domingo, 14 de febrero de 2021

El día de los pudientes.

 





Por Maite Pil. 


Una sola vez tuve una cita por San Valentín. Me pasó a buscar, cuando abrí la puerta lo saludé y, de los nervios, le dije que creí que me había olvidado el calefón prendido. Le cerré la puerta en la cara, esperé un rato y volví a salir. Después nos tomamos un colectivo hasta el cine. ¿Qué necesidad había de viajar parados en el 124 para llegar al Abasto? Si volviera a nacer haría casi todo diferente. La mayoría de los recuerdos amorosos que tengo son vergonzosos e imprácticos. Podríamos haber ido al pool de siempre, tomar unas cervezas y volver a su casa. Pero no, él se puso una camisa de manga corta y se afeitó. La combinación menos erótica del mundo, es como disfrazarse de Frank Grimes[1]. Éramos dos personas prologando el momento de tomar alcohol, intentando romantizar, de la manera más burda y básica, una relación que se sostenía gracias a mensajes a las 3:00 am. 

Cuando yo era adolescente no sabía que los modos de amar respondían a ideologías y a formas de transmisión cultural específicas. Llorar o extasiarme con una canción me parecían excelentes gesto de amor, los más propicios. Y eso que no lo compartía en redes, ni tenía forma de transmitirlo en vivo. Pero el enamoramiento es la forma de pensamiento mágico por excelencia, ¿o no?. Nos convencemos de que el amante conoce nuestros rituales privados. 

Cuando tenía 14 años me enamoré perdidamente de un chico unos años más grande que yo. Pasé meses yendo a su “parada” y pasando el rato con él y su gente. Finalmente un día nos besamos y nos pusimos de novios. Nunca estuve tan feliz en mi vida. Era tan feliz que no me importaba qué hacía cuando no me veía, hasta que un día mi vieja me dijo: “Pasa mucho tiempo con los amigos y vos acá como una idiota, hacelo esperar vos a él, armate otro plan”. Y me mató. Tenía razón en algún punto, no iba a perderlo por irme a la casa de una amiga, no necesitaba esperarlo en la ventana, pero fue la humillación lo que me cambió de una vez y para siempre. Lejos de convertirme en una mujer empoderada e independiente, me convertí en una mujer debatida entre dos posturas. Lo que quería y lo que se suponía que debía hacer. Supongo que de una u otra forma iba a llegar a ese dilema.

A decir verdad, nunca lo resolví. Pasan los años y el amor se transforma, cada vez más, en una experiencia antagónica. Ni se me alinean los planetas, ni el mundo me sonríe, ni la neurosis se me aplaca. Todo se vuelve tensión y miedo.

Hay gente a la que se le da bien el amor, otros lo estudiamos.

 



[1] Personaje de “Los Simpson”. Tuvo su primera aparición en el episodio Homer's Enemy.


2 comentarios:

  1. Todo se vuelve tensión y miedo. Conozco de qué estás hablando.

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  2. La combinación menos erótica del mundo.
    Muy bueno Maite

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