Por Flor Bea
Me quedé pensando en esta película, en las cosas que Leila dice. Ella es una joven independiente que mantiene un departamento con el sueldo de su trabajo en relación de dependencia. No tiene novio. Disfruta de su bello cuerpo teniendo sexo ocasional con hombres que nunca llega a conocer, o masturbándose mientras mira videos porno. También el baile es una forma de disfrutarlo y ponerlo en movimiento para seducir con él. Pero dentro de ese cuerpo libre, con ritmo, hay algo que está atrapado. Algo que la deja disfrutando a medias.
“Sé cómo coger. Sé cómo conseguir lo que quiero, pero mi placer nunca es completo. Incluso cuando llego al clímax hay cosas que siguen atrapadas dentro”.
Una noche de esas que explora ella, conoce a David, y se le desplaza el eje por completo: con él no es igual. Ella quiere tenerlo todo, todo el tiempo. Cómo hacer para lograrlo. Lo busca y de algún modo lo consigue. Y empiezan una especie de noviazgo: salen a pasear, bailan desnudos en el living, conoce al padre de él…
“El verano debería seguir y seguir para que todo el mundo saliera a la calle y sintiera lo mismo que yo”.
…a pesar de que la ex novia de David la busca y se encarga de hacerle cierta advertencia.
“¿Sabes?, puedes chuparle la verga a un tipo todo lo que quieras, pero eso no significa que alguna vez te ame”.
Sí, algo sigue trabado, es como una piedra. Ella no es capaz de disolverla a pesar de lo que David le significa en la piel y en el alma. La traba se expande como una peste en el mundo que ellos se habían armado. David percibe. David sabe que ella siempre está al borde de estar y no estar, de salirse de la línea recta, de beber una copa de más y zigzaguear toda la noche, de ocultar algo por siempre, incluso a ella misma. David sabe que ella puede pudrirlo todo en un abrir y cerrar de piernas.
“Tengo una pregunta para ti: ¿alguna vez has tenido la verga de un hombre en el culo al mismo tiempo que se la chupabas a su amigo?”.
Los ojos de Leila, después de un buen rato de ignorar toda la atención que la pregunta de David amerita por la angustia que carga, lloran. No puede más que decirle que es algo estancado, que no sabe, no puede decir más. Pero para David ya es demasiado tarde, está enamorado. Cómo seguir sin ella, cómo no extrañarla. Son otros interrogantes, diferentes a lo que Leila se pregunta: cómo amar.
“Lo único que me preguntaba una y otra vez era: ¿cómo tienes sexo con alguien de quién estás enamorada? (…) ¿cómo ama una mujer a un hombre?”.
En una escena de sexo bastante violenta, no sólo en un sentido físico, en la que la ira es directamente proporcional con el amor -la bestia en ambos, la autodestrucción y el daño a quien se ama-, él le pide que le prometa que no lo va a abandonar nunca.
“Era una promesa que yo no podía cumplir. No sabía cómo amarlo, lo único que yo sabía era coger. Y no basta con coger, no es suficiente”.
Es un dilema el de Leila, una dicotomía placer sexual-amor que en ella se fusiona y se encarna tanto que la padece como un quiste, una piedra. Un obstáculo que parece perseguirla, que percibe hasta en la historia de su prima, quien está por casarse con un tipo que le ofrece sexo “emocional” pero, sin embargo, se sigue encamando con su ex, el dueño de la “verga” que realmente desea.
“¿Por qué querrá cambiar ese sexo genial por amor?”.
Leila también cambiará. Cuando destrabe la dicotomía, cuando comprenda, desde su propio aprendizaje y no desde la voz de otra, que es cierto: el sexo no implica amor pero amar implica desvestirse. No sólo como un acto erótico, sino también como un desenmascaramiento, un quite de disfraces que bancan sólo la puesta en escena pero que dejan luego piedras tras la función. Un sacarse el disfraz de piedra, y liberar luego la piedra. Y después de la vergüenza y el dolor que eso pueda implicar, seguir desvistiéndose uno al otro, cada vez más.
“Tienes que esperar hasta quedar al descubierto. Tienes que esperar con alguien, ambos desnudos. Y luego tienes que esperar un poco más”.
Con este lenguaje un tanto crudo, algo burdo y hasta chocante por momentos, la voz en off de Leila narra esta vivencia con David.
Una película para ver abrazada al telgopor que contiene un cuarto de helado mientras -ojalá- alguien te abraza a vos para contenerte. Y para robarte cucharitas de tu gusto preferido.
Una película para ver abrazada al telgopor que contiene un cuarto de helado mientras -ojalá- alguien te abraza a vos para contenerte. Y para robarte cucharitas de tu gusto preferido.