿Ves?, que el que interrumpe sos vos.
-No tengo nada que decir.
-Ah, mirá vos, nunca tenés nada para d-
-Sí, una cosa.
-¡Milagro!
-Perdiste, no era volcán de chocolate el postre. Volcán es el postre, eh, si te referías a ese. Pero no era. Lo que te describí hoy era el arrollado Selva Negra, ese que me prometiste que ibas a  aprender a hacer el día que estábamos viendo el canal Gourmet-
-Nunca jamás vimos el canal Gourmet vos y yo juntos-
-… el canal Gourmet, y me dijiste que si yo aceptaba casarme, vos me ibas a hacer todas las noches ese postre. Por eso te quería hacer adivinar.
-No fue así lo del casamiento, la única vez que te hablé de casamiento estábamos viendo un documental sobre Indonesia-
-Sí, un documental sobre tsunamis.
-¿Te estás burlando de mí?
-No.
Y me cortó. Y sí, algo de razón tenía, después me acordé que sí, que habíamos visto esa receta, pero por Utilísima no por Gourmet. O sea, era como yo decía: Gourmet juntos nunca habíamos visto, no me iba a venir a discutir a mí de canales. Pero bueno, era al pedo. Y lo del documental de Indonesia, aunque él no registrara nada, porque estaba como colgado de una palmera, bueno, su problema, pero era como yo decía: vimos un documental sobre Indonesia una vez, cosa que seguro no se va a acordar nunca como no se acordaba que el martes tenía que entregar las viñetas. En cambio, yo lo de la Selva Negra y el casamiento me terminé acordando, mejor tarde que nunca. Después de todo, soy humana, se me pasan cosas.
Lo que a él no se le pasa es el enojo: nunca más me llamó y ni hablar de que me atienda el teléfono. Maldito registrador de llamadas.

martes, 1 de febrero de 2011

Cierta mentira

Maite Pil

No sé distinguir en qué momentos digo la verdad. Y podría ponerme filosófica y preguntarme acerca del fundamento de las verdades, o psicoanalítica y sostener que lo único que no miente es la angustia. Pero llorar no es lo mismo que angustiarse, y cuando lloro entonces podría estar mintiendo.
¿Es verdad que quiero lo que quise? ¿Es cierto que deseé que no me mientan nunca? Yo siempre quise ser alguien que no existe. Ser alguien inexistente es una mentira. Y, de vez en cuando, mentir acerca de quién soy para que parezca que digo la verdad. Entonces podría ser mitad verdad y mitad mentira. Y perder de vista completamente el sentido de lo que creo.
¿Será verdad que los ingenuos son más fáciles de engañar? ¿Que cuanto más se persigue una verdad más cerca uno se encuentra? Buscar la verdad, cuando ésta no existe, es ciertamente un engaño.
“Yo te digo con toda honestidad que nunca sé cuándo estoy mintiendo” Le susurré al oído. Pero es mentira. Me hubiera encantado hacerlo. Como para dejarle algo velado. Ni qué es mentira ni qué es verdad. Son palabras, y yo nos las dije.
“¿Las palabras por ser palabras son siempre ciertas?” Me preguntó alguien inventado. “No sé”, por miedo contesté. Como para no mentirle…